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La Justicia Digital

¿Podría un ordenador ser un buen juez?¿Confiaría usted en una sentencia pronunciada por un programa informático? Hace años levantó gran polvareda el programa APACHE, diseñado para tomar decisiones sobre la admisión de pacientes en las UVI. Pretendía evitar que las plazas fueran ocupadas por pacientes sin salvación, que solo iban a conseguir prolongar un poco más su vida. Un asunto, pues, de vida o muerte. Las opiniones se dividieron. Hubo médicos que aceptaron ese expeditivo modo de resolver un problema dramático, mientras que otros fueron más cautos y prefirieron que fueran seres de carne y hueso quienes tomaran esas decisiones.

Algo semejante puede pasar con los programas para simular pronunciamientos judiciales, que se están investigando en muchos sitios. John Zeleznikow (Universidad de Melbourne) y Andrew Straneire (Universidad de Ballarat) han fundado JustSys, para desarrollar sistemas legales basados en Inteligencia Artificial (TA). Uno de los programas que ofrecen es SplitUp, diseñado para resolver los conflictos sobre propiedades surgidos después de un divorcio. Emplea dos técnicas muy utilizadas por la IA: los sistemas expertos y los mecanismos de aprendizaje. Los sistemas expertos copian los procedimientos usados por los expertos. En los conflictos tras el divorcio, los especialistas han identificado 94 variables relevantes, que el programa tiene en cuenta. Por su parte, los mecanismos de aprendizaje aprovechan la experiencia. Se autocorrigen a partir de los resultados obtenidos. Los logros son llamativos. En un 98% de los casos, el ordenador sentencia como lo haría un juez de verdad. Ud Schild (Universidad Bar-illan, Israel) ha elaborado un programa para ayudar a los jueces a fundamentar sus sentencias y a fijar las penas. Incluye una base estadística de casos similares, y también un estudio de las características antecedentes y posible evolución del acusado.

Los tratadistas antiguos decían que el juez debía ser imparcial, y no dejarse llevar por sus preferencias y pasiones. Sin duda, al ordenador le costaría menos serlo que a los humanos. Pero juzgar exige un peculiar modo de sintetizar la información, y no estoy seguro de que esté al alcance de las máquinas. Por ahora, prefiero un juez humano.

Los investigadores españoles acosan al cáncer, lo que para nosotros es una doble buena noticia. En Nature Genetics se ha publicado un estudio dirigido por Manuel Esteller, del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (Madrid), que ha identificado un tercer origen de los tumores. El primero sería una alteración genética, el segundo una alteración en la metilación del ADN, y el tercero, el que han descubierto, la alteración de unas proteínas que regulan y «empaquetan» el ADN, llamadas histonas. En The Journal of Inmunology ha aparecido un trabajo del equipo dirigido por Eduardo López, en el Hospital de la Paz de Madrid. Han logrado identificar la molécula responsable de que el sistema inmunitario no luche contra un elemento tan agresor cómo es un tumor. Abre la posibilidad de que podamos conseguir que el organismo luche contra el cáncer por su cuenta. Mi más ferviente enhorabuena para ambos equipos.

De nuevo el tema de la inteligencia femenina ha despertado la polémica, aunque, todo hay que decirlo, de una manera un poco tonta. Larry Summers, presidente de la Universidad de Harvard, se refirió en un reciente discurso a la necesidad de explicar la escasez de científicas de primera categoría. Aventuró tres razones, en el siguiente orden de importancia:

  1. Las mujeres no están tan interesadas como los hombres en hacer los sacrificios necesarios para realizar una obra importante,
  2. Los hombres tienen más aptitudes intrínsecas para la ciencia de alto nivel,
  3. Las mujeres pueden ser víctimas de una anticuada discriminación.

Creo que la razón aducida en segundo lugar no tiene ningún fundamento. Según las investigaciones más serias, no hay diferencias apreciables entre la inteligencia general de hombres y mujeres, aunque cada sexo pueda aventajar al otro en algunas habilidades muy sectoriales, como el lenguaje o la rotación de imágenes mentales. El menor número de científicas de élite, como de grandes empresarias, presidentas de bancos o jefas de gobierno, no depende de una superioridad de la inteligencia masculina. La cuestión está zanjada. Sin embargo, me interesa ir un poco más allá, porque mis ideas sobre la inteligencia, no coinciden con gran parte de la investigación académica. En La Inteligencia Fracasada defiendo la necesidad de distinguir entre una inteligencia estructural –la que miden los test– y el uso que se hace de esa inteligencia. Les pondré un ejemplo. ¿La perseverancia en las metas es un componente de la inteligencia? Sí. Tanto una veleidad absoluta como una absoluta tozudez provocan un comportamiento estúpido. Sin embargo, factores como sensatez al elegir las metas no se incluyen en los test de inteligencia. Partiendo de una inteligencia estructural idéntica, acaso haya un uso masculino y un uso femenino de ella. Y recorriendo la historia, no estoy seguro de que el masculino haya sido el mejor hasta la fecha.

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