La pugna política se da entre ideologías, que no se comunican porque se basan en creencias distintas, con frecuencia emocionales. Primero se aceptan y luego se intenta razonarlas. Aunque haya evidencias en su contra, las creencias no desaparecen, sino que buscan otras justificaciones. Sobreviven inmunizándose frente a la crítica. Nuestra situación es dramática. Tenemos que resolver urgentemente problemas reales: la pandemia, la pobreza, el paro, la recuperación del sistema productivo, la educación, el trabajo de los jóvenes, la migración, las pensiones, la dependencia. Las ideologías dan soluciones parciales. No pido que desaparezcan porque son necesarias. Solo que se pacte una tregua -cinco años-, para poder concentrar todas nuestras energías en resolver lo urgente. Tenia razón Voltaire: “La razón es aquello que los seres humanos aceptan cuando están tranquilos”. Nuestro marco político es suficientemente democrático para poder aplazar los debates ideológicos, enfrentarnos a los problemas, y tranquilizarnos.
El artículo inicial de este Panóptico se publicó en EL MUNDO el día 1 de noviembre de 2020.
EL PANÓPTICO 9
Los empresarios critican los Presupuestos presentados por el gobierno porque están ideologizados. El Papa Francisco, en su audiencia a Pedro Sánchez alerta contra las ideologías: “Es muy triste -dijo- cuando las ideologías se apoderan de la interpretación de una nación, de un país y desfiguran la patria”. Estaba posiblemente pensando en la ideología nazi, o tal vez en las que mantuvieron las dictaduras iberoamericanas. Vamos a debatir una ley de educación, pero se da por sentado que “la educación es un fenómeno ideológico” (Santos), que la “política educativa viene primariamente dirigida por la perspectiva ideológica del poder político dominante” (Ortega), y que “los partidos políticos asientan sus propuestas educativas en su propia ideología” (Yapur). Pero la pugna ideológica ha impedido durante cuarenta años la firma de un pacto educativo. Se está discutiendo sobre los nombramientos del poder judicial, y se admite que cada juez puede llevar a ese consejo su propia ideología, pero al mismo tiempo se desconfía de su imparcialidad. Estos días, pues, la ideología está en el candelero. Es buen momento para tratar el tema.
Las ideologías pueden ser peligrosas, pero ¿se puede hacer política sin ideología?
Desde el Panóptico vemos la complejidad del asunto. Los partidos políticos son estructuras ideológicas. Por eso, quienes consideran que las ideologías son un peligro pueden inclinarse hacia un modelo mental, político y económico único. En España tuvo mucha repercusión el libro El crepúsculo de las ideologías (1965) escrito por Gonzalo Fernández de la Mora, posiblemente el ideólogo más inteligente del franquismo. Según él, las ideologías (y de paso los partidos) son una patraña que no sirve para entender la realidad ni para impulsar hacia la igualdad, la libertad y la justicia. Para eso tenemos la técnica, la ciencia y la ética política. El gran enemigo de las ideologías era el pragmatismo, la eficacia práctica, el gobierno de los tecnócratas. Cinco años antes, un famoso sociólogo, Daniel Bell, en El fin de las ideologías, sostenía que las ideologías (un conjunto de creencias, infundidas de pasión, que trata de transformar todo un modo de vida) eran inútiles porque la humanidad había encontrado un modelo perfecto, el de las democracias occidentales y la economía de mercado. En 1992, Francis Fukuyama sostuvo lo mismo con mejores argumentos. El “fin de la historia” debía entenderse como el fin de la pugna ideológica, de la misma manera que la ciencia podía entenderse como el fin de la pugna entre explicaciones míticas. Las críticas a esta postura, sobre todo por parte de intelectuales de izquierdas fueron feroces.
Antes de seguir, conviene aclarar el término “ideología”, que se ha vuelto muy confuso. Cuando se inventó, significó cualquier “sistema de ideas”. Por influjo del marxismo, pasó a designar un conjunto de ideas falsas sobre la sociedad, que sirve para mantener relaciones de dominio. A partir de la segunda mitad del siglo XX significa un conjunto de creencias políticas y sociales propias de un grupo.
Desde el Panóptico observamos que los seres humanos somos crédulos por naturaleza. Necesitamos vivir de acuerdo con creencias que no podemos comprobar directamente. Unas son personales: creo o no en Dios, en la bondad o maldad de la gente, en que la Covid 19 es una conspiración universal, etc. Otras son culturales: las creencias básicas occidentales difieren de las orientales, las cristianas de las musulmanas, etc. Por fin, hay otras creencias grupales, que definen y unifican a los miembros de un grupo, y que pueden ser religiosas, políticas, económicas, etc. Estas son las que denominamos “ideologías” cuando cumplen las siguientes condiciones:
(1) Proporcionan una visión del mundo.
(2) Presentan un conjunto de soluciones fijas y preestablecidas para los problemas sociales.
(3) Son dogmáticas, y se basan en emociones o en premisas que no pueden ser comprobadas ni refutadas.
(4) Se acompañan de proselitismo, propaganda y, en grados extremos, de adoctrinamiento.
(5) Cuentan con justificaciones internas y externas para explicar sus propios fracasos, es decir, se inmuniza contra la crítica.
Tras esta definición, retomo la pregunta anterior: ¿se puede hacer política sin ideología? Aunque es una pregunta demasiado grande para un artículo tan pequeño, esbozaré lo que me parece una solución a partir de la evolución histórica. Al fin y al cabo, para eso sirve el Panóptico.
Comprobamos que determinadas creencias sufren un proceso de verificación, de corroboración, y dejan de ser meras creencias o meras ideologías, para convertirse en conceptos o modelos universalmente aceptados. El ejemplo más evidente es la ciencia, pero también lo son las normas éticas universales, por ejemplo, los derechos humanos, o los procedimientos para llegar a esa legitimación: los métodos científicos, la argumentación ética, o los procedimientos democráticos. Llamamos “uso racional de la inteligencia” al proceso por el que intentamos alcanzar y justificar esas evidencias universales.
La evolución de las culturas es con frecuencia evolución de las creencias. Durante milenios se ha creído que la mujer era inferior al hombre o que el sol se movía alrededor de la Tierra o que los monarcas recibían su poder del mismo Dios. Son creencias que han cambiado. Los casos son innumerables. La Cristiandad como ideología que organizaba todo el orden político y social bajo el doble poder del Papado y del Imperio, desapareció, en parte por la presión del protestantismo y en parte por las ambiciones políticas de los monarcas. La ideología de la soberanía, como poder absoluto de los monarcas, se transformó con las revoluciones del siglo XVIII. Parte de la ideología liberal, como la democracia parlamentaria, es aceptada por la mayor parte de las ideologías políticas. La función social de la propiedad, característica de las ideologías socialistas, es también prácticamente aceptada, aunque con reservas por parte de los neoliberales. Los derechos homosexuales, siguen su duro camino hacia la aceptación universal. El proceso de racionalización ha conducido a interpretaciones compartidas de la realidad y de la vida social. Esto hace que las diferencias entre las grandes ideologías políticas se hayan amortiguado. Cuando se dice que el socialismo se ha quedado sin ideas es porque parte de las que tenía han sido aceptadas por todos los partidos. Y lo mismo puede decirse de la ideología del mercado.
Lo que hace peligrosas a las ideologías -políticas o religiosas- es que se inmunizan contra la crítica, es decir, bloquean el camino hacia verdades universalmente comprobables. Inmunizar una creencia es implantar mecanismos de defensa contra la evidencia o las pruebas en contra. El sistema de Ptolomeo, que afirmaba que el sol se movía alrededor de la Tierra, no coincidía con las observaciones. La solución válida durante siglos no fue cambiar el modelo, sino complicarlo lo necesario para salvar las apariencias. Otro ejemplo: las religiones adventistas americanas habían predicho que Cristo descendería a la Tierra el 22 de octubre de 1844. No sucedió, pero tras las acomodaciones pertinentes, sus sucesores, los Testigos de Jehová, predijeron que ocurriría en 1914, Tampoco sucedió, pero eso no les hizo desconfiar de sus creencias. Lo aplazaron a 1925. Lo han prorrogado en otras tres ocasiones y, según dicen lo que saben de esto, por fin ocurrió lo esperado, pero sin que nadie nos diéramos cuenta.
Resulta, por supuesto, muy difícil cambiar una creencia que forma parte de la propia identidad, Si una persona se considera ante todo miembro de un partido o de una confesión religiosa o nacionalista o antinacionalista, y ha dedicado a ello parte de su vida, le costará mucho someter esas estructuras básicas de su identidad a una observación crítica. Sobre todo, porque, como han estudiado los expertos en “psicología política”, como Jonathan Haidt o George Lakoff, la adopción de una ideología está influida por rasgos de personalidad profundos.
Creo que las diferentes ideologías deberían funcionar como las diferentes teorías científicas. Deben ir probando su consistencia, su aceptación de los hechos, observar críticamente sus presupuestos y resultados, su decisión de aprender, el afán de alcanzar niveles más altos de racionalidad. Volveré a detenerme en esta palabra: “Racionalidad” es el “uso racional de la inteligencia”. Aunque deriva de “razón”, no se limita a fomentar la capacidad de hacer razonamientos, porque una ideología puede utilizar el razonamiento con rigor lógico, pero a partir de principios no verificables. Toda la “teoría de los ángeles” de la teología medieval era un prodigio de arquitectura lógica, sin ningún fundamento verificable. El uso racional de la inteligencia es el que se empeña mediante la observación, la comparación, el razonamiento, la prueba, a alcanzar evidencias compartidas. En su origen, los derechos del hombre y del ciudadano aparecieron como una ideología. De hecho, la Iglesia católica tardó en reconocerlos. Pío VI en sus alocuciones, cartas y breves emitidos durante el curso de la Revolución Francesa denunciaba la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789 como un programa político, diseñado por los ilustrados franceses, con la ayuda del Estado revolucionario, para arrumbar el orden tradicional y cristiano. La Declaración de los derechos humanos de 1948, fue acogida con desinterés y escepticismo, y sólo la tenacidad de René Cassin y Elenor Roosevelt hicieron que llegara a buen puerto. Sin embargo, poco a poco ha ido fortaleciendo su valor y en este momento es universalmente aceptada como una gran solución para resolver los problemas de la convivencia humana. Podemos considerarla un triunfo de la inteligencia. Sin embargo, todavía sectores católicos archiconservadores continúan considerándola ideología.
Los cambios ideológicos, o la selección de los aspectos universalizables, son lentos y con frecuencia encrespados, por eso pido una “tregua ideológica”, que permita aplazar los problemas ideológicos para centrarse en los problemas reales, objetivos y urgentes.
Desde el Panóptico pienso que ese proceso de construcción de creencias y de debate entre ellas debe continuar porque forma parte de la creatividad humana, siempre que se admita la búsqueda crítica de la universalidad. Las ideologías dogmáticas con frecuencia tienen que desconfiar de la razón o ser esencialmente irracionalistas y eso es lo que las hace peligrosas porque no hay posibilidad de debate, ni de acuerdo y acaba imponiéndose la fuerza. Los cambios ideológicos, o la selección de los aspectos universalizables, son lentos y con frecuencia encrespados, por eso pido una “tregua ideológica”, que permita aplazar los problemas ideológicos para centrarse en los problemas reales, objetivos y urgentes.
Entiendo por problemas objetivos, no ideológicos, los que no dependen de ideas previas, de interpretaciones, sino de las realidades sociales vividas, universalmente comprensibles, que permiten soluciones también objetivas que pueden ser compartidas por toda la sociedad. No hace falta que sean técnicas. Basta que estén suficientemente justificadas.
Lo aclaré con ejemplos. La pobreza es un problema objetivo, no ideológico. En cambio, la desigualdad -su concepción y evaluación- es un concepto importante, pero ideológico. Un liberal no se pondrá de acuerdo con un socialista en su concepción de la desigualdad. La migración es un fenómeno sangrante. El tratamiento suele ser ideológico. El contenido de la educación obligatoria para desarrollar las competencias personales, formar buenos ciudadanos y preparar para el mundo profesional es un problema no ideológico. En cambio, si debe utilizarse para fomentar la identidad nacional o el adoctrinamiento religioso, si el sistema educativo debe gestionarlo solo el Estado o en colaboración con la sociedad civil, son planteamientos importantes, pero ideológicos. Conseguir la igualdad de derechos de la mujer es un problema objetivo, pero la teoría de la “identidad fluida de género”, es un problema sin duda importante para muchas personas, pero de planteamiento ideológico. El respeto a las creencias religiosas en una democracia no es un problema ideológico en este momento; que deba introducirse la enseñanza confesional en la escuela pública, lo es. La “felicidad política” de los ciudadanos de una comunidad, es un problema objetivo; que tenga que darse a través de la independencia, asunto trascendental para muchas personas, es un planteamiento ideológico. La diferencia entre “sexo” y “género” es objetiva: la ideología de género es, como su propio nombre indica, ideología. La libertad es un derecho universal. Reducirlo a la libertad negativa, como hace el liberalismo, o incluir una libertad positiva, como hace el socialismo, es un problema ideológico. El Estado democrático se enfrenta con el problema objetivo de fomentar el progreso, la paz y la justicia de los ciudadanos. La forma de la Jefatura del Estado es un problema ideológico, dado que algunos Estados monárquicos cumplen perfectamente sus funciones y también algunos Estados republicanos.
Mi propuesta es que durante cinco años aparquemos los debates ideológicos y nos centremos en resolver los problemas objetivos, reales, mensurables. Luego estaremos en mejores condiciones para tratar los demás.
Los antropólogos -por ejemplo, Shweder, Geertz y NIsbett- afirman que la “ideología occidental” piensa que los seres humanos son individuos aislados, mientras que otras culturas consideran que lo verdaderamente real es el grupo. Según Geertz, la idea de que la persona es un centro autónomo, distinto a las demás personas, “es, por muy extraño que nos parezca, una idea bastante peculiar dentro de las culturas del mundo”. Patterson dice algo parecido respecto de la libertad. “La valoración de la libertad como valor supremo es una creencia occidental. Para el pensamiento chino, por ejemplo, es más importante la armonía. ¿Es posible justificar que una “ideología cultural” es mejor que otra?