Llevo años repitiendo que cuando la inteligencia humana se libera de ciertos obstáculos -pobreza extrema, ignorancia, fanatismo tribal, miedo y odio- acaba alumbrando un sistema normativo universalmente aceptable. ¿No seré un ingenuo al confiar tanto en la inteligencia humana, a la vista de las estupideces y atrocidades que seguimos haciendo? En realidad, lo que hay por debajo de esa confianza es la creencia en la perfectibilidad de los sapiens, una creencia esencialmente ilustrada. Supone admitir que la inteligencia puede reflexionar sobre ella misma, evaluar sus logros, crear herramientas mentales cada vez más eficaces, y que va a hacerlo. La escritura, el cultivo del pensamiento abstracto, las instituciones educativas, la cultura en general, han aumentado nuestras capacidades cognitivas.
¿No seré un ingenuo al confiar tanto en la inteligencia humana, a la vista de las estupideces y atrocidades que seguimos haciendo?
Pero no basta con aumentarlas, se trata de utilizarlas mejor. Tradicionalmente se ha considerado que la Razón es la capacidad superior de la inteligencia, pero es un término equívoco. En sentido estricto, la Razón sería la capacidad de hacer razonamientos, es decir, de enlazar los pensamientos de acuerdo con las normas lógicas. Es un mecanismo -por eso los programas de ordenador lo utilizan perfectamente-, eficiente, pero ciego. Si las premisas son falsas, las conclusiones lógicas serán falsas. Lo importante es el “uso veritativo de la razón”, es decir, el uso de la razón no sólo para producir razonamientos correctos, sino para buscar evidencias cada vez mejor corroboradas, para verificar los datos y los argumentos, para encontrar ideas de validez universal. En esa función veritativa no solo utiliza el razonamiento. Necesita también la inventiva para proponer hipótesis y pruebas, la experimentación, la comparación, etc.
Una característica esencial del “uso racional” es que sólo adquiere su plenitud en el pensamiento compartido, que nos libera de los posibles autoengaños de la soledad. “En mi soledad-escribió Antonio Machado- he visto cosas muy claras que no son verdad”. Todo el mundo está de acuerdo en que esta búsqueda está en el origen de la ciencia, pero la experiencia de la humanidad nos permite añadir que está también en el origen de una moral universal, es decir, de la ética.
La necesidad de hacer compatibles los deseos y los argumentos ha ido impulsando a la inteligencia de los sapiens a buscar la universalidad.
El “uso racional” de la inteligencia no busca el rigor lógico, sino enunciados que superen todas las pruebas de verificación y de falsabilidad. Por eso tiene que enfrentar los propios argumentos con los de otras personas. Hume decía que es perfectamente razonable que a un individuo le interese más su dolor de muelas que la salvación de la humanidad. Pero ese dolor no le autoriza a tomar decisiones que me afecten a mí. Tendrá que justificarlas. La necesidad de hacer compatibles los deseos y los argumentos ha ido impulsando a la inteligencia de los sapiens a buscar la universalidad. Esa fue una de las ideas fuerza de la Ilustración. Idea que está siendo atacada desde muchos frentes y que también ha provocado una abundante bibliografía en su defensa. En mi Archivo encuentro notas sobre El asalto a la razón, de George Lukács; El asedio a la modernidad y El olvido de la razón, de Juan José Sebreli; En defensa de la Ilustración, de Steven Pinker y En defensa de la razón, de Francisco Erice; Plaidoyer pour l’universel, de Francis Wolf.
El conocimiento de la realidad -no el matemático- está siempre sometido a perfeccionamiento y revisión.
Negar que la inteligencia humana pueda alcanzar la verdad está de moda, pero con frecuencia esa actitud se basa en la falsa idea de que la verdad, para serlo, ha de ser absoluta. La evolución de las culturas, que es también la historia del afinamiento de los criterios de verdad, nos dice que no son así las cosas. El conocimiento de la realidad -no el matemático- está siempre sometido a perfeccionamiento y revisión. Idealmente, la verdad es una adecuación de lo pensado a la cosa pensada, pero en realidad es un estado de verificación sometido siempre a prueba. Cada una de esas pruebas superadas supone una mayor fuerza de evidencia de una afirmación o una teoría. Eso permite admitir la existencia de “verdades morales”, pero justificar esta afirmación, cosa que hice en Ética para náufragos, tendrá que quedar para otro momento.
Aun así, aunque conseguir la verdad sea posible, queda por contestar una pregunta: ¿Por qué va a ser mejor vivir en esas verdades universales, que, en mis opiniones personales, que, en las emociones, la poesía, la imaginación, la irrealidad, el mundo virtual? De eso tratará el próximo post.