He leído en la prensa que Yolanda Díaz cuenta con el asesoramiento de Joseph Stiglitz, premio Nobel de Economía. Stiglitz fue presidente del Consejo de asesores económicos del presidente Clinton y economista jefe del Banco Mundial. Le premiaron por sus investigaciones sobre “información asimétrica”, una característica que rompe la eficiencia del mercado, porque permite a una de las partes jugar con ventaja. “En los últimos tiempos, -escribe- he centrado mi trabajo en algunos aspectos de lo que se podría llamar la economía política de la información: el papel de la información en los procesos políticos y la toma colectiva de decisiones” (“La información y el cambio en el paradigma de la ciencia económica”, Revista asturiana de Economía, nº 25, 2002). Stiglitz desconfía del mercado. En contra del pensamiento liberal, no cree que la “mano invisible» guíe a los individuos y las empresas -que buscan su propio interés- hacia la eficiencia económica. Los economistas liberales consideran que el mercado es el gran solucionador de problemas y que sus fallos son una excepción. El teorema de Greenwald-Stiglitz afirma en cambio que los fallos son la norma, y que el gobierno podría potencialmente casi siempre mejorar el reparto de los recursos del mercado. Y el teorema de Sappington-Stiglitz establece que un gobierno ideal podría actuar mejor al dirigir una empresa por sí mismo que a través de la privatización.. Defiende la “opción pública”, la posibilidad de que el Estado ofrezca una serie de servicios que impliquen más competencia e innovación, baje precios y haga más fácil la vida a los ciudadanos. Esta es una de las propuestas que recoge en su libro Capitalismo progresista. La respuesta a la era del malestar (Taurus). ”La opinión de que el gobierno es el problema y no la solución -escribe- es simplemente errónea. Al contrario, la mayoría de los problemas de nuestra sociedad, desde los excesos de contaminación hasta la inestabilidad financiera y la desigualdad económica, han sido creados por los mercados”.
El título de este libro me ha recordado el de otra economista, Mariana Mazzucato, que se mueve en la misma onda que Stiglitz, como han mostrado en algún libro conjunto (Otro capitalismo tiene que ser posible, editado por Michael Jacobs y Mariana Mazzucato) y en la participación en octubre pasado en las sesiones de la CEPAL. Mazzucato también defiende la eficiencia del Estado en El Estado emprendedor y más recientemente en Misión economía: Una guía para cambiar el capitalismo, Taurus, 2021. Pone la misión Apolo para llegar a la luna como ejemplo del papel dinamizador del Estado, que impulsó la investigación privada y pública y permitió el desarrollo de muchas tecnologías que la industria ha aprovechado en múltiples campos. En otros artículos he explicado por qué la idea de “Estado promotor” resuelve las dificultades planteadas por los dos paradigmas más influyentes: el Estado interventor socialista y el Estado mínimo neoliberal.
Pero hablando de Stiglitz, recomendaría a Yolanda Díaz que se fijara en su libro Creating a Learning Society, escrito con Bruce Greenwald, donde expone su teoría de que en este momento es imprescindible construir una sociedad del aprendizaje. Solo así se puede mantener la innovación, que es el motor de la nueva economía. Hacerlo depende del Estado. El primer capítulo de la obra se titula “La revolución del aprendizaje”. “El desarrollo –indica– exige aprender a aprender”. “Crear una dinámica sociedad del aprendizaje tiene muchas dimensiones; los individuos tienen que tener la actitud y las habilidades para aprender, tiene que haber alguna motivación para hacerlo. El conocimiento es creado por individuos que trabajan en organizaciones, y lo transmiten a otros dentro de organizaciones. Pero la extensión, facilidad, y rapidez de la transmisión del conocimiento es uno de los aspectos fundamentales de la sociedad del aprendizaje”. Hasta aquí, no hay sorpresa. Pero, a continuación, los autores afirman que los mercados no son eficientes dirigiendo la investigación y el aprendizaje. Los incentivos privados, añaden, pueden no estar alineados con los retornos sociales. Mediante la innovación, las empresas pueden aumentar su poder de mercado, saltarse las regulaciones o apropiarse de rentas que de otra manera estarían a disposición de otros. A pesar de que se repite una y otra vez que la empresa privada es más eficiente que la pública, no ocurre así, según Stiglitz y Greenwald, en la sociedad de la innovación. En EEUU el retorno económico de los proyectos de investigación gubernamentales ha sido mejor para la economía que los proyectos del sector privado. Sobre todo, porque el Gobierno invierte con más fuerza en la investigación básica, demasiado costosa para empresas que necesitan resultados inmediatos.
En este punto me parece conveniente enlazar con Mazzucato. No se trata de que el Estado lo haga todo, sino de que cree las condiciones para que los agentes privados estén en buenas condiciones para crear valor privado y público. Conviene recordar una frase de Keynes, un autor que ha influido mucho en Stiglitz y Mazzucato: “Lo importante para el gobierno no es hacer cosas que ya están haciendo los individuos y hacerlas un poco mejor, sino hacer aquellas cosas que en la actualidad no se hacen en absoluto”.
Cuando ya había escrito este post, me llega el último libro de Mariana Mazzucato y Rosie Collington. The Big Con, Penguin, 2023.Es una contundente crítica del papel que juegan en el mundo político y económico las grandes consultoras, McKinsey, Boston Consulting Group, Bain&Company, PwC, Deloitte, KPMG y EY. En 2021, los servicios de consultoría facturaron entre setecientos y novecientos mil millones de dólares, y sus principales clientes son los gobiernos. “Diseñan ciudades inteligentes, desarrollan estrategias nacionales para descarbonizar la economía, proponen reformas educativas, aconsejan a los ejércitos, gestionan la construcción de hospitales, diseñan códigos éticos médicos, redactan leyes fiscales, dirigen la privatización de empresas estatales, organizan la relación ente las farmacéuticas y los gobiernos y gobiernan las estructuras digitales de múltiples organizaciones” (p.3) A su juicio, la externalización de estos servicios “debilita el mundo de los negocios, infantiliza nuestros gobiernos y desorienta nuestras economía”. “Fomentan una particular visión de la economía que ha creado disfunciones en el gobierno y en los negocios en todo el mundo”. Por último, las acusan de caer en colusión de intereses porque pueden simultáneamente aconsejar planes de protección estatal del medio ambiente y trabajar para las grandes compañías de combustibles fósiles.
Los gobiernos tienen que aumentar sus conocimientos, la habilidad de sus instituciones para poder enfrentarse a los complejos problemas planteados.
Pero no es este el tema que quería comentar, sino el que tratan en el capítulo 7: la infantilización de los gobiernos. Su tesis es que el Estado puede ser un “creador de valor económico y no un ineficiente extractor de valor de la economía privada”. Pero para conseguirlo tiene que aprender a hacerlo, aumentar sus competencias cognitivas, sus capacidades creadoras, y contratar servicios externos para resolver los problemas le impide aprender. Quienes lo hacen son las consultoras que se van haciendo cada vez más imprescindibles al beneficiarse de la incapacidad de los gobiernos que ellas mismas han ayudado a crear.
La conclusión es que los gobiernos tienen que aumentar sus conocimientos, la habilidad de sus instituciones para poder enfrentarse a los complejos problemas planteados. Este es el aspecto que quería comentar. La “sociedad del aprendizaje” implica también el aprendizaje de las instituciones del Estado y, por supuesto de los políticos encargados de gobernarlas. Como ha explicado reiteradamente Daniel Innerarity, la política actual padece un “déficit cognitivo”, no es capaz de generar el conocimiento necesario para comprender lo que está pasando y tomar las decisiones adecuadas. Esto me anima a tratar en los próximos post el aprendizaje de la política.