La educación económica se enfrenta, sin embargo, con un difícil obstáculo. La crisis de 2008 puso en tela de juicio su capacidad para comprender lo que estaba pasando y lo que iba a pasar. En un crítico artículo, el premio Nobel Jean Tirole y otros economistas, reconocieron la dificultad de lograr un “consenso entre economistas”, y atribuyeron el descrédito de la Economía a la incertidumbre de sus resultados, sus predicciones incorrectas y, sobre todo, a que los sesgos ideológicos personales hacían muy difícil conseguir una “verdad científica” (Bénasssy-Quéré, Blanchard, O.J. y Tirole, J., “What Role for Economist in Policy-Making”). En 2009, el premio Nobel Paul Krugman, en un conocido ensayo titulado “How Did Economist Get It So Wrong”, contaba que en vísperas de la crisis del 2008 la mayor parte de los economistas pensaban que la “macroeconomía” como ciencia estaba ya consolidada. No vieron venir la crisis, porque estaban encerrados en prejuicios teóricos. Según Krugman, la mayor parte de los economistas “había confundido la belleza, vestida con un maravilloso traje matemático, con la verdad”. La belleza era el Mercado ideal, sin fricciones, capaz de autorregularse, de alcanzar inevitablemente el equilibrio, y de comprenderse y manejarse mediante hermosas ecuaciones. Pero el desembarco de matemáticos y de físico-matemáticos de alto nivel en el mundo de la economía y sobre todo de las finanzas no aumentó la comprensión. Más bien disminuyó la responsabilidad, como mostró la crisis de los derivados, obra maestra y fracasada de la ingeniería financiera. Casi nadie entendía lo que estaba vendiendo o comprando.
Es interesante analizar la postura de los economistas en la crisis del 2008, porque algunos habían anunciado el desastre. En 2005, en un homenaje a Alan Greenspan, presidente de la Reserva Federal y defensor de la desregulación financiera, Raghuran Rajam, de la Universidad de Chicago, economista jefe del Fondo Monetario Internacional, presentó un informe advirtiendo de los riesgos que estaba tomando el sistema financiero. Por ejemplo, denunció que en ese sector los incentivos estaban terriblemente sesgados porque los empleados cosechaban suculentas recompensas por ganar dinero, pero apenas se les penalizaba cuando incurrían en pérdidas. Rajan lo contó en un libro que les recomiendo: Grietas del sistema (Deusto). Tres años después, tras estallar la crisis, Greenspan confesaba que estaba en estado de shock, “porque todo el edificio intelectual había colapsado”. En 2008, cuando se iniciaba la gran recesión, la reina Isabel II de Inglaterra, durante la inauguración del nuevo edificio de la prestigiosa London School of Economics, hizo una pregunta muy pertinente: ¿Cómo es posible que los expertos en economía no hayan previsto la crisis? Le contestó, de manera improvisada, Luis Garicano, pero la situación saltó a la prensa, lo que produjo tal malestar que la Academia Británica convocó un Congreso para formular una respuesta a la pregunta de la reina, cosa que hicieron en julio de 2009. Concluían echando la culpa a “un fallo en la imaginación colectiva de muchas personas brillantes, en este país e internacionalmente, que no entendieron los riesgos que la situación presentaba”. Era una conclusión tautológica: se equivocaron porque cometieron equivocaciones.
Desde la posición de un filósofo de la ciencia, en la que me sitúo, esta situación resulta escandalosa porque revela que la Economía es una ciencia vulnerable a las ideologías. En el post anterior señalé una de las razones: la confusión entre los mecanismos económicos y los proyectos económicos.
Recuerde la frase de Samuelson: la economía es una agencia de viajes, eficaz en planificar viajes, pero la meta tiene que fijarla el cliente, es decir, el ciudadano.