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Daniel Innerarity, “profesor honorario” de nuestra virtual Academia del Talento Político, ha señalado que “el origen de nuestros problemas políticos reside en el hecho de que la democracia necesita unos actores que ella misma es incapaz de producir” (Una teoría de la democracia compleja, 238). Es decir, la democracia para funcionar bien necesita un tipo de “subjetividad ciudadana”, lo que plantea un problema de radical importancia educativa.

¿Es posible adquirir una capacidad que permita a la ciudadanía ejercer las funciones que se esperan de ella en una democracia? p.244.

Un escepticismo perezoso o interesado niega esa posibilidad, por lo que se convierte en “una profecía que se cumple por el hecho de enunciarla”.  Si doy por hecho que no es posible, ¿para qué voy a esforzarme en conseguirlo?  En consecuencia, nadie se encarga de la educación del ciudadano. Quien piensa así, no es un observador de la realidad, y está colaborando para construir una realidad desastrosa. El rechazo que hubo en España a una asignatura recomendada por la Unión Europea, dedicada a educación para la ciudadanía, fue atacada ferozmente porque se consideró que era una especie de “formación del Espíritu Nacional”, adoctrinadora, o que pretendía meter de contrabando una “educación moral”, competencia que tanto la jerarquía eclesiástica como asociaciones conservadoras negaban a la escuela.

Creo que si queremos fomentar el talento político debemos empezar en la escuela. Los objetivos educativos son tres:

1

Ayudar a que el alumno desarrolle sus capacidades

2

Prepararlos para el mundo laboral

3

Formar buenos ciudadanos.

De esto debe encargarse la educación para la polis, la Política.