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Una de las habilidades que debe tener el político (sea gobernante o gobernado) es comprender lo que pasa. En la Academia del Talento Político vamos a ensayar la metodología del Panóptico, que, utilizando un símil fotográfico, podríamos describir como “análisis zoom”, es decir, pasar del gran angular al primer plano y viceversa.

El primer plano es Trump, en este momento el fenómeno político más interesante para observar el poder en acción. El primer plano va a enfocarlo nombrando a Elon Musk para reducir la Administración americana. Al abrir el foco vemos a Trump en campaña repitiendo: “Vamos a demoler el Estado profundo”, y ampliando más, a él mismo, durante su presidencia, arremetiendo contra el Deep State. Ya en 2018, C.R. Lewandowski y D. N. Bossie, publicaron Trump’s enemies. How the Deep State is Undermining the Presidency. Comentaristas actuales, que insisten en el carácter vengativo de la vuelta de Trump, consideran que ha elegido a Elon Musk para consumar su venganza contra el Estado profundo.

Pero ¿qué es el Deep State? Una palabra a incluir en el “Diccionario de términos políticos confusos”. Apareció en la Turquía kamalista para designar un “poder invisible infiltrado en la Administración”. Era una manera de controlar al gobierno desde ella.  La expresión hizo fortuna entre los politólogos. Incluso el presidente Macron en 2019 denunciaba l’ “État profonde”: “No quiero ser rehén de gente que negocia por mí”. Sus ayudantes explicaron su postura con una curiosa metáfora: “La administración son los muebles y la política es el polvo que se deposita sobre ellos. Los gobiernos y los representantes elegidos pasan, pero la administración se queda. Y a veces cuando el presidente dice que se pinte un muro blanco, por debajo se pinta en beige”.  En Francia esta idea se relacionaba con los “altos funcionarios de la Administración”, los “enarcas”, salidos de L’ Ècole National d’Administration, un poder corporativo.

Pero la palabra sufrió una “deriva semántica”, como ha señalado el sociólogo francés Gerald Bronner. Fue absorbida por las teorías conspiratorias, con lo que pasó a cargarse emocionalmente. Esas teorías son transversales, afectan a derechas y a izquierdas. Para la derecha, que en esto se une a los neoliberales en su desconfianza hacia el Estado, son las fuerzas izquierdistas las que intentan gobernar desde la sombra. QAnon lo relacionó con una conjura de pedófilos y comunistas. La izquierda en cambio, considera que es el modo como el capitalismo se infiltra en los gobiernos. Hay una tercera variante transversal: el soberanismo lo considera una confabulación mundial contra la nación. En Francia el representante de esta combinación es Michel Onfray, el filósofo de moda, que dedicó un numero de su revista Front Populaire al tema de “L’Etat profonde”, con el subtítulo: El poder a vencer. Las ideas confusas hacen extraños cocteles espirituosos.

Según un sondeo de Ipsos efectuado en 2020, el 39% de los americanos, sobre todo republicanos, creían en la existencia del Estado profundo. Durante su mandato, Trump se quejó de ese poder, enfocando sobre todo al Departamento de Justicia, al Pentágono y a las Agencias de Inteligencia. Todos los pasos que está dando hasta ahora indican que quiere eliminar todo lo que limite su poder presidencial. Quede claro que no pretendo decir que intente destruir la democracia, sino que quiere llevar su poder al máximo legal permitido. Lo comenté hace ya seis años, hablando del libro de Steven Levitsky y Daniel Ziblatt Cómo mueren las democracias. Los autores advertían que “las democracias se erosionan lentamente, en pasos apenas perceptibles”.  “Los populista tienden a negar la legitimidad de los partidos establecidos, a quienes atacan tildándolos de antidemocráticos o incluso de antipatrióticos. Les dicen a los votantes que el sistema existente en realidad no es una democracia, sino que está siendo secuestrada o manipulada por la élite. Y les prometen enterrar esa élite y reintegrar el poder al pueblo. Este discurso debe tomarse en serio. Cuando líderes populistas ganan las elecciones, suelen asaltar las instituciones democráticas”.

Ese asalto, por supuesto, se hace en nombre de la democracia. No pretenden destruirla, sino manejarlas autoritariamente. Y mucha gente desea ser gobernada así. Es el camino elegido por los regímenes iliberales. Las democracias tienen normas legales y otra serie de normas informales (Una norma informal es no protestar pegando con el zapato en el escaño, como hizo Krutchov). Pues bien, una de esas reglas es la que se denomina “contención institucional”, es decir, “la acción de refrenarse para no ejercer un derecho legal”. Por ejemplo, un presidente puede amnistiarse a sí mismo por un hecho criminal, pero nunca se ha hecho. No es ilegal cambiar de opinión, pero un mínimo de coherencia parece exigible. Puede ser cruel con los inmigrantes, pero procurar no ensañarse. Lo que Trump mostró y verosímilmente seguirá mostrando es su decisión de aprovechar todo lo que el cargo le permita, sin fijarse en si es moralmente dudoso. Estamos en la culminación de la realpolitik que, en ciertos casos conseguirá los objetivos que se propone, y consolidará la política del conflicto, del enfrentamiento y de la fuerza. Y esto puede hacerse dentro de un mundo inhóspito, pero legal.

Creo estar siendo justo. Trump ha reclamado la legalidad de un “ejecutivo unitario”, el control del presidente sobre la administración federal, que definía así: “El articulo II de la Constitución me da el derecho de hacer lo que quiero como presidente” (I have an Article II, where I have the right to do whatever I want as president). Stephen Skowronek y colegas han estudiado el fundamento de esta idea, que por otra parte ha rondado siempre la cabeza de los presidentes americanos.  Ese artículo dice “El poder ejecutivo le será confiado al presidente de los Estados Unidos”.  No pone límites, cosa que la Constitución hace en cambio al hablar de los poderes del Congreso (Skowronek, S., Dearborn, J.A. y King, D.S. Phantoms of a Beleagueres Republic: The Deep State and the Unitary Executive, Oxford University Press, 2021). Y Trump lo interpreta como una legitimación completa de sus decisiones.

El desdén de Trump por la “contención institucional” nos va a permitir ver la pasión por el poder en estado puro. Un espectáculo fascinante….si no produjera inevitablemente víctimas,  ni tuviera al mundo en estado de alarma..