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Noveck dirige el Burnes Center for Social Change y su proyecto “The Governance Lab”, en la Universidad de New Jersey, y durante la Administración Obama dirigió la Open Government Initiative, cuyo objetivo era fomentar la innovación en gobernanza y en la administración pública. Su perfil académico y su participación en la práctica política me parecen muy útiles para la Academia. Además, ha insistido especialmente en que la solución de los problemas políticos necesita más inteligencia por parte de los gobernantes y por parte de los gobernados, como lo indican los títulos de sus libros: Como solucionar los problemas públicos,  Smart Citizens, Smarter State: The Technologies of Expertise and the Future of Government (Harvard 2015).

Piensa que el descrédito de la política deriva de su incapacidad para resolver problemas, por haber disminuido su capacidad cognitiva. Los últimos presidentes de EEUU han reducido los departamentos dedicados a analizar las políticas públicas y su eficacia. “El Congreso es cada vez menos capaz de comprender un mundo progresivamente más polifacético desde el punto de vista social, económico y tecnológico”, abrumado por un ejército de lobbies. “Hoy día -señala- el problema del gobierno no es tanto no tener acceso a la información y al conocimiento, como la degradación de los procesos utilizados para traducir esa información disponible en soluciones” (Como solucionar los problemas públicos, p. 69).

Noveck se ha especializado en la resolución de problemas públicos. Son “problemas enrevesados” (wicked problems), en los que el problema, la solución y el método pueden ser desconocidos. Además, son asuntos en que la solución debe establecerse teniendo en cuenta y en colaboración con los afectados. Es la misma idea que hemos encontrado en Heifetz, cuando habla de “problemas adaptativos o sistémicos”. “Desde hace tiempo -continua Noveck- se sabe que la definición del problema es el primer y esencial paso de cualquier procedimiento racional de elaboración de políticas públicas. Y, sin embargo, a pesar de su importancia, los responsables políticos rara vez prestan suficiente atención al arte y la ciencia que se encuentran detrás”.  Los libros de texto subrayan la importancia de definir bien un problema, pero “los estudios de casos a los que se exponen los estudiantes vienen ya predefinidos y están sacados de su contexto real, un contexto que está siempre cargado de ideología, es polémico o políticamente conflictivo” (p. 118). Un clima hiperpartidista impone una presión constante para rehuir la redefinición de los problemas. Al fin y al cabo, si el objetivo es “ganar” imponiendo nuestras soluciones, las políticas alternativas no son simplemente erróneas, sino peligrosas”.

La identificación correcta del problema tiene que cumplir ciertas reglas: debe ser lo suficientemente concreta como para ser solucionable. “Mejorar el nivel educativo de una nación” no es un problema bien planteado. Además, los problemas complejos no pueden tener soluciones simples. Hay que estar dispuestos a reformular el problema cuando la primera definición no encuentra solución, y con frecuencia fragmentarlo. La información ha de buscarse en todas partes, por ejemplo, estudiando soluciones que han funcionado en casos excepcionales, por si pueden exportarse a otros casos. Por ejemplo, el doctor Schadt dirige en el Hospital Mount Sinai un departamento que estudia por qué personas que genéticamente estaban predeterminadas a generar una enfermedad, no lo han hecho. ¿Qué mecanismos las han protegido?  En el ámbito educativo, ¿por qué algunos alumnos que han sufrido todo tipo de maltrato salen adelante? Por último, un problema correctamente formulado permite la colaboración de los posibles solucionadores.

Noveck se queja de que las Universidades no enseñan a enfrentarse con problemas reales, por lo que menciona elogiosamente los pocos departamentos que lo hacen, y de los que la Academia tendrá que aprender. “Las investigaciones empíricas demuestran que aprender solo a resolver problemas bien estructurados deja a los graduados mal equipados para abordar problemas abiertos y complejos del mundo real”.  Hay iniciativas que pretenden eliminar ese déficit, como la “Reach Alliance”, de la Universidad de Toronto o la “Ingeniería de Políticas” de Fukuyama y Weinstein, en Stanford, donde los verdaderos innovadores deben descubrir el problema, no trabajar sobre uno ya presentado. Deben aprender el oficio epistémico de cómo definir un problema, su contexto histórico y social, y sus causas fundamentales. (Maggi Savin-Baden, “The Problem Based Learning Landscape”; Planes, 44. 1. 2001, Savin-Baden, M y Tamblyn, G., Foundations of Problem Based Learning; Gerber, E., Extracurricular Design-Based Learning.

Un aspecto importante en el modelo de Noveck es que considera que los problemas políticos -al contrario que otros problemas- no pueden buscar solo la eficacia, sino que “exigen soluciones legitimas y equitativas”, y que eso implica la formación de un nuevo tipo de políticos y de expertos. “Si creemos que la pobreza, la injusticia social y el cambio climático no van a solucionarse por sí solos, que es fundamental una mejora de la calidad de nuestro gobierno -de aquellos funcionarios que están en primera línea  para abordar los problemas públicos-, y que se necesita voluntad política para el cambio, entonces tenemos que preguntarnos: ¿Cómo estamos formando a los que gobiernan? ¿De qué manera estamos generando oportunidades educativas equitativas dotando a cada estudiante de la capacidad de mejorar su propia comunidad e impartiendo conocimientos especializados y métodos de resolución de problemas para ayudarles a desarrollar sus potencialidades?” (p. 491).

El talento político es el creador de la ética, porque es el encargado de inventar y realizar la justicia.  

Parece que la autora ha caído en un buenismo que piensa, en contra de lo que mostró Maquiavelo, que la moral tiene que ver algo con la política. No fundamenta su postura, lo que favorece esta interpretación. Pienso que tiene razón pero que hay que mejorar el enfoque y justificarlo. No se trata de que una solución tenga que ser eficiente y, además, tras una especie de control de calidad superior, ser éticamente aceptable, es que las mejores soluciones son las que constituyen la ética. Es decir, la ética no es un sistema autónomo – elaborado a partir de fuentes ajenas de legitimación, por ejemplo, religiosas- al que la política -otro sistema diferente- debe plegarse. La ética es la creación de la inteligencia política cuando se esfuerza por resolver de la mejor manera posible los problemas que afectan a la convivencia social y a la pública felicidad. Emerge del propio debate político, como   vio el “director” de la Academia, Aristóteles, quien afirmó que la Ética se ocupaba de la felicidad individual y la Política de la felicidad colectiva, lo que la convertía en una instancia superior. Lo diré de la manera más estrepitosa: El talento político es el creador de la ética, porque es el encargado de inventar y realizar la justicia.

Por si no ha quedado claro, llamamos “justicia” a la mejor solución de los problemas de convivencia, lo que constituye la “pública felicidad”.

Por lo tanto, no es que las “buenas soluciones” tengan que ser justas, sino que llamamos “justas” a las mejores soluciones, es decir a las que respetan mejor los derechos y las aspiraciones legitimas de los ciudadanos, ponderan adecuadamente los valores que entran en contradicción, amplían las posibilidades de todos los ciudadanos, en resumen, colaboran eficazmente a la felicidad política. La justicia no es un metro con el que podamos medir la calidad de nuestras soluciones, sino la propia construcción del metro, un horizonte nunca alcanzado, hacia el que sin embargo nos orientamos, como la Felicidad o la Verdad.

Noveck ha añadido algunos elementos a nuestro mapa: la identificación y definición del problema es el paso esencial para la solución, al que no suele dedicarse el suficiente esfuerzo. Todo el mundo tiene prisa por pasar a las soluciones, pero, como escribe Noveck: “Cuando equivocadamente defendemos un método o una solución basados en una percepción inexacta de lo que el problema es en realidad, terminamos resolviendo el problema equivocado y reducimos la probabilidad de desarrollar soluciones que realmente funcionen”. Me ha recordado una frase atribuida a Einstein: “Si yo tuviera una hora para resolver un problema, y mi vida dependiera de la solución, gastaría los primeros 55 minutos en determinar la pregunta apropiada, porque una vez conociera la pregunta correcta, podría resolver el problema en menos de cinco minutos”. Noveck ha añadido un elemento importante: las soluciones políticas no solo necesitan ser eficaces, necesitan ser justas. La justicia es una característica imprescindible de la buena solución.