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La intuición, como un medio inmediato, no argumentado, de alcanzar un conocimiento, se ha admitido siempre, pero sin saber justificarlo. Se ha hablado de la “intuición femenina”, del “ojo clínico”, del “olfato para los negocios”, el “sexto sentido”. Napoleón hablaba del “coup d’oeil” como  «don de ser capaz de ver de un solo vistazo las posibilidades que ofrece la situación”.  Clausevitz usaba el término “genio” para designar la capacidad de tomar decisiones acertadas en situaciones difíciles, con una información inadecuada, gran complejidad, altos niveles de incertidumbre y consecuencias gravísimas en caso de fracaso”. Era una mezcla de inteligencia racional e inteligencia subracional, junto a las facultades emocionales que conforman y completan la intuición. Napoleón creía que era un don natural. Clausevitz, en cambio, que se podía aprender. Malcolm Gladwell, en su libro Inteligencia untuitiva. ¿Por qué sabemos la verdad en dos minutos? considera que la intuición permite tomar decisiones acertadas utilizando menos cantidad de información. Creo que no tiene razón, y que eso convierte la intuición en un fenómeno casi mágico.

La intuición se basa en la memoria y es un modo de utilizar grandes bloques de información simultáneamente, en paralelo, aprovechando esta maravillosa facultad que tiene el cerebro humano. Y puede desarrollarse con entrenamiento. Martin Seligman, que fue Presidente de la American Psychological Association, puso un ejemplo biográfico que tiene gracia. Contó que había jugado unas 250.000 partidas de bridge, lo que le permitía intuir las jugadas de sus adversarios. (Seligman, M. y Kahana, M., “Unpacking intuition. A conjecture”, en Perspectives on Psychological science, vol.4, nº4, 2009, pp. 399-402). Los psicólogos que entrenaban al equipo soviético de ajedrez trabajaban para que los jugadores adquirieran un “sentimiento de peligro”. Aplicaban ese título a la capacidad de con un solo vistazo descubrir los puntos débiles del tablero. Gracias a esa rapidez podían dedicar después más tiempo a analizar la situación una vez identificada. Para conseguirlo consideraban que un gran maestro debía aprender unas cincuenta mil jugadas y conseguir utilizarlas como analizadores en paralelo.

Esa capacidad intuitiva se adquiere y se guarda de manera no consciente, como el resto de los hábitos. Gerd Gigerenzer en Decisiones intuitivas. La inteligencia del inconsciente (Ariel, 2009) y sobre todo Daniel Kahneman en Pensar rápido, pensar despacio, (Debate, 2012) han reconocido ese procesamiento no consciente de la información.

Para comprender bien este fenómeno debemos integrarlo en una teoría más amplia de la inteligencia, a la que dedicaré el próximo post.