El modelo diseñado por Wilson separa el diseño de las políticas de su realización. La comparación con el mundo de la arquitectura resulta esclarecedora. Quien tiene el poder de hacerlo -el ejecutivo- decide poner en marcha un proyecto de construcción. A partir de ahí, son los departamentos técnicos (la Administración) los que hacen los cálculos, organizan los trabajos, contratan el personal, cuidan de la logística, etc. En una palabra, construyen el edificio. ¿Qué hace la dirección? Decide el proyecto, vigila la realización, proporciona la financiación, autoriza los cambios y da la orden de parada. El ejecutivo no sabe calcular la resistencia de materiales, ni colocar un ladrillo. No sabe, ni siquiera, si el proyecto es viable. Les pondré un ejemplo. El proyecto para la Ópera de Sídney, del arquitecto Jorn Utzon, fue elegido en un concurso internacional. Voy a considerar que fue una elección ejecutiva, desde arriba. Pero cuando entregaron el proyecto a la empresa constructora esta se dio cuenta de que era imposible. El arquitecto (el gobernante) había dibujado el proyecto, pero no había hecho los cálculos. Tuvieron que encargar a la mejor empresa especializada en estructuras que resolviera el problema. Hubo que cambiar parte del proyecto, la construcción resultó dificilísima y peligrosa, hubo huelgas, los costes se dispararon. Todo eso lo hizo la Administración, pero en cada momento, el ejecutivo dio su aceptación y siguió financiando el proyecto. Acabaron por despedir al arquitecto, a Jorn Utzon. El ejemplo pone de manifiesto la diferencia subrayada por Wilson entre el área de la decisión y el área de la realización. En la resolución de los problemas públicos vemos siempre esa diferencia entre decisiones políticas y decisiones administrativas. La dirección de un Hospital debe conseguir que todos los servicios funcionen bien, pero no debe decir al cirujano como operar.
Una administración eficiente forma parte del “capital heurístico” de una nación, de su capacidad solucionadora.
El talento de la Administración consiste en eso: en resolver los problemas que plantea la realización de los proyectos seleccionados por los gobernantes. Por eso, una administración eficiente forma parte del “capital heurístico” de una nación, de su capacidad solucionadora. Y no lo estamos consiguiendo. Beth S. Noveck que fue encargada por el presidente Obama de hacer más eficiente la Administración federal, escribía: “No existe un curso metodológico comúnmente aceptado que enseñe como realizar un proyecto desde la idea inicial hasta su resolución. Y los programas de formación dirigidos a los trabajadores públicos o de ONG tampoco ofrecen un currículo de resolución de problemas” (…) “La incapacidad del sector público para utilizar métodos creativos de resolución de problemas que aprovechen la inteligencia colectiva es generalizado”.
El enfoque heurístico de la Academia del talento político -tal como expliqué en Historia universal de las soluciones– intenta corregir ese fallo.