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¿Qué es ser un buen profesional?

Estos HOLOGRAMAS son un ensayo de PERIODISMO EXPANSIVO. Conocer lo que ocurre es fácil, comprenderlo es complejo. Cada lector debe poder elegir el nivel de comprensión en que quiere moverse. Propongo tres niveles: uno, reducido, en formato papel. Otro más amplio, en formato digital, que, a su vez, remite a una RED DE COMPRENSIÓN sistemática, necesaria por la inevitable conexión de los asuntos. Tal vez sea un proyecto megalómano, pero creo que vale la pena intentarlo. El artículo inicial de este holograma se publicó en EL MUNDO el día 28 de junio de 2020.


¿Qué es ser un buen profesional? La Formación Profesional no tendrá solución mientras no se libere del peso de la historia. Es víctima de varios errores históricos: la separación de trabajos manuales y profesiones liberales; el prestigio de la inteligencia teórica sobre la práctica; el papel de la profesión como identificador de la calidad personal; una confusa idea de los fines del sistema educativo. El aprendizaje formal se divide en dos bloques: educación básica (obligatoria) y educación profesional (vocacional). La universitaria es también formación profesional. Preguntas esenciales. ¿Qué profesionales necesitamos? ¿Qué es un ser un buen profesional? Decir “el que conoce bien su oficio” es insuficiente. Habría que añadir “y lo ejerce bien”. La pandemia nos brinda un ejemplo. ¿Qué es ser un buen profesional sanitario? Sin duda el que sabe lo que hay que hacer, pero debe poseer además muchas otras cualidades. Lo mismo podríamos decir del docente, el fontanero, el político, el policía.


HOLOGRAMA 59


¿Qué es ser un buen profesional? – La Consejería de Educación del País Vasco me ha invitado a pensar sobre la Formación Profesional. Una de las razones de que su sistema de educación para el trabajo sea de los mejores del mundo es su continuo empeño en reflexionar sobre lo que están haciendo. De hecho, según la LEY 4/2018, de 28 de junio, de Formación Profesional del País Vasco, no sólo debe enseñar las competencias necesarias para cada oficio, sino también “anticiparse a las necesidades del sistema productivo”. Su proyecto de convertirse en un sistema avanzado de aprendizaje prospectivo enlaza muy bien con una propuesta que llevo haciendo hace tiempo, y que a muchos suena disparatada: la Formación profesional incluye también la formación universitaria. Se lo explicaré, pero comenzando por el principio.

Para un filósofo la “educación profesional” es un asunto importante y atractivo porque moviliza temas de teoría de la inteligencia, pedagogía, política, sociología, economía.  Por ello es un asunto especialmente indicado para un “holograma”. Implica el presente y el futuro, pero, por desgracia, está lastrada por equivocaciones históricas. Hasta que no nos libremos de esos errores no conseguiremos organizarla bien. “Profesión” significa en el mundo moderno un determinado tipo de trabajo, un oficio con competencias definidas: herrero, sastre, médico, comerciante, abogado, pianista. Tiene, pues, que ver con el trabajo. Y en nuestra cultura, el trabajo no ha estado bien visto. Para la tradición cristiana era un castigo por el pecado original. Para los griegos, una actividad del siervo. El hombre libre se dedicaba al ocio, que incluía el estudio y la política, que eran por ello ocupaciones “liberales”.  Una negación del ocio era el “nec-otio”, el negocio. Y por eso los comerciantes tampoco estaban bien vistos. La palabra sjolé, de donde deriva “escuela”, era lo opuesto al trabajo. Este descrédito del trabajo, concentrado sobre todo en el manual, duró mucho tiempo. En España, hasta 1783, cuando con una Real Cédula de Carlos III, se levantó la consideración legal de “envilecedores” que tenían los oficios mecánicos. Hasta ese momento eran  incompatibles con la hidalguía y los cargos públicos. El texto no tiene desperdicio porque supone un intento de modernización de España. “Declaro que no sólo el oficio de curtidor, sino también los demás artes y oficios del herrero, sastre, zapatero, carpintero y otros a este modo, son honestos y honrados; que el uso de ellos no envilece la familia ni la persona del que lo ejerce; ni la inhabilita para obtener los empleos municipales de la república en que están avecindados los artesanos y menestrales que los ejercitan; y que tampoco han de perjudicar las artes y oficios para el goce y prerrogativas de la hidalguía, a los que la tuvieren legítimamente”. A pesar de los años, ese desdén por los trabajos manuales no ha desaparecido.

Agravó la situación el hecho de que, por influencia platónica, el conocimiento teórico, la ciencia, se ha considerado superior a la inteligencia práctica. Con ello se cae en un claro error conceptual y psicológico, porque “investigar” o “hacer ciencia” son actividades prácticas, aunque su objetivo sea teórico. No se hace ciencia comunicándose con el cielo de las ideas, como decía Platón, sino trabajando dentro de organizaciones científicas, con sus equipos, su instrumental y su financiación. Además, cada vez es más difícil separar las actividades con finalidad no directamente cognitiva, como es la técnica, de sus fundamentos científicos.

Todavía complicó más las cosas la relación del trabajo con el dinero. Posiblemente por influencia cristiana, durante siglos la cultura europea ha tenido una postura ambivalente respecto del dinero. Ganar dinero no podía ser un fin honesto. Heredarlo, sí. Esto, por supuesto, era una impostura, pero relacionó la hidalguía con el desdén por el dinero. Una actividad dejaba de ser pura si se hacía con miras económicas. Juan Ramón Jiménez hablaba con desprecio del “oro mercantil”. Es una tentación compararlo con el poeta estadounidense Wallace Stevens, que escribió: “Money is a kind of poetry”. El dinero es un tipo de poesía. En una sociedad que se supone muy “pesetera” el hecho de que se pueda ganar más con un “trabajo manual” que con un “título universitario” sin embargo no elimina el rechazo a la actual Formación profesional. Más vale ser un abogado trabajando con penuria en cualquier cosa que un electricista rico trabajando de lo que es.

Después de esta larga introducción volvamos al tema educativo. Para diseñar una pedagogía de las profesiones debemos saber lo que es un buen profesional. Hace unos años se reunieron para tratar este tema tres pesos pesados de la psicología educativa actual: Howard Gardner (el tratadista de las “Inteligencias múltiples), Mihály Csíkszentmihályi (inventor del concepto “flujo”) y William Damon (director del monumental The Handbook of Child Psychology. Publicaron sus conclusiones en el libro Buen trabajo. Estudiaban solo dos profesiones: genetista y periodista. Creo que el intento era bueno, pero que no acabaron de comprender la complejidad del tema.

En estos hologramas he hablado del “buen economista” y del “buen político”. Y en muchos otros escritos, del “buen docente”. Es evidente que un profesional debe poseer las competencias propias de su oficio, sea herrero o neurocirujano. El concepto de “competencia”, introducido por David McClelland, ahora se ha generalizado en educación, pero tuvo su origen en la selección de personal. Había que definir cada puesto de trabajo por las competencias, las skills, las habilidades que exigía. “Habilidad” viene de “hábito”, que es el perfeccionamiento de una actividad que se adquiere mediante el entrenamiento. Los antiguos griegos llamaban “aretés” a esos “hábitos para la excelencia”, palabra que se tradujo al latín por “virtus”. El buen profesional debe adquirir la “virtudes profesionales”, que impulsan a la excelencia. Esta es otra de las características del buen profesional. No basta con que haga su oficio, debe intentar adquirir la maestría suficiente. El primer sistema de “formación profesional” conocido -el ejercido por los gremios- fijaba una clara jerarquía profesional: aprendiz, oficial, maestro. A partir de los trabajos de K. Anders Ericsson, un psicólogo sueco que trabaja en la Universidad de Florida, se ha estudiado mucho el tema de adquirir la maestría, la pericia (expertise) en una profesión. Este hábito de intentar una mejora continua es imprescindible para un buen profesional.

Pero en este momento, la velocidad de cambio, la aparición de nuevos sectores laborales, han hecho aparecer otras competencias básicas y transversales: la learnability, es decir, la capacidad de aprender con rapidez; la creatividad, o habilidad para encontrar soluciones; y las que se llaman soft skill, destrezas suaves, que tienen que ver con la capacidad de comunicación, de trabajar en equipo, de liderar o de motivar. Ahora sabemos que estas habilidades se pueden aprender (y, por eso, se pueden enseñar).

¿Estamos seguros de que esa definición agota el significado de lo que es una profesión? ¿Ha de tener sólo las “virtudes profesionales” o ha de tener otros hábitos de superior nivel? Por ejemplo, la honradez, la fiabilidad, el compromiso, los deberes concretos de la profesión, la capacidad crítica, el modo de colaborar mediante la profesión al bienestar social. Creo que estas “virtudes éticas” forman parte esencial de un “buen profesional.

Pasemos a la organización de estos aprendizajes. La educación formal puede dividirse en dos grandes sectores. La “educación básica” es obligatoria y tiene como objetivo principal el desarrollo personal, el aprendizaje de la ciudadanía y la adquisición de habilidades para seguir aprendiendo. Sobre esta educación se construye la “formación profesional”, que debería dividirse en “formación profesional de primer nivel” y “formación profesional de segundo nivel”. Siento que el término “Universidades laborales” haya quedado estropeado por sus reminiscencias franquistas porque era muy adecuado, porque introducían la educación profesional de primer nivel, en un marco socialmente prestigioso. Las otras podían llamarse Universidades científicas o Tecnológicas o Humanistas. La Universidad -como centro estatal de formación para las profesiones- tendría instituciones de primer nivel y de segundo nivel. Y en cada nivel se podría investigar. La fluidez entre uno y otro debería ser máxima porque el mundo del trabajo lo está pidiendo. El desembarco de los robots va a exigir una mano de obra más cualificada, con mayores competencias. Todos los oficios del primer nivel enlazan con los de segundo nivel. Pensemos en mecánica de motores, en electricidad, en informática, en fontanería, en medicina, en organización de oficinas. Todas comienzan en la práctica y pueden terminar en las más altas cualificaciones.

Sé que todo esto se puede considerar el sueño de una noche de verano, pero nadie ha dicho que los sueños no se puedan convertir en realidad.

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