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La regresión constitucional y el colaboracionismo ciudadano

Estos HOLOGRAMAS son un ensayo de PERIODISMO EXPANSIVO. Conocer lo que ocurre es fácil, comprenderlo es complejo. Cada lector debe poder elegir el nivel de comprensión en que quiere moverse. Propongo tres niveles: uno, reducido, en formato papel. Otro más amplio, en formato digital, que, a su vez, remite a una RED DE COMPRENSIÓN sistemática, necesaria por la inevitable conexión de los asuntos. Tal vez sea un proyecto megalómano, pero creo que vale la pena intentarlo. El artículo inicial de este holograma se publicó en EL MUNDO el día 17 de mayo de 2020.


Dictadura constitucional.- Pablo Casado y algunos juristas han acusado al gobierno de imponer una “dictadura constitucional”. Acusación grave, porque el término “dictadura” es  contundente y el hecho delictivo. La “política de improperios” que se está generalizando devalúa las palabras, y enturbia los conceptos. No se puede acusar permanentemente de “fascista”, repetir que está en riesgo la democracia, o que hemos entrado en una dictadura. La expresión “dictadura constitucional” es ambigua y me extraña que sea utilizada por expertos. “Dictadura” era una institución romana que permitía al Senado dar poderes excepcionales a un magistrado. Era, pues, un procedimiento legal. La palabra ha cambiado de significado y ahora es incompatible con el Estado de derecho. Solo se puede hablar de “dictadura constitucional” si la constitución es dictatorial, no si es democrática. ¿Es eso lo que afirman quienes usan la expresión? No lo creo. Por eso, es mejor que no la usen. O precisión o confusión.


HOLOGRAMA 53


El mundo tiene planteado un grave problema político: el reblandecimiento de las convicciones democráticas en una parte importante de la ciudadanía, como muestra la aparición de las democracias no liberales y el atractivo que está desplegando el régimen político chino. En España, la “política del improperio” sirve para convencer a más gente de que el parlamentarismo no sirve para nada. También lo pensaba Schmitt. Vimos al comentar la Ley habilitante que llevó a Hitler al poder absoluto, que la democracia sólo es fiable si la ciudadanía es democrática, y eso nos exige a todos un esfuerzo de educación crítica par evitar ser colaboracionistas inconscientes.

Varios enlaces van a dibujar la red escondida de nuestra situación política. Steven Levitsky y Daniel Ziblatt en Cómo mueren las democracias, (Ariel, 2018) sostienen una tesis que merece ser reflexionada. Las democracias, dicen, pueden terminar de dos maneras: por golpes militares o a manos de líderes electos que subvierten el proceso mismo que les condujo al poder. Esto puede suceder  a toda prisa, como hizo Hitler, después del incendio del Reichstag en 1933, pero “más a menudo, las democracias se erosionan lentamente, en pasos apenas apreciables”. Eso quiere decir que la ciudadanía acepta el cambio, o se acomoda a él. Aparece entonces lo que he denominado “síndrome de inmunodeficiencia social”, que es la incapacidad de generar anticuerpos para defenderse de las agresiones. Ese es el problema.

Los expertos en derecho constitucional Aziz Huq y Tom Ginsburg  han acuñado una fórmula más interesante que “dictadura constitucional”: “regresión constitucional” (“How to Lose a Constitutional Democracy”, UCLA Law Review 65, 2018). Desde finales de la Guerra Fría, la mayoría de las quiebras democráticas no las han provocado militares, sino los propios gobiernos electos. Como Chávez en Venezuela, dirigentes elegidos por la población han subvertido instituciones en Georgia, Hungría, Nicaragua, Perú, Filipinas, Polonia, Rusia, Sri Lanka, Turquía y Ucrania. En la actualidad, el retroceso democrático empieza en las urnas” (p. 13). Es decir, los regímenes autoritarios no están contra el pueblo, sino que se apoyan en el pueblo. ¿Qué está sucediendo?¿Por que se da esa colaboración?

David A Runciman  con su libro How Democracy Ends se incorpora aquí al debate. Comparte la común idea de que la democracia representativa no lo está haciendo bien,  aunque critica la actitud que ve al fascismo tras cualquier esquina. El peligro es que antes, ante una amenaza de golpe de Estado, la gente se movilizaba. Ahora en cambio está paralizada. Lo atribuye a la revolución digital, que está minando la democracia de varias maneras. No estamos valorando el impacto de las nuevas formas de comunicación. Ellas animan una gratificación inmediata, mientras que la democracia  presupone una capacidad para soportar la frustración y la paciencia. El populismo -de derechas o de izquierdas- es la condición natural de la política democrática en la era de Twitter. Los políticos que tienen éxito son los que manejan mejor las redes, como Trump. La erosión real de la democracia llega cuando cae en manos de narcisistas captadores de atención. De nuevo aparece el “síndrome de inmunodeficiencia social”.

Esto se relaciona con un concepto elaborado por Sheldon Wolin: el totalitarismo invertido. Recuerda que Reagan dijo en 1980 que quería “liberar al pueblo de la carga del gobierno”. Eso condujo a EEUU a una paulatina disolución de la democracia en un totalitarismo invertido. ¿Por qué invertido? Porque en vez de basarse en una movilización de las masas se basa en una desmovilización. El totalitarismo invertido es el arte de moldear el apoyo de los ciudadanos sin dejarles gobernar. Piensa que una ciudadanía apática redunda en una política dirigida más eficiente y racionalizada.

En Estados Unidos, sobre todo con la llegada de Trump al poder, se ha planteado un tema: la constitución americana tiene mecanismos de salvaguarda, pero ¿son suficientes? La constitución de la república de Weimar estuvo redactada por algunas de las mentes jurídicas más preclaras del momento. Tras la independencia de los países de Latinoamérica, varias naciones copiaron el sistema presidencialista de la constitución estadounidense, y eso no impidió que cayeran en guerras civiles  o en dictaduras. La de Argentina  es muy parecida a la de EEUU. Dos tercios de su texto es un calco de la americana. Eso no impidió elecciones fraudulentas a finales del XIX los golpes militares de 1930 y 1943, y la autocracia populista de Perón. Las constituciones pueden tener lagunas, ser incompletas, o permitir diferentes interpretaciones.

“Si la Constitución redactada en Filadelfia en 1787 no es lo que ha sostenido la democracia estadounidense, entonces ¿qué lo ha hecho? Son muchos los factores relevantes, incluida la inmensa riqueza del país, una extensa clase media y una sociedad civil activa. Ahora bien, creemos que en gran medida la respuesta cabe buscarla en el desarrollo  de sólidas normas democráticas.  Todas las democracias de éxito dependen de reglas informales que, pese a no figurar en la constitución ni en la legislación, son ampliamente conocidas y respetadas. (Levitsky y Ziblatt 121). Una de esas reglas es la que denominan “contención institucional”. Es decir, “la acción de refrenarse para no ejercer un derecho legal”. Hasta ahora, los  Presidentes se han negado a hacer todo lo que podían legalmente hacer. Por ejemplo, un Presidente puede perdonarse a sí mismo por un acto ilícito, pero nadie lo ha hecho. Durante gran parte de la historia el límite de dos mandatos no era una ley sino una norma de contención. Si esas normas de contención consuetudinarias no existen, surge lo que Eric Nelson describe como un “ciclo de extremismo constitucional creciente”. De esta manera están derivando algunas democracias hacia regímenes autoritarios.

Hace años, Robert Putnam, en Para que la democracia funcione, se planteó una pregunta relevante. ¿Por qué las instituciones funcionan mejor en unas regiones de Italia que en otras? Su respuesta fue: su éxito o fracaso depende del capital social de esa región. Tras mirar con lupa todas las posibilidades, creo que  la última garantía constitucional es el capital social del que dispone la ciudadanía,  su deseo de información veraz, el pensamiento crítico, la participación política, el rechazo a la corrupción y a la ineficacia, en una palabra, la fuerza de su sistema inmunológico social.

Estos Hologramas son una mínima colaboración para fortalecerlo.

 

¿Cómo mueren las democracias?

La inteligencia colectiva

El síndrome de inmunodeficiencia social

¿Está la libertad sobrevalorada?

 

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Únete 3 Comments

  • Pablo García dice:

    (Creo que mi comentario va a figurar como respuesta suya, Sr. Marina, no como comentario mío. Por favor verifíquenlo antes de publicar este comentario y eliminen este texto entre paréntesis, que es únicamente de carácter de incertidumbre técnica por los cyberduendes…).

    Efectivamente, es muy gratificante ver cómo enhebra conceptos claves de estos días y que verbalizan sensaciones de angustia o de que algo «huele a podrido en Dinamarca».
    En esa línea, se me quedan gravadas ya expresiones como «síndrome de inmunodeficiencia social», «contención institucional» o la que relaciona la era Twitter por su simplificación e inmediatez de sus respuestas con el populismo. Ésta última la percibo como una actualización preocupante de los mecanismos primarios de linchamiento o de aclamación y, por tanto, una absoluta de regresión de la reflexión y el Derecho.

    Muchas gracias por sus aportaciones, que veo de un enorme valor.

    Pablo García

    • jose antonio marina dice:

      Le agradezco su comentario. Creo que vamos a vivir un periodo de gran confusión ideológica y de descrédito del pensamiento crítico. Un libro que creo que ya he comentado (Jonathan Haidt: La transformacion de la mente moderna) advierte de este desden por la crrítica en las grandes universidades americanas que son, al mismo tiempo, donde se educa una parte importante de la élite científica, economica y política del mundo.

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