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Historia de la Filosofía o Historia del pensamiento

ose Antonio Marina

Catedrático de Bachillerato. Premio Nacional de Ensayo 1993

Cuadernos de Pedagogía, Nº 4195, Sección Tema del Mes, Diciembre 2018-Enero 2019, Wolters Kluwer

El autor defiende la idea de la filosofía como «ciencia estricta y rigurosa» y cree necesario que se cultive en la enseñanza no universitaria y también en la universitaria como fundamento para el pensamiento crítico y para la comprensión del resto de creaciones humanas. Asimismo, aboga porque la historia intelectual —del pensamiento, de las ideas, de las creencias— forme parte de la ciencia de la evolución de las culturas, que incluya la historia de la filosofía.

Desde su aparición, los seres humanos han utilizado el pensamiento para resolver problemas, dirigir el comportamiento, relacionarse, inventar. Es pues una función básica que está en el origen de la cultura, y que se despliega en dominios y tipos diferentes. Hay un pensamiento mágico y un pensamiento científico, un pensamiento matemático y un pensamiento poético. La filosofía fue una de sus creaciones. Aunque en su origen designó sólo el afán de conocimiento (etimológicamente «amor a la sabiduría»), en este momento debemos considerarla como una ciencia de segundo nivel que se ocupa (1) de la inteligencia humana, sus posibilidades y sus limitaciones (2) de la comprensión de la acción y de las creaciones humanas: filosofía de la ciencia, del arte, del derecho, etc. (3) de la elaboración de los criterios de evaluación que deben guiar nuestra actividad científica, política, y práctica.

Defiendo, pues, una idea de la filosofía como «ciencia estricta y rigurosa», y pienso que ha de cultivarse en la enseñanza no universitaria —y sería deseable que en la universitaria también— como fundamento para el pensamiento crítico y para la comprensión del resto de creaciones humanas. Eso me lleva a mantener que su historia tiene respecto de la filosofía una relación similar a la que tiene la historia de la ciencia respecto de la ciencia. Es importante para comprenderla, pero no la sustituye. Una cosa es, pues, la Filosofía y otra la Historia de la Filosofía. Ambas solo pueden confundirse cuando se niega la posibilidad de una ciencia filosófica en sentido estricto.

Eso no implica desinterés por la obra de los grandes filósofos. Su obra forma parte de la gran aventura creadora de la inteligencia humana, de su lucha por conocer, resolver problemas, tomar buenas decisiones, buscar la salvación, organizar la convivencia. Forma, pues, parte de la caudalosa evolución cultural de la humanidad, parte importante de una «historia del pensamiento humano». Nos permite acercarnos a la «experiencia filosófica» de la misma manera que, como explica en su artículo Álvaro Pombo, la historia de la literatura nos permite comprender la «experiencia poética», o la historia política la «experiencia del poder».

Introducir la «Historia de la Filosofía» dentro de una «Historia del pensamiento» permite resolver un difícil problema de demarcación. ¿Hay que incluir en la historia de la filosofía los escritos teológicos de los pensadores medievales? ¿Y a Confucio? ¿Y a Buda? ¿Y «La riqueza de las naciones» de Adam Smith, que dio origen a la ciencia económica? ¿Y la autobiografía de Nietzsche? ¿Y los tratados jurídicos de Vitoria? ¿Y los escritos económicos de la escuela de Salamanca, o de Locke? ¿Y «La náusea» de Sartre, una novela? ¿Y los libros de autoayuda, como el «De senectute» de Séneca, o la «Consolación a Marcia»? ¿Y los tratados de lógica matemática? Así pues, la historia intelectual —del pensamiento, de las ideas, de las creencias— forma parte esencial de la ciencia de la evolución de las culturas, y debe incluir, por supuesto, la historia de la filosofía. La primera persona que concibió la idea de una historia intelectual fue acaso Francis Bacon (1561-1626). Pensaba que era la historia más interesante, porque sin tener en cuenta las ideas dominantes en una época, «la historia es ciega». Voltaire hablaba de una filosofía de la historia que era la filosofía escrita con los intereses del philosophe. Hegel convirtió toda la historia en el desenvolvimiento de la Idea. La escuela francesa de los Annales estudió el clima intelectual, las «mentalidades». Arthur O. Lovejoy, de la John Hopkins, fundó el Journal of the History of Ideas, en 1940, en el que colaboró Bertrand Russell. Pensaba que la historia de las ideas seguía un movimiento oscilatorio entre intelectualismo y anti-intelectualismo, entre romanticismo e ilustración. En otro ensayo identificaba la historia de las ideas con la historia de la filosofía, la ciencia, la religión, la teología, las artes, la educación, la sociología, el lenguaje, el folclore, y la etnografía, la economía y la política, la literatura y la sociedad. Collingwood intentó renovar los estudios históricos recordando que «toda la historia es historia del pensamiento», en el sentido de que una evidencia histórica carece de significado si no puede inferirse el propósito para el que se concibió. »El conocimiento histórico es la reconstrucción en la mente del historiador del pensamiento cuya historia está estudiando».

Un ejemplo permitirá ver con claridad la diferencia entre historia del pensamiento y de la filosofía. La historia de la filosofía estudia los tratados de ética. La historia del pensamiento estudia las costumbres morales de cada sociedad, su realización vital. Hace muchos años, con motivo de la Declaración Universal de los Derecho humanos, Jacques Maritain defendió una fundamentación de la ética que no se basaba en el razonamiento de los filósofos, sino en la «experiencia moral de la humanidad». Escribió: «Debido al desarrollo histórico de la humanidad, a las crisis cada vez mayores del mundo moderno y al progreso, aunque precario, de la conciencia moral y la reflexión, los hombres de hoy advierten, más plenamente que en el pasado, un número de verdades prácticas relativas a su vida común sobre las cuales pueden llegar a un acuerdo, pero que derivan en el pensamiento de cada uno de concepciones teóricas distintas».

En efecto, es posible un acuerdo práctico entre hombres que teóricamente se oponen entre sí. «En tal caso —continuaba Maritain— nos hallamos frente a la paradoja de que la justificación racional es indispensable y al mismo tiempo impotente para crear un acuerdo entre los hombres». José Luis Aranguren mantuvo una postura parecida: «Los profesores de ética olvidan con demasiada frecuencia que la ética no crea su objeto, sino que se limita a reflexionar sobre él, a considerar el «de suyo» de la realidad moral. Toda moral, también la moral verdadera, se ha manifestado en la vida, en la experiencia, en la historia, en la religión, en la Revelación. Por eso el método de la ética tiene que ser la epagogé, en el sentido primario e intraducible de esta palabra. Esta separación de la realidad se echa de ver, sobre todo, en los tratados de historia de la ética. ¿Se puede estudiar la historia de la Ética prescindiendo de la historia de la moral? (III, 461). «Creo que al buen profesor de Ética le es imprescindible un hondo conocimiento de la historia de la moral y de las actitudes morales vivas». (III, 464).

Mientras que la historia de la filosofía se basa en la obra de personas concretas, identificables, hay formas sociales de pensamiento que proceden de la cooperación no intencionada de innumerables sujetos. El Premio Nobel de Economía Friedrich von Hayek estuvo fascinado por lo que denominaba «orden espontáneo» generado por sistemas complejos. Estudió cómo funcionaban mecanismos coordinadores que utilizan información dispersa en el mercado, en la creación de normas, como la common law anglosajona, las instituciones sociales o los sistemas normativos.

Cada obra filosófica es la solución a un problema, y si no conocemos cual es, no entenderemos la respuesta

En este monográfico defendemos que la historia tiene un contenido que hay que estudiar, pero, a su vez, puede servir como «método pedagógico» para introducir en otros dominios. Pensemos, por ejemplo, en la evolución de las instituciones políticas. No podemos comprender el concepto «imperio», «nación», «soberanía», «democracia» sin asistir a la evolución de esos conceptos y de las instituciones que designaban. En Economía sucede lo mismo. La aparición de la agricultura produce la aparición de excedentes, lo que permite ampliar la noción de propiedad, la desigualdad económica, la necesidad de proteger la propiedad, la vida en la ciudad, la aparición del mercado, la insuficiencia del sistema de trueque para mantener un comercio fluido, la invención del dinero, la creación de instrumentos financieros cada vez más complejos, etc. Reinhart Koselleck defendió una «historia de los conceptos»: «La investigación de los conceptos y de su historia lingüística forma parte de las condiciones mínimas necesarias para poder comprender la historia» (Historia de conceptos, Trotta, 9). La historia conceptual se une a la historia social. Pone como ejemplo, la idea de matrimonio en Europa. «La teología y la religión (o su ausencia), el derecho, los usos y costumbres constituyen el marco de condiciones en el que se desarrolla cualquier matrimonio particular (…) Se trata en general de reglas institucionalizadas y de modelos interpretativos que crean y limitan el espacio vital de un matrimonio» (23). Pondré un ejemplo más extremoso. La tecnología es fruto de una formidable actividad intelectual, que no se puede identificar con la científica. No podemos hablar de «historia del pensamiento» sin incluir en ella la historia del pensamiento tecnológico.

El estudio de la historia debe hacerse, por supuesto, siguiendo la cronología. Pero, como se explica en otro artículo, desde el punto de vista didáctico conviene copiar el método de los ingenieros. Cuando se encuentran ante una máquina que desconocen, intentan una ingeniería inversa, es decir, pretenden recorrer el proceso constructivo de la máquina, para conocer así su función y su funcionamiento. Pensamos que el método es viable en Historia y que es importante buscar en ella la genealogía del presente. El método es muy eficaz en la historia del pensamiento, incluida la filosofía. Cada obra filosófica es la solución a un problema, y si no conocemos cual es, no entenderemos la respuesta. Contaba Jean Walh, un famoso profesor de filosofía de la Sorbona, que un día al explicar las paradojas de Zenon —ya saben, Aquiles nunca alcanzará a la tortuga— las sometió a una brillante refutación. Su satisfacción desapareció cuando un alumno le dijo: «He entendido perfectamente la refutación; lo que no he entendido es el problema». Es evidente que sin conocer los conflictos, los proyectos, las aspiraciones de la humanidad no podremos comprender como ha utilizado el pensamiento para resolverlos. En un segundo paso, habrá que ir más allá y averiguar por qué ese problema apareció en aquel momento o en aquel autor.

En este número monográfico defendemos la utilidad pedagógica de la historia para introducir a los alumnos en el conocimiento de campos muy diversos de la acción y del conocimiento humano. En este artículo solo hemos hablado de pensamiento, pero en el origen de la acción humana, y en el origen de la acción humana no solo están las ideas y las creencias. También influyen decisivamente las pasiones, los deseos, los sueños. Junto a la historia del pensamiento deberíamos incluir en la Ciencia de la evolución de las culturas una historia de la afectividad humana, de su tenaz y confuso esfuerzo por alcanzar la felicidad. Pensamos que para comprender de manera más profunda la naturaleza humana debemos estudiar evolutivamente todas sus manifestaciones.

En el origen de la actuación humana no solo están las ideas y las creencias, también las pasiones, los deseos o los sueños

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