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¿Debe el Estado financiar la cultura? ¿Qué cultura?

La economía debe dejar de ser la ciencia que administre la escasez para convertirse en la que amplíe las posibilidades humanas y así favorecer todo tipo de innovación

Economía abierta es un proyecto de ciencia económica adaptada al ciudadano. Puesto que la economía penetra todas las actividades humanas, si no elaboramos una que sea comprensible, humanista y abierta a todos los dominios de la vida, estamos limitando la capacidad de elegir inteligentemente y, por lo tanto, reduciendo el poder creador de la participación democrática. De la misma manera que la ‘salud pública‘ implica una educación sanitaria de la ciudadanía, una ‘economía pública’ exige una educación económica de la comunidad.

 

Pondré un ejemplo. Con frecuencia se dice que el Gobierno no protege la cultura, bien porque no invierte en ella o porque la grava con impuestos como el IVA. En 2015, la Administración estatal gastó en cultura 672 millones, la autonómica 1.081 y la local 3.017. ¿Es mucho o poco?¿Se gasta bien? Y lo que me interesa más, ¿cómo puede el ciudadano contestar a estas preguntas?

 

La cultura de un país es el conjunto de modos de vida, creencias, técnicas, costumbres…

 

En el núcleo de la Economía está la necesidad de elegir. No se puede tener todo. Por eso, da tanta importancia al concepto ‘coste de oportunidad’. Al hacer un gasto, no basta con justificar su conveniencia. También hay que considerar las posibilidades que descartamos al tomar esa decisión. Hace poco, un antiguo alumno mío me dijo que no sabía si pedir un préstamo para comprarse una casa o para comprar la licencia de un taxi. Era un caso claro de coste de oportunidad.

placeholderExposición 'Ultramar'. (EFE)
Exposición ‘Ultramar’. (EFE)

Cultura cinco estrellas

En el caso de la inversión en cultura, resulta complicado aclararse, porque el concepto es ambiguo. La cultura de un país es el conjunto de modos de vida, creencias, técnicas, costumbres. En ese sentido, podemos decir que la ablación del clítoris es una peculiaridad de determinadas culturas. Pero también utilizamos esa palabra para designar una ‘cultura cinco estrellas’, es decir, la que procede de actividades creativas estéticamente valoradas: literatura, cine, teatro, música, plástica, etc. Así lo entienden los suplementos y programas culturales de los medios de comunicación, y también el Ministerio de Cultura. Resulta chocante que campos tan poderosamente creadores como la ciencia o la tecnología estén excluidos.

 

Admitamos esta distinción. ¿Debe el Estado invertir en promover esa cultura cinco estrellas? Nos encontramos ante una nueva disyuntiva. Una cosa es el acceso a la cultura (bibliotecas, museos, teatros y orquestas nacionales, protección del patrimonio artístico, etc.) y otra es el apoyo económico a la creación artística (becas para artistas, subvenciones a editoriales o productoras teatrales o cinematográficas, etc.). El primer aspecto está estrechamente ligado a la educación, por eso siempre me ha parecido adecuado que el Ministerio de Educación englobara la competencias culturales.

Costes de oportunidad

Tal vez pese sobre mí una experiencia que tuve cuando estudiaba en la universidad. Entonces, dirigía los Teatros Universitarios, y se me ocurrió que podríamos organizar un gran congreso sobre el teatro español del Siglo de Oro, acompañado de representaciones hechas por grupos universitarios, que entonces eran fantásticos. Con ese fin fui a pedir dinero a la Dirección General de Educación —creo recordar que se llamaba así—, que en aquella época dirigía Joaquín Tena Artigas. Me escuchó muy atentamente, me dijo que le parecía un proyecto muy interesante, que podía disponer de una partida de dinero que iba a dedicar a una campaña dirigida a niños de Primaria para que se lavaran los dientes, y que le interesaba saber qué objetivo me parecía más importante. Tuve que decirle que la campaña sanitaria. Fue un caso claro de coste de oportunidad.

placeholderAlba Flores y Aitana Sánchez-Gijón, en 'Troyanas', de Eurípides. (EFE)
Alba Flores y Aitana Sánchez-Gijón, en ‘Troyanas’, de Eurípides. (EFE)

La intervención estatal en la cultura cinco estrellas puede evaluarse desde una perspectiva puramente económica. Es un sector muy potente. Además de la inversión estatal, el gasto de las familias fue de 14.000 millones (un 2,7%), se exportaron 7.880 millones y se pueden atribuir al turismo cultural unos 15.000 más. Los estudios sobre el valor económico de la lengua española —en especial los impulsados por la Fundación Telefónica— calculan que el 15% del PIB español tiene que ver con la lengua.

 

Aurélie Filippetti, que fue ministra de Cultura de Francia hasta 2014, recomendaba calcular el PIB cultural, es decir, el porcentaje que puede atribuirse a actividades culturales. En Francia, la industria cultural producía mayor valor añadido que la del automóvil. Desde este punto de vista, la cultural sería una más, que debería ser apoyada por la Administración pública como cualquier otro sector económico. El Estado debe actuar como promotor, para animar la inversión privada.

Competencias humanas

¿Qué pasa con las actividades que no son rentables? Aquí entra en juego otro concepto económico muy interesante: las externalidades. Son aquellos efectos positivos o negativos no buscados, pero producidos, por una actividad económica. Una ‘externalidad negativa‘ es la polución producida por la industria. La inversión cultural debería producir ‘externalidades positivas‘. Martha Nussbaum, premio Príncipe de Asturias de Humanidades, defiende en su libro ‘Not for profit’ la necesidad de las humanidades y de las artes para un tipo distinto de crecimiento económico, basado en el aumento de lo que se denomina ‘capital social’.

 

Resulta chocante que campos tan poderosamente creadores como la ciencia o la tecnología estén excluidos de la cultura

 

Economistas como el premio Nobel Amartya Sen piensan que la riqueza de una nación no es solo lo que mide el PIB o la renta per cápita, sino también las competencias humanas que favorece. Otros, como Schumpeter o Kirzner, piensan que la innovación o la creatividad son el motor impulsor del crecimiento, y que una «sociedad creativa», como ha señalado Richard Florida, puede favorecer todo tipo de innovación. La economía deja de ser la ciencia que administra la escasez para convertirse en la ciencia que amplía las posibilidades humanas.

 

Este es un tema económico que excede los intereses de la ‘economía cerrada’. Por eso, necesitamos una ‘economía abierta’, capaz de ponderar todas las dimensiones del desarrollo humano. Eso es lo que estamos intentando en la Cátedra de Economía abierta, de la Fundación UP.

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