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Claves para un partido necesario e improbable.

Estos HOLOGRAMAS son un ensayo de PERIODISMO EXPANSIVO. Conocer lo que ocurre es fácil, comprenderlo es complejo. Cada lector debe poder elegir el nivel de comprensión en que quiere moverse. Propongo tres niveles: uno, reducido, en formato papel. Otro más amplio, en formato digital, que, a su vez, remite a una RED DE COMPRENSIÓN sistemática, necesaria por la inevitable conexión de los asuntos. Tal vez sea un proyecto megalómano, pero creo que vale la pena intentarlo. El artículo inicial de este holograma se publicó en EL MUNDO el día 15 de marzo de 2020.


Claves para un partido improbable. La oposición Progresistas/conservadores está enclaustrada en una dimensión lineal y polarizada, demasiado rígida para la complejidad actual. Dentro de ella, un partido de centro se convierte en mera cuña de límites flotantes. Ojalá, en vez de actuar de amortiguador, saltara de nivel, escapando de ese corsé lineal, y se convirtiera en un partido “transideológico”, capaz de evaluar y aprovechar las ideologías. Dispuesto a aprender, cosa imprescindible para un mundo complejo, y a aceptar lo bueno, venga de donde venga. Creativo, pero sabiendo que crear es “hacer posible” que suceda algo valioso y nuevo, aunque el autor sea otro. Progresistas y conservadores se enfrentan por su idea del Estado, la igualdad, la libertad, las normas morales y el capitalismo. Superar ambas posiciones permite diseñar un modelo de Estado promotor, proteger la igualdad inicial, defender una libertad positiva, afirmar una moral transcultural, y reivindicar el capital social.


HOLOGRAMA 43


La división entre derechas e izquierdas procede de la Revolución Francesa, cuando girondinos (conservadores) se sentaron a la derecha y jacobinos (progresistas) a la izquierda. Desde entonces, se ha intentado superar esa distribución dicotómica sin conseguirlo. Primo de Rivera organizó en 1933 un “movimiento que no es de derechas ni de izquierdas”. La tercera vía de Tony Blair fue un experimento interesante. Fracasó. “Podemos” no era de derechas ni de izquierdas, porque aspiraba a ser un movimiento transversal. UCD, UPyD y Ciudadanos también desearon superar esa división. George Lakoff, estudiando el enfrentamiento entre republicanos y demócratas, niega que pueda haber una ideología centrista, porque lo que se entiende por tal es tan solo una actitud moderada, que, por cierto, acaba fomentando que los descontentos se vayan a los extremos. Tariq Ali -en su obra  El extremo centro,  condena al centrismo como una degeneración democrática, porque debilita la energía reformadora. En esta línea -progresismo/conservadurismo- es difícil situar a los partidos liberales, que en Europa se alinean con los conservadores y en Estados Unidos, en ciertos aspectos, con los demócratas.

¿Hay algo malo en el sistema bipartidista? En principio, no, salvo que los partidos sufren lo que en psicología se llama “enfermedad de las categorías”, una rigidez conceptual producida por el tiempo y por el enrocamiento ideológico producido por los sucesivos enfrentamientos. También los nacionalismos padecen esa enfermedad. No parece la mejor actitud para enfrentarse a situaciones sociales, económicas y políticas que cambian con inquietante rapidez. Los partidos, como la mayor parte de las organizaciones humanas, se ven arrastrados por el vértigo de la identidad. Tienen que definir contundentemente la suya propia, lo que impide toda concesión o toda matización. Ni desde el punto de vista intelectual, ni desde el punto de vista ético, es una postura defendible. Impide la comprensión, el juicio justo, el aprendizaje, el reconocimiento de los aciertos que pueda tener el contrario. Ortega escribió “la cultura consiste en reabsorber dentro de formas más puras y exactas lo que de justo, verdadero y bello vivía mezclado con caracteres infrahumanos”. De manera semejante podríamos decir que la Gran Política necesita reconocer y reabsorber todo lo valioso que existe en personas o instituciones.

Tenemos un déficit de inteligencia política. En Algo va malTony Judt refiriéndose al presente hace una desolada afirmación: “Nuestra incapacidad es discursiva: simplemente ya no sabemos cómo hablar de todo eso”. En efecto, no sabemos cómo pensar nuestra situación política, social y económica. Lo hacemos con conceptos inventados hace mucho tiempo, que se mantienen gracias a deslizamientos en su significado que los permiten sobrevivir, pero a costa de provocar graves confusiones. Así sucede con “Estado”, “Nación”, “soberanía”, “mercado”, “dinero”, “valor económico”, “capitalismo”, “socialismo”, “feminismo”, “género”, “identidad”, “representación”, etc. No tener ideas claras nos lleva a tomar decisiones erráticas. Están apareciendo conceptos nuevos como “democracia iliberal”, “política basada en evidencias”, “inteligencia artificial aplicada al gobierno”, democracia de los big data. Se discute seriamente si un robot podría dirigir una nación mejor que un ser humano. El partido comunista chino ha recuperado el confucianismo como modelo de una sedicente democracia de partido único dirigida por el mérito, basada en la armonía y no en la libertad. Las grandes compañías acabarán por lanzar una criptomoneda, rompiendo el monopolio estatal de acuñación de moneda. Los Big data convierten a ciertas empresas en prescriptoras de creencias. Ante esa avalancha de novedades, los sistemas ideológicos clásicos se encuentran desbordados y por eso se extiende el convencimiento del fracaso de la política y de la necesidad de encontrar otros modelos.  A esa vaga esperanza, casi mesiánica, se dirigen los posibles partidos de que quieren romper el bipartidismo. Quienes lo han intentado hasta ahora -por ejemplo, Podemos y Ciudadanos- han sufrido los efectos de lo que los estadísticos llaman “regresión a la media” o, en términos populares, que las aguas tienden a volver a su cauce. El bipartidismo se ha convertido en un “bibloquismo”. La política lineal se consolida.

Sin embargo, creo que si aprendemos de estos intentos podemos diseñar un partido que supere esa única dimensión política establecida, a la que, por supuesto, debemos grandes logros de atribución sectorial (unos a la derecha y otros a la izquierda), pero que en momentos de complejidad acelerada han perdido, como todos los ancianos, flexibilidad. ¿Cuál debe ser la relación de la relación entre el nuevo modelo y las ideologías establecidas? Hegel proporciona una sugerencia que merece ser explorada. Preocupado por el progreso de la Razón, propuso un método dialéctico, extraordinariamente dinámico. A una tesis se oponía una antítesis y del choque de ambas resultaba la Aufhebung, una síntesis que “preserva” la tensión, que no pretende aniquilar una de las propuestas en favor de la otra para aprovechar la energía de ambas. Scott Fitgerald dijo algo parecido: “La señal de una inteligencia de primer orden es la capacidad de tener dos ideas opuestas presentes en el espíritu al mismo tiempo y, a pesar de ello, no dejar de funcionar”. La complejidad de la sociedad depende de algunas contradicciones que no se pueden eliminar. Por ejemplo, entre libertad y seguridad, entre bien privado y bien común, entre obediencia y rebeldía, entre propiedad privada y función social de la propiedad.

No encuentro nombre para ese partido capaz de incorporar como fuentes de energía, más que como fuente de programas, todo el espectro lineal. Utilizaré el de “socialismo liberal” siempre que no se entienda como un cóctel, sino hegelianamente, como una síntesis superadora. Por usar una metáfora química, de la mezcla de dos gases -oxígeno e hidrógeno- puede emerger un líquido, el agua. H20.

Como conviene explicar todo, prefiero “socialismo liberal” a “liberalismo social” porque evolutivamente, como explicaré después, es la sociedad la que impulsó la libertad, y no al revés.

CLAVES PARA UN PARTIDO H20, O SEA, SOCIAL-LIBERAL

Un partido que reconozca en su programa la necesidad de aprender.  Las ideologías se caracterizan por el convencimiento de estar en la verdad y poseer la solución a todos los problemas. Es, por supuesto, una presunción falsa, que impide reconocer la complejidad de la realidad y anima a fingir certezas que no se tienen. Los partidos, como el resto de las instituciones y como todos los ciudadanos, están sometidos a la Ley universal del aprendizaje, que dice: “Toda persona, institución, empresa o sociedad, para sobrevivir, necesita aprender al menos a la misma velocidad con la que cambia su entorno. Y si quiere progresar, habrá de hacerlo a más velocidad”. Un partido realmente proactivo, es decir, comprometido a gestionar el futuro, necesita una actitud de aprendizaje permanente, un estado de alerta intelectual, flexible y riguroso. Como han señalado Philippe Nonet y Philippe Selznick en Law and Society in Transition, la política y el derecho están perdiendo “competencia cognitiva” para estar, por ejemplo, a la altura de la innovación económica y tecnológica. Pero, además de preocuparse por su propio aprendizaje, el socialismo liberal debe fomentar la construcción de una “Sociedad del aprendizaje”. En El futuro y sus enemigos, Daniel Innerarity considera necesario un cambio radical en la manera de entender la política, “que debe pasar de un estilo normativo a otro cognitivo, es decir, de una actitud ideológica a una disposición al aprendizaje”. Un aprendizaje que debe ampliarse a toda la ciudadanía, porque, como el mismo autor señala en Teoría de la democracia compleja, “el origen de nuestros problemas políticos reside en el hecho de que la democracia necesita unos autores que ella misma es incapaz de producir” (238). Fomentar la “inteligencia ciudadana”, su capacidad para inventar soluciones, evaluar las propuestas de políticos y técnicos, presentar resistencia ante todo tipo de adoctrinamiento, es aumentar los recursos cognitivos de una democracia. Ninguna ideología, como ninguna religión, estimula el pensamiento crítico…salvo hacia los demás. Y el pensamiento crítico es esencial para fortalecer el “sistema inmunológico social”, ahora deprimido. He repetido muchas veces que las sociedades pueden padecer un “síndrome de inmunodeficiencia social”, una patología que se caracteriza por no producir defensas contra los antígenos que la atacan. Aprender, comprender, evaluar, criticas (es decir, separar el trigo de la paja) es la única vacuna disponible. (Véase Holograma: “El síndrome de inmunodeficiencia social”.)

EL MODELO. Primer punto de superación integradora: la idea de Estado.

Mientras que los partidos conservadores consideran que el Estado debe reducirse a lo mínimo para no poner en peligro la libertad individual, los progresistas piensan que el Estado debe tener un papel mucho más activo, aunque la libertad se resienta. Para los conservadores liberales, la función del Estado debe reducirse a proteger la seguridad de los ciudadanos y a defender los derechos individuales, en especial el de propiedad. En cambio, los progresistas piensan que el Estado tiene mas funciones, entre ellas la de asegurar el bienestar para la mayoría y compensar las desigualdades, y para eso necesita redistribuir la riqueza. Lo que caracterizaría a un partido dialécticamente superior seria la defensa de un Estado promotor. Frente al Estado interventor, o al Estado mero defensor de la autonomía individual, debería defender un Estado promotor, que estimule la creatividad de la sociedad civil para conseguir la prosperidad y la justicia. La fuente de la innovación es el individuo, pero sólo cuando vive en una sociedad innovadora. El Estado no es por esencia ni mangoneador ni espectador, aunque puede ser ambas cosas y con mucha frecuencia lo sea. Pero puede ser también un motor de la creatividad individual. En la polémica sobre el Estado, algunos participantes juegan con cartas marcadas. Sostienen que el Estado es torpe, burocrático, despilfarrador, inerte, expropiador, tiránico y corrupto. Es cierto que la historia proporciona datos suficientes para justificar esas afirmaciones, pero también lo es que olvida la parte beneficiosa de la historia. Si esa versión se repite suficientemente se convertirá en una “profecía que se autocumple por el hecho de decirla”. Me han interesado mucho dos libros de Mariana Mazzucato, directora del Institute for Innovation and Public Purpose, del University College de Londres: El valor de las cosas (Taurus, 2019) y El Estado emprendedor(RBA, 2014). Mazzucato admite que la innovación tecnológica es el gran motor del progreso económico, pero se niega a admitir que la capacidad innovadora sea monopolio de la empresa privada y pone como ejemplo la influencia que ha tenido la investigación básica hecha con fondos estatales en el éxito de las industrias de la información, la nanotecnología y la biotecnología americanas Desde el pensamiento liberal se ha criticado duramente su postura, como, por ejemplo, en el estudio elaborado por el Instituto Juan de Mariana en agosto de 2016, titulado: Mitos y realidades del Estado emprendedor. Todo su afán es mostrar que el Estado es malo y el mercado es bueno, lo que impide a sus autores reconocer la participación del Estado en la creación del mercado, de la innovación, y de los sistemas normativos que favorecen (o impiden) la creatividad. Están de acuerdo con Friedman cuando afirmaba en Capitalism and Freedom que nunca los grandes creadores necesitaron del Estado para crear, cosa es que solo es cierta cuando se considera al artista como una mónada autosuficiente, lo cual es falso. La postura del socialismo liberal es que los mecanismos del mercado son los mas eficaces para aprovechar la información, adecuar la producción a la demanda, e invertir mas eficientemente el capital. Pero el mercado es una herramienta, no un fin, y puede integrarse en proyectos económicos y políticos diferentes. El socialismo liberal lo hace dentro de un proyecto que reconozca que el mercado no tiene sistemas de frenado y puede ser, como señala el gran jurista Ernesto Garzón Valdés, una “institución suicida”. Basta pensar que tiende al monopolio, que es la desaparición de la libre competencia. Las leyes contra monopolios y las de defensa de la competencia y de los consumidores no son leyes económicas, sino éticas.

 EL MODELO. Segundo punto de superación: la igualdad.

Los conservadores creen que los problemas de desigualdad tienen que resolverlos el libre juego del mercado y que toda intromisión estatal es perjudicial. Los progresistas piensan que el mercado no es capaz de controlarse y acaba cayendo en las manos de un capitalismo desenfrenado. Los datos muestran una realidad más compleja. El sistema de mercado ha aumentado las desigualdades, pero también ha disminuido la pobreza. Al hablar de desigualdad es conveniente considerarla en sus tres ámbitos básicos: político, ético y económico. Sin embargo, suele enfocarse sólo este último, que a su vez hay que dividir en “desigualdad de renta” y “desigualdad de riqueza”. Un partido socioliberal debería centrarse en defender un Estado promotor que se preocupara fundamentalmente de elevar el nivel básico de renta, que incluye no solo los ingresos directos, sino los indirectos. Los servicios públicos, por ejemplo, son un tipo de renta básica. Un buen sistema sanitario, educativo, judicial, de seguridad pública mejora el nivel de vida, aunque no aumente el ingreso directo. Mas que insistir en la igualdad mediante el reparto, el Estado promotor se centra en premiar las “externalidades positivas” del sistema productivo y en sancionar las “externalidades negativas”. De eso hablaré mas abajo al tratar el tema del “capital social”.

El Estado no solo ha de atender a la desigualdad económica, sino a la política y a la social. Un sistema democrático tiene herramientas para conseguirlo. El liberalismo social defiende la acción estatal para eliminar las discriminaciones de origen, sobre todo mediante la educación, pero no la igualdad de llegada. Es un socialismo de las oportunidades y una aristocracia del mérito.

EL MODELO. Tercer punto de superación: la libertad.

Isaiah Berlin distinguió acertadamente entre “libertad negativa” y “libertad positiva”. Aquella la adquiere el individuo al estar libre de injerencias externas. En lenguaje rural, su lema podría ser: “El buey suelto, bien se lame”.  Etimológicamente, sería la felicidad del soltero (del que anda suelto). La libertad positiva, en cambio, sólo puede alcanzarse mediante la cooperación activa de los demás para alcanzar un fin valioso. Claus Dierksmeier, en su reciente libro Libertad cualitativa, prefiere distinguir entre “libertad cuantitativa” (cuanta mas libertad, mejor), y la “libertad cualitativa” (cuanto mejor, más). Al defender la “libertad negativa” como ideal político, el ultraliberalismo tiene una idea equivocada de la libertad. Toma al pie de la letra la frase “todos los hombres nacemos libres”, que es falsa porque todos los humanos nacemos dependientes, y que debería ser sustituida por “todos los hombres tienen derecho a vivir libres”. La libertad no es solo ausencia de coacción, sino amplitud de posibilidades. El Estado promotor no es un peligro para la libertad, porque lo que pretende es fomentar la capacidad real de vivir libremente. Pero al insistir en la libertad individual y en los derechos individuales, se opone a las ideologías comunistas, y también, a los ultranacionalismos. Simplificando, podríamos señalar varias etapas: “déjame en paz” (libertad negativa), “protege el comercio” (regulación), “ayúdame a crecer” (libertad positiva).

 

EL MODELO. Cuarto punto de superación: una ética universal.

Las creencias morales de los partidos políticos es un asunto de enorme importancia. Los partidos progresistas oscilan desde el “fin justifica los medios” de Lenin, hasta la desconfianza hacia los criterios normativos (“Prohibido prohibir), a la reducción de la moralidad a la moralidad económica, a defender un cierto relativismo por el afán de defender las identidades personales o culturales. Todos estos movimientos rechazan la universalidad ética. Además, reducen la responsabilidad moral individual, al atribuir a la sociedad la responsabilidad de los comportamientos individuales. Por su parte, los partidos conservadores suelen defender una moral mas tradicional, defienden los valores familiares, desconfían de los derechos colectivos, y sitúan en el individuo la responsabilidad de sus actos. El ultraliberalismo mantiene una postura claramente diferenciada. Considera que la política tiene que inhibirse de cuestiones morales. El Estado no debe empeñarse en hacer virtuosos a la fuerza a los ciudadanos, no debe proponer ninguna idea de “bien común”, y tiene que mantener una estricta neutralidad sobre los modos individuales de búsqueda de la felicidad.

El socialismo liberal reconoce que los fines de la felicidad personal son individuales, pero que los individuos viven en sociedad, y que hay que reconocer una “felicidad social”, que es el marco para que el individuo puede buscar la suya. Como señaló Kelsen, la “felicidad social” es otro nombre de la justicia. Y esa felicidad social permite justificar un sistema ético con el que todos estemos de acuerdo, porque es la mejor solución a los problemas sociales, y propone una metodología para alcanzarla. El socialismo liberal, tal como yo lo entiendo, reconoce una Ley del progreso ético de la humanidad, que dice así: “Toda sociedad, cuando se libera de cinco obstáculos -pobreza extrema, ignorancia, fanatismo, miedo al poder, y odio al vecino- se encamina convergentemente hacia un marco ético común que incluye el reconocimiento de los derechos individuales, el rechazo de las discriminaciones injustas, la participación en el poder político, las seguridades jurídicas, y las políticas de ayuda”. ¿Podría el mas desaforado relativismo moral negar alguna de estas aspiraciones?

EL MODELO: Quinto punto de superación: el capitalismo.

Capital es el conjunto de recursos acumulados -físicos, personales, intelectuales, financieros- que amplían las posibilidades de acción, creación o producción de una persona, una organización o una sociedad. Así pues, hay muchos tipos de capital: económico, cultural, educativo, intelectual, emocional, social. Reducir el capital a su significado económico supone empobrecer el concepto.  Medir la riqueza de las naciones por su PIB no es suficiente. El liberalismo social considera que la riqueza de las naciones tiene que medirse, además, por su capital social o comunitario, que es el conjunto de los recursos que una sociedad pone a disposición de los ciudadanos para mejorar su bienestar, y ampliar sus posibilidades de acción. Han de ser bienes compartidos por todos, accesibles a todos. A continuación, señalaré alguno de los aspectos más relevantes. -y mensurables- del capital social de una nación:

1.- Confianza en la eficacia y la equidad de las instituciones. Se mide por índices de eficacia de cada institución y por los índices de corrupción.

2.- Confianza en los demás ciudadanos, producida por compartir normas y valores y por el rechazo social a conductas indecentes.

3.- Número de conflictos y modos de resolverlos. Tasas de problemas resueltos por mediación o por apelación a los tribunales de justicia.

4.- Número de delitos. Sentimiento de seguridad.

5.- Rechazo de la discriminación y aceptación de la diversidad. Políticas de integración.

6.- Cuidado de los bienes comunes. Índices de vandalismo, conciencia ecológica

7.- Participación en ONG y en actividades sociales y políticas.

8.- Atención a la infancia y a las personas vulnerables.

9.- Índices bajos de desigualdad. Bajas tasas de pobreza. Amplitud de la clase media.

10.- Fomento de las virtudes cívicas: respeto, solidaridad, ausencia de dogmatismo, justicia.

11.- Acceso a las ‘capacidades básicas’ necesarias para el ejercicio de una vida digna (Amartya Sen).

Los estudios nos dicen que un alto capital social favorece la buena marcha de las instituciones democráticas (Putnam), crea prosperidad económica (Fukuyama), fomenta el éxito educativo (Coleman, Favre y Jaeggi), mejora la salud pública (Carrillo, Riera) y aumenta el bienestar social (OCDE).

 

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