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El aburrimiento

He pensado mucho en el aburrimiento… sin aburrirme. Me intriga porque es el malestar que siente quien no se siente desdichado. Quien sufre no está aburrido. Está sufriendo. Aburrimiento es el sentimiento de no estar recibiendo un nivel adecuado de estimulación. El psicólogo Hans Eysenck dividió a los seres humanos en introvertidos y extrovertidos, atendiendo a su nivel de estimulación. Hay, decía, un nivel óptimo, en el que nos sentimos bien, sin padecer el tedio ni la ansiedad. Pero cada uno nace con un nivel de estimulación básico. Unos acelerado y otros lento. El acelerado corresponde a las personalidades introvertidas, que no pueden recibir mucha estimulación exterior porque se sienten angustiadas. Por eso, prefieren una vida tranquila, sin grandes altibajos emocionales. Son personas que soportan bien el aburrimiento, que identifican con la serenidad. En cambio, los extrovertidos necesitan buscar continuamente estimulación externa. Son los buscadores de emociones. Se aburren con facilidad, y eso les provoca tal malestar que hacen lo que sea por evitarlo.

La cultura actual fomenta la extroversión, porque es una gran fuente de consumo. La búsqueda de la novedad es una de sus manifestaciones. Todos somos tentados por el timo de la innovación. No todas las innovaciones son buenas, no todo cambio es bueno, pero esas palabras nos emocionan. En estas páginas hablé de la hiperactividad cognitiva, de la necesidad de recibir continuamente mensajes. Mis alumnos se angustian si no han recibido un SMS, un tuit, o un watsap durante cinco minutos. Estamos fomentando la cultura del zapping televisivo, informativo, afectivo. Se extiende el zapeo en las relaciones de pareja. Si tu programa no me engancha en cinco minutos, busco otro.

Necesitamos una pedagogía del aburrimiento. Los padres enloquecen cuando oyen a su niño decir: «Me aburro». Se sienten culpables, inútiles, desleales. Cuando era niño, si se me ocurría decir eso, la respuesta era: «Si te aburres, cómprate un mono». No me compré un mono, pero me dediqué a escribir. Ortega decía que cuando un animal se aburre, se duerme. En cambio, el hombre permanece despierto y tiene que inventar cosas. Peter Toohey, profesor de la Universidad de Calgary (Canadá) dice lo mismo en su libro Boredom: A lively history. Afirma que es la antesala de la creatividad. Cuando estamos aburridos, buscamos nuevas salidas. Si nos apresurarnos a divertir al niño, le condenamos a la pasividad. La sociedad del espectáculo es una sociedad de pasivos. Llegados a este punto, el lenguaje me plantea un sugerente problema.  La construcción básica del verbo aburrir es «la película le aburrió». El sujeto de la acción, el culpable del aburrimiento, es la película. Pero utilizamos frecuentemente la expresión: «Me estoy aburriendo». ¡Sobrecogedora perspicacia del lenguaje». ¿Quién es el sujeto de esta acción? Yo. ¿A quién aburre? A mí mismo. Visto así, el culpable del aburrimiento es, a la vez, su víctima. Mis alumnos se irritan cuando les digo: «No estáis aburridos porque las cosas sean aburridas, sino al contrario. Las cosas son aburridas porque estáis aburridos». Les recomiendo que tengan proyectos, hacen interesante la realidad. El aburrido necesita «matar el tiempo», porque no tiene con qué llenarlo. Y por eso consuma una conducta suicida, pues el tiempo es nuestra única riqueza. La creación, aunque sea minúscula, cotidiana, es antídoto contra el aburrimiento. Por eso, esto se llama Crear. No sé si lo he conseguido.

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