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El Kit de Herramientas

Mediante la educación pretendemos que niños y niñas adquieran los recursos físicos, intelectuales, afectivos, volitivos y morales necesarios para enfrentarse con éxito a las oportunidades y a los problemas de la vida. La tarea no es fácil, y el que consideramos el equipo pedagógico básico –padres, docentes y pediatras– se enfrenta a grandes problemas prácticos: ¿cómo conseguir que los niños crezcan sanos, duerman, coman, no peguen, hagan amigos, aprendan a controlar su comportamiento, sean alegres y comunicativos, vayan contentos a la escuela, sean capaces de fijar la atención, de ser generosos, resistan bien el esfuerzo y las frustraciones, etc.? En la UP, hemos elaborado programas para que los padres sean competentes, es decir, sepan actuar adecuadamente desde el punto de vista educativo. No nos limitamos a darles un repertorio de soluciones, porque nunca podría ser exhaustivo, ya que los casos y las circunstancias son innumerables. Nuestro método consiste en proporcionarles consejos prácticos generales y conseguir que, mediante el estudio de casos, vayan desarrollando su competencia pedagógica. Se conviertan en educadores expertos.

Los recursos educativos son muy pocos, y siempre los mismos. Tras revisar la bibliografía sobre el aprendizaje, no he encontrado más que ocho, que ofrecemos a los padres, docentes y pediatras, como un “kit de herramientas pedagógicas básicas”. Su eficacia está comprobada en los procesos de educación, de reeducación (cuando la educación ha sido inadecuada) y de psicoterapia (cuando los problemas necesitan un tratamiento especial). El que sean eficaces en niveles de actuación tan diferentes, confirma su utilidad. Antes de exponer esos ocho recursos educativos universales, conviene hacer una advertencia previa. Lo primero que necesitamos saber al iniciar un programa educativo es si hay algún obstáculo que bloquee los procesos de aprendizaje del niño o del adolescente. La falta de comprensión lectora, el miedo al colegio, la excesiva presión de los padres por los resultados escolares, son serios obstáculos para el éxito escolar. En este aspecto, el papel de docentes y de pediatras es decisivo, porque la detección de esas dificultades resulta, a veces, muy difícil, y puede exceder las posibilidades de los padres. Basta recordar la historia de la dislexia o del déficit de atención. La experiencia me dice que conviene distinguir entre “problemas de aprendizaje” y “trastornos de aprendizaje”. Un niño que no ha aprendido a controlar su atención tiene un problema de aprendizaje. Un niño con déficit de atención tiene un trastorno de aprendizaje. Todos los niños, a los 2-3 años, dicen “no” sistemáticamente, y eso es normal. Pero si esa negatividad se mantiene y se convierte en oposición desafiante, debemos saber si se trata sólo de un problema o de un trastorno. Hay problemas de aprendizaje provocados por un desajuste entre la enseñanza impartida y el estilo de aprendizaje del niño (hay niños más rápidos, otros más visuales, etc.). La superdotación plantea problemas de aprendizajes, no es un trastorno de aprendizaje. Mel Levine, director del Instituto All Kinds of Minds (Carolina del Norte) dice que: “no hay niños incapaces, sino niños diferentes” (Levine, 2003). En ocasiones, conviene recordar cosas muy elementales que nos pueden orientar. Por ejemplo, que todos los niños son activos, curiosos y optimistas y que, cuando algún niño no lo es, debemos preguntarnos cuál es la razón. La importancia de detectar y resolver los problemas y los trastornos del aprendizaje refuerza la necesidad de colaboración entre pediatras, padres y docentes, y está favoreciendo la aparición de especialidades relacionadas con ellos: ortopedagogía, psicopedagogía, ortofonía, pedagogía hospitalaria, pediatría social, pediatría escolar, etc.

Todos los que nos dedicamos a la educación o a la reeducación en cualquiera de sus niveles deberíamos estar familiarizados con las ocho herramientas pedagógicas, los ocho grandes recursos de que disponemos. Son los siguientes:

•             Recurso 1. Seleccionar las experiencias y la información que el niño recibe. Durante los primeros años, los padres son los grandes intermediarios entre el niño y la realidad y pueden seleccionar muchas de las experiencias que va a tener. El niño está elaborando en su memoria una REPRESENTACIÓN DE LA REALIDAD, un modelo del mundo, que va a ser su punto de referencia para toda la vida. Construye los primeros “esquemas cognitivos y afectivos”, las creencias básicas con las que va a interpretar las siguientes experiencias (Marina, 1993). Los niños no son “páginas en blanco”. Nacen con una serie de preferencias y pautas de respuestas afectivas, que llamamos “temperamento”, y al que dedicaré un artículo de esta serie. Durante los primeros dos años, los padres deben cuidar de que ese temperamento vaya sintonizando bien con la realidad. Las relaciones de apego se establecen también en ese periodo. Mediante su comportamiento, ayudamos a que el niño construya su mundo como seguro o inseguro, amistoso u hostil. El aprendizaje de los límites, por ejemplo, deberá hacerse dentro de ese proceso de construcción de la memoria del niño (Greenberg, 1996,Young, Klosko, y Weishaar, 2003).

•             Recurso 2. La repetición. La segunda gran herramienta es la repetición, porque es el procedimiento para fijar las cosas en la memoria y adquirir hábitos. La repetición va automatizando muchos comportamientos. Si el niño se acostumbra a lavarse los dientes todas las noches, no tendrá cada noche que “tomar la decisión” de lavárselos. La formación de rituales tranquiliza al niño, le da seguridad, organiza la realidad y la hace previsible. Un ejemplo, los rituales antes de irse a dormir: “La mayoría de los niños no quieren irse a dormir, porque las divertidas actividades son sustituidas por estar lejos de papá y mamá, estar solo en una habitación, en silencio y a oscuras”. “Establecer un ritual antes de acostarse da seguridad al niño, y le permite darse cuenta de que el momento de acostarse se acerca, lo que facilita mucho su aceptación. Conviene comenzar ese ritual muy pronto en la vida del niño, para que forme con naturalidad parte de su vida cotidiana” (Vallières, 2009). La repetición es necesaria en cualquier aprendizaje. Solo hay que pensar en las veces que un atleta tiene que repetir un movimiento para alcanzar la maestría.

•             Recurso 3. El premio. Nuestro sistema nervioso tiene un poderoso sistema de recompensas y castigos, íntimamente relacionado con el aprendizaje. Una ley psicológica bien conocida dice que: “siempre tendemos a repetir las acciones que han sido premiadas”. Es el fundamento de la pedagogía conductista. Hay que añadir que, cualquier cosa asociada a un premio, funciona como premio. La asociación es una propiedad fundamental de nuestro dinamismo mental. Por ejemplo, en el adiestramiento de los delfines, lo que funciona como premio es el sonido de un silbato que, previamente, se ha asociado con una recompensa (p. ej.: la comida). A lo largo de todo el proceso educativo se deben premiar las conductas adecuadas. Lo importante es saber lo que funciona bien como premio, que puede cambiar de unos niños a otros y, sobre todo, no pensar que todo premio debe ser un regalo. El elogio, el reconocimiento, la satisfacción de haberlo logrado, son también grandes premios (Skinner, 1974).

•             Recurso 4. La sanción. El castigo es una herramienta tan útil que se ha usado masivamente a lo largo de la historia. Sin embargo, sólo es eficaz para “evitar conductas”, no para suscitarlas. Por ejemplo, las multas de tráfico, la retirada del carnet, etc., disuaden de cometer infracciones de tráfico, más que de suscitar una conducción responsable. Por ejemplo, la agresividad del niño puede deberse a varias causas (impulsividad, falta de control de la furia, escasez de habilidades sociales, sesgo cognitivo que le hace interpretar como agresión actos que no lo son); en estos casos el castigo no es buena solución. Pero, a veces, el niño busca solo salirse con la suya. Sus actos de agresión resultan premiados y los repite. En ese caso, la extinción de la recompensa o una sanción son eficaces.

•             Recurso 5.El ejemplo. La imitación es un mecanismo de aprendizaje extraordinariamente poderoso en el ser humano. Es asombroso cómo los niños imitan el habla de los adultos y sus comportamientos. Bandura ha sido uno de los psicólogos que ha estudiado con más rigor este tipo de aprendizaje. La imitación puede ser espontánea o dirigida. Las instrucciones y las actividades dirigidas o compartidas pueden incluirse en este apartado. Un maestro enseña una acción a un aprendiz, y luego vigila cómo éste la realiza, corrigiéndole si lo hace mal (Bandura, 1974).

•             Recurso 6. El cambio de creencias. La “psicología cognitiva” vino a completar las deficiencias de la “psicología conductista”, demostrando que las creencias, las ideas que tenemos acerca de las cosas, determinan nuestra interpretación de la experiencia, e influyen en nuestros sentimientos y conductas. Sesgos afectivos como optimismo/pesimismo, seguridad/inseguridad, vulnerabilidad/resistencia, etc. El esquema elaborado por Albert Ellis, es E-C-R. El estímulo (E) es interpretado según las creencias (C), que producen respuestas emocionales o conductuales (R). Cuando encontramos a un niño que tiene miedo, que se siente inferior a los demás, que tiene una interpretación pesimista de su futuro, debemos analizar las creencias que provocan estas actitudes e intentar cambiarlas (Ellis 1990, Seligman, Beck, Freeman, et al. 1995).

•             Recurso 7. El cambio de deseos y sentimientos. Todos los niños tienen las mismas grandes motivaciones (placer, vinculación social, afán de progresar). La astucia pedagógica consiste en enlazar los aprendizajes concretos con alguna de esas motivaciones. Un niño puede estudiar porque le gusta, porque su trabajo es reconocido, porque desea ser el primero de la clase, etc.). Saber manejar la motivación es un tema de extraordinaria importancia educativa y vital, que trataremos en otro de los artículos de esta serie. También los sentimientos pueden entorpecer o favorecer el aprendizaje. Saber despertar el interés, la confianza en uno mismo, la curiosidad, el sentido del deber, la solidaridad con otros, es una buena herramienta educativa (Marina, 2007).

•             Recurso 8. El razonamiento. Cada vez que demos una orden a un niño, debemos explicarle las razones. Con frecuencia pensaremos que no vale para nada y, sin embargo, es la última línea de resistencia educativa. El niño acepta mejor las normas justificadas.

No todas estas herramientas son aplicables a todos los casos y, aunque sepamos las que hay que utilizar, en ocasiones no es fácil saber cómo hacerlo. La pericia se adquiere con la práctica y con ese simulacro de práctica que es el estudio de casos, método utilizado cada vez más en todas las universidades, y que también aplicamos en la UP. Pero tener un esquema teórico permanente –los 8 recursos– facilita enormemente la tarea. Es, además, una ayuda mnemotécnica. Lo que pretendemos mediante el entrenamiento es que los educadores se habitúen a ensayar en cada caso concreto las herramientas básicas. Como demostración, y para que conozcan nuestro modo de trabajar, resumiré el método para educar o la perseverancia.

Perseverancia (la constancia, la tenacidad) es el hábito de mantener el esfuerzo para alcanzar una meta, a pesar del cansancio, la dificultad, el aburrimiento o las frustraciones. Su contrario es la inconstancia, el abandono, la claudicación (Peterson y Seligman, 2004). Para los autores antiguos, formaba parte de la fortaleza o de la valentía. Rothbard y Mauro consideran que la perseverancia es un rasgo del temperamento, y se incluye en las teorías de la personalidad más reconocidas, como un factor importante (Pervin, 1996, 46). Sin embargo, puede educarse, y es importante educarla, porque es una condición imprescindible para progresar intelectual, afectiva, social o laboralmente (Rothbard y Mauro, 1990).

¿Cómo y cuándo se debe educar? El método UP es en espiral. Se trata de adquirir hábitos, y la manera de conseguirlo es insistir en ellos en cada etapa del desarrollo infantil. Conviene comenzar la perseverancia a partir de los 2-3 años, cuando el niño comienza a desear ser autónomo. Por ejemplo, cuando quiere comer solo, atarse los zapatos, hacer un rompecabezas. La búsqueda de la competencia es su gran motivación. Podemos educarle para mantener el esfuerzo dejándole que haga las cosas solo, guiándole si es necesario y exigiéndole que termine lo que comienza, sin sucumbir a la tentación de terminarlo por él. En cada momento de su evolución, nos guiará la aplicación de los ocho recursos básicos:

•             Recurso 1. Seleccionar las experiencias y las informaciones a partir de las cuales el niño va a construir su REPRESENTACIÓN DE LA REALIDAD, su mundo. Ha de aprender que las tareas que se inician hay que terminarlas. Cuando el niño tiene 4-5 años debe aprender, como una cosa natural, que todos tenemos deberes, una idea que debe formar parte de su mundo cuando comience a ir a la escuela primaria, porque allí se van a encontrar con “deberes” que hacer. Como los niños quieren crecer, es útil relacionar los deberes con la “escuela de los mayores”, lo que resulta siempre un aliciente. Es importante que el niño tenga la experiencia del éxito merecido, porque es un gran activador de energías. Para ello hay que plantearle metas adecuadas, lo suficientemente difíciles, para que sienta la satisfacción de conseguirlas, pero no tan difíciles que la probabilidad de fracasar sea demasiado alta. No conviene ser excesivamente exigentes. Pero tampoco demasiado laxos. El niño detecta con una precisión notable el elogio no merecido. Tiene que poder evaluar sus resultados, y sentir que progresa. Poco a poco podéis encomendarles tareas en casa de acuerdo con la edad.

•             Recurso 2. Formación de hábitos. Los hábitos se adquieren por repetición y son una gran ayuda para la acción, porque la facilitan (creando automatismos), y pueden convertirse en fuente de motivación (los hábitos se convierten en segunda naturaleza). También nos permiten adquirir resistencia para soportar el esfuerzo y para aguantar la frustración. Para desarrollar esos hábitos, resulta útil realizar actividades guiadas y compartidas, según la edad del niño. Permiten dirigir su atención, animarles en los momentos de distracción o desánimo, mantener la actividad. Como saben todos los entrenadores, la resistencia se consigue aumentando paulatinamente la dificultad de la tarea. El deporte es un modo estupendo de fomentar la actividad y el gusto por el esfuerzo. “Las actividades deportivas –dice Valliéres– son el dominio por excelencia para enseñar la perseverancia” (Vallieres, 2 00 9b, 113).

•             Recurso 3. Los premios. El premio es la gran herramienta para favorecer el aprendizaje del esfuerzo. Debemos recompensar con el reconocimiento, el elogio, la demostración de orgullo, cualquier esfuerzo del niño, aunque no haya conseguido su meta. El esfuerzo debe ser premiado por sí mismo.

•             Recurso 4. Las sanciones. Conforme el niño va adquiriendo responsabilidad debe saber que las acciones tienen consecuencias, algunas de ellas desagradables. La sanción cuando el niño no hace sus deberes, abandona la tarea, debe tener un carácter de “consecuencia” natural, señalada desde el principio. No es la madre ni el padre quienes castigan, es el niño quien ha elegido la sanción, que debe presentarse como algo intrínseco a la acción hecha. Si dejas caer un plato, se rompe. Si no recoges los juguetes, no los usarás mañana. Es importante que el niño vaya aprendiendo que las normas y sus consecuencias afectan a todos. Las normas no las inventan los padres. Conviene que el niño sepa que hay que cumplir los compromisos. Todos los padres han vivido situaciones parecidas: vuestro hijo os ha pedido que le inscribáis en una actividad y, al cabo de unos meses, quiere dejarla. No aceptéis su abandono. Se ha comprometido y debe terminar el curso.

•             Recurso 5. El ejemplo. La perseverancia se aprende por imitación. Si el niño ve que sus padres no claudican con facilidad, soportan el esfuerzo, se enfrentan a los problemas, es muy probable que adquiera esa misma actitud. Especial importancia tiene la forma en que los padres interpretan las dificultades. Verlas como un reto no como una tragedia. Y también la forma de interpretar los fracasos, aprovechando la experiencia. El modo en que una pareja maneja sus propios sentimientos constituye una verdadera enseñanza porque los niños son muy permeables y captan perfectamente hasta los más sutiles intercambios emocionales entre los miembros de su familia (Hoven, Katz, Gottman, 1994).

•             Recurso 6. Cambiar las creencias. Hay algunas creencias que pueden dificultar la perseverancia. Por ejemplo, la idea de que no conseguirá alcanzar la meta, la creencia en la propia incompetencia, la creencia perfeccionista de que, si no se hace perfectamente, más vale no hacerlo, la creencia de que las cosas se merecen sin esfuerzo.

•             Recurso 7. Cambiar las motivaciones y sentimientos. La motivación de logro es la que favorece más el esfuerzo y conviene fomentarla. Hay sentimientos, como la inseguridad o el miedo, que pueden desanimar. La presentación de incentivos para la acción perseverante, enseñar al niño a animarse a sí mismo (habla interior) es importante.

•             Recurso 8. El razonamiento. No basta con dar consejos rutinarios, hay que dar razones y señalar ejemplos para convencer de la necesidad de esforzarse para conseguir las cosas. Explicar al niño que puede encontrar grandes satisfacciones si se esfuerza, que progresar es muy bonito, que todos podemos mejorar si nos entrenamos. Parecerá que no sirve para nada, pero es la última línea de resistencia. Es evidente que los ejemplos con frecuencia proporcionados por la sociedad que favorece prestigios inmerecidos no premia a los mejores, admira a los especuladores y la cultura del pelotazo, influyen negativamente en la educación.

La educación de la perseverancia está relacionada con otros temas de gran relevancia educativa: responsabilidad, deber. Esfuerzo, frustración, motivación de logro, hábitos también tratados en los programas de la UP.

Hasta aquí hemos hablado de cómo educar la perseverancia. Pero, ¿qué ocurre si no se ha hecho o no se ha conseguido? ¿Se puede “reeducar”? En ese caso, lo más probable es que ya se hayan formado una serie de “malos hábitos” que hay que desmontar, pero explicarlo excede de las dimensiones de este artículo. Deberá quedar para otra ocasión.

Bibliografía

1.            Bandura A, Walters RH. Aprendizaje social y desarrollo de la personalidad. Madrid: Alianza; 1974.

2.            Beck A, Freeman A, et al. Terapia cognitiva de los trastornos de personalidad. Barcelona: Paidós; 1995.

3.            Ellis A, Grieger R. Manual de terapia racional-emotiva. Bilbao: Desclée de Brouwer; 1990.

4.            Greenberg LS, Rice LN, Elliot R. Facilitando el cambio emocional. Barcelona: Paidós; 1996.

5.            Hooven C, Katz L, Gottman J. The Family as a Meta-emotion Culture. Cognition and Emotion. 1994; número de primavera.

6.            Levine M. Mentes diferentes, aprendizajes diferentes. Barcelona: Paidós; 2003.

7.            Marina JA. Teoría de la inteligencia creadora. Barcelona: Anagrama; 1993.

8.            Marina JA. Las arquitecturas del deseo. Barcelona: Anagrama; 2 00 7.

9.            Peervin L. La ciencia de la personalidad. Madrid: McGraw Hill; 1998.

10.          Peterson CH, Seligman MEP. Character, Strenghs and Virtues, APA. Washington: Oxford University Press; 2004.

11.          Rothbard MK, Mauro JA. Questionnaire approaches to the study of infant temperament. En: Fagen JW, Colombo J, eds.The Neurology of individual differences: A developmental perspective. Nueva York: Plenum; 1990.

12.          Seligman M. Aprenda optimismo. Barcelona: Grijalbo; 1998.

13.          Skinner BF. (1974): Ciencia y conducta humana, Fontanella, Barcelona.

14.          Vallières S. Les psy-trucs pour les enfants de 3 a 6 ans. Quebec: Les Edition de l’homme; 2009 a.

15.          Vallières S. Les psy-trucs pour les enfants de 6 a 9 ans. Quebec: Les Editions de l’homme; 2009 b.

16.          Young JF, Klosko JS, Weishaar ME. Schema Therapy. Nueva York: The Guilford Press; 2003.

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