El derecho a no ser engañado. Y cómo nos engañan y nos autoengañamos (Aranzadi, 2021)
Es una prueba de los beneficios que produce aplicar la sobriedad y el pragmatismo del razonamiento jurídico a los complejos problemas sociales. Espero que los autores sigan perfilando lo que podría ser esa Derecho a no ser engañado, que creo que tiene más cabida como Principio regulador que como Derecho positivo. Las tecnologías digitales están volviendo locos a los juristas, que se encuentran desbordados por un dinamismo nuevo. El robo de datos, por ejemplo, puede tener tres motivaciones distintas: fines de explotación, fines de perturbación, fines de destrucción. Del libro Propagande, me ha parecido especialmente interesante la cuarta parte: La propaganda en la era de la posverdad. Señala una interesante paradoja: la propaganda ha sido siempre una “fábrica de consenso”, pero ahora se ha convertido en una “fábrica de disenso”. Cuanto más conectadas están las personas, más tendencia tienen a reducir la información a su tribu. Todo el mundo puede encontrar en Googles textos que corroboren su punto de vista
Trabajar en el Panóptico tiene un inconveniente: ningún tema se cierra nunca porque siguen apareciendo datos, estudios, opiniones, que hay que revisar. Todo cierre es un estado provisional de verificación que debe seguir corroborándose. Estos días he leído dos libros sobre la polémica feminismo/transgénero. La mujer molesta, (Menade, 2019) escrito por Rosa Maria Rodriguez Magda, una de las pensadoras feministas españolas más reconocidas, y Judith Butler. Performatividad y vulnerabilidad, (Shackleton, 2021). Rodriguez Magda se pregunta por la identidad sexual. Estudia brevemente la aparición del concepto de género, la influencia de John Money y de Richard Stoller. Resume la relación del género con los feminismos en tres etapas. (1) Feminismo de la igualdad: liberarse del género, (2) Feminismo de la diferencia: reencontrarse por debajo del género, (3) Queer, transfeminismo: jugar con el género (40). El paso de la identidad a la transidentidad supone una desintegración, una fluidificación y desmaterialización del yo. El estructuralismo primero y el posestructuralismo después, mostraron que el sentido no surgía por referencia a algo diferente del lenguaje, sino que todo se quedaba en el mundo simbólico, del significado. EL sexo se convierte en signo, o en performance (Butler). El pensamiento postmoderno francés, que ha tenido gran influencia en el pensamiento trans (Foucault, Deleuze, Derrida, Baudrillard) defienden una serie de conceptos que los movimientos trans adoptan: deconstrucción, antifundamentalismo, heterogeneidad, inexistencia de seres autónomos, negación de la verdad. Todo este movimiento -incluido el trans- forma parte del proceso de descredito de la verdad y de la realidad que he mencionado en mi artículo anterior. En el Manifiesto transfeminista de Granada se postula la superación del término “Mujeres”: “El sujeto político del feminismo “mujeres” se os ha quedado pequeño, es excluyente por sí mismo, se deja fuera a las bolleras a las trans, a las putas, a las del velo, a las que ganan poco y no van a la uni, a las que gritan, a las sin papeles, a las marikas” (97). La autora piensa que hay una hipertrofia de lo sexual como determinante fundamental y cuasi único de los seres humanos (104). Se da una postergación de las cuestiones materiales de la injusticia social que sufren las mujeres para resaltar los problemas de la identidad sexual. Como ha señalado Amelia Valcárcel, “el feminismo no trata de deseos, sino de derechos”. Los movimientos trans intentan convertir los deseos en derechos. (Es la crítica que hace el PSOE a la Ley trans de Podemos). El feminismo a esa desmaterialización -podíamos decir desrrealizacion- de la mujer. El libro termina defendiendo la necesidad de un nuevo feminismo postgénero (esto no lo he entendido bien), “que asuma la diversidad, pero resuelva previamente el problema de la desigualdad estructural hombre/mujer, que ligue la libertad al derecho y no al deseo, que desconfíe de la tecnología como panacea y de las reivindicaciones emancipadoras que coinciden con el capitalismo financiero, que salvaguarde como sujeto el “nosotras, las mujeres” (152)
El libro de Mónica Cano, está dedicado a exponer las ideas de una de las teóricas del pensamiento queer, Judith Butler. He leído sus libros, y me parece una autora confusa, nutrida de filósofos confusos. Pero por si acaso estoy equivocado, he leído con atención este libro exegético. La autora se centra en dos temas esenciales en Butler: la performatividad y la vulnerabilidad. Este último concepto es fácil de comprender. La vulnerabilidad y precariedad del ser humano, su llorabilidad, demuestra que somos interdependientes, por lo que el individualismo es un atentado contra la ética. La influencia de Levinas -otro filósofo que me parece bienintencionado pero confuso- es evidente. La performatividad es más difícil de entender, porque, además, Butler no es muy clara al respecto. Su primera exposición convertía el género en una “performance”, en una representación. Eso irritó a mucha gente, porque suponía poner las mujeres, los homosexuales, los trans, los travestis, los drag queens o drag kings, en un mismo grupo casi teatral, en una parodia. Reacomodó el enfoque, como explica muy bien Mónica Cano. No era performance lo que quería decir, sino performatividad. Este concepto procede del análisis lingüístico de John Austin, que distinguía entre el “acto de habla locutivo”, que se limita a designar, y el “acto de habla ilocutivo” (para mayor claridad “performativo”) que hace cosas con el lenguaje: por ejemplo, prometer, o contratar. La frase, “A vendió su casa a B” es un acto locutivo. La frase “te vendo la casa” es un acto performativo. Pues bien, lo que dice Butler es que el género es un acto performativo, una afirmación lingüística y voluntaria. Es decir, todo lo que se dice sobre sexo o género se da dentro del discurso. ¿Y fuera del discurso? Fuera del discurso no hay nada. “El sujeto no puede situarse fuera del discurso” (82). Butler afirma: “En términos teóricos, siguiendo la línea foucaultiana, solo podemos afirmar que el sujeto está producido por normas o, más genéricamente, por el discurso”. Aquí veo la parte más débil del pensamiento de Butler y de gran parte de los autores trans o queer: son discursos construidos sobre discursos y gran parte de esos discursos fundacionales son ambiguos o confusos y, a veces, construidos también sobre discursos ambiguos y confusos. Foucault es un caso claro. Sus fundamentaciones históricas se basan en una previa selección de los discursos históricos para que se acomoden a sus tesis; su análisis del poder como categoría que penetra la sociedad entera, impide comprender el poder jerárquico; su idea de verdad como manifestación del poder hace que la filosofía acabe siendo el hazmerreír de la ciencia; decir que el sujeto humano aparece en el siglo XVIII es una ingeniosidad. Pero de este asunto tendré que hablar otro día.