Muchos malentendidos surgen porque damos diferentes significados a una misma palabra. Todo debate debería comenzar fijando el significado de los términos. La palabra «empresa» se ha identificado con negocio y afán de lucro, con lo que suena a disparate la afirmación de Trump de que quiere gobernar el Estado como si fuera una empresa, o los intentos de aplicar los principios del New Public Management a la sanidad, la escuela o cualquier servicio público. «Empresario» es una palabra inventada por Jean Baptiste Say, un economista de finales del siglo XVIII, para designar a quien consigue «dar mayor productividad a los recursos económicos existentes«. Le define, pues, la eficiencia. Por desgracia, la palabra «productividad» está también maleada. A gran parte de mis colegas les escandalizará oír que debe lograrse una «productividad» educadora. ¡La escuela no es una fábrica de tornillos! Por supuesto. La productividad educativa se mide por la eficiencia de los procesos de aprendizaje. No por las notas, sino por el progreso individual de cada alumno. Todo el sector público debe buscar la máxima eficacia. Les recomiendo que lean «Reinventing Governement«, de Osborne y Gaebler. Sin gestión eficiente, el Gobierno es un despilfarrador compulsivo.