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Una figura necesaria: el bebedor pasivo

El alcohol va a estar presente en nuestras sociedades, pero es importante consumirlo de forma inteligente y evitar que afecte a la convivencia

Se llama procrastinación al vicio de aplazar todo para el día siguiente. Las sociedades también pueden padecerlo. En España ha ocurrido así en asuntos educativos. ¿Cuántos años hace que se está oyendo hablar del pacto educativo, la Formación Profesional, el abandono escolar, el acoso en las aulas, o los mediocres resultados en PISA? Hoy quiero comentar otro de estos problemas convertidos en crónicos: el consumo de alcohol por menores.

Conozco el asunto de cerca porque durante años he formado parte del comité científico de la Fundación Alcohol y Sociedad, y del Centro Reina Sofía para la Adolescencia, promovido por la FAD, y ambas instituciones intentan enfrentarse a este problema. Lo cierto es que no estamos consiguiendo buenos resultados. Según estadísticas recientes, 480.000 menores de edad se han emborrachado en el último mes, nueve de cada 10 menores entre 14 y 18 años dicen que es muy fácil conseguir alcohol, y hasta 700.000 practican el fin de semana el ‘binge drinking’, beber rápido para colocarse pronto. Lo importante ya no es beber, sino haber bebido.

 

No soy abstemio, creo que el alcohol va a estar presente en nuestras sociedades y que se trata de consumirlo inteligentemente. Esta inteligencia es la que nos falta. En España no solo en España somos excesivamente tolerantes con el consumo abusivo de alcohol, sea en adultos o en jóvenes. En todo caso, lo consideramos un problema sanitario y esto me parece un error.

Un problema social

Está claro que el consumo de alcohol por parte de menores es malo para su desarrollo, pero si insistimos solo en el aspecto sanitario, perdemos de vista lo peculiar de este problema. Lo que convierte el consumo de drogas —incluido el alcohol— en un grave problema social es que son sustancias que alteran la libertad de las personas, su capacidad de controlar la propia conducta, y su responsabilidad. Y esto afecta profundamente a la convivencia. Nuestro régimen de vida se funda en la responsabilidad personal, y cuando esta desaparece, toda la urdimbre social se altera. ¿Les parece sensato que la ebriedad sea una circunstancia atenuante? Una persona borracha atropella a un peatón. En ese momento, el conductor no era dueño de sus actos, pero sí lo era cuando se emborrachó a sabiendas de que después iba a conducir. ¿No se está fomentando la irresponsabilidad al atenuar la gravedad de la falta? De la misma manera que la ignorancia de la ley no exime de su cumplimiento, el olvido de las consecuencias de un acto no debe aminorar la gravedad del hecho.

 

Las campañas contra el abuso de alcohol deben centrarse en fomentar el rechazo social ante quien comete esos excesos, porque al perder el control se convierte en una amenaza. Las encuestas lo confirman. El 43,1% de los muertos en accidentes de tráfico dio positivo en el análisis de drogas. El 67% estaba ebrio. Según datos de la Organización Mundial de la Salud, el alcohol es un factor presente en la violencia doméstica. En los Estados Unidos de América, esto ocurre en el 55% de los casos. En Australia, el 36% de los homicidas de su pareja estaban bajo los efectos del alcohol en el momento del incidente. En España, se ha llegado a atribuir al alcohol y otras drogas el 80% de los casos de violencia familiar.

 

Hay que elevar la intolerancia social contra el abuso de alcohol y articular una campaña eficaz a nivel municipal

 

A la vista de estos datos, vengo recomendando desde hace muchos años —y con nulo éxito— la creación en el imaginario social de la figura del bebedor pasivo. Cuando comenzó a lucharse contra el tabaquismo, las campañas iban dirigidas al fumador, advirtiéndole de los riesgos que su salud corría. Sin embargo, solo tuvieron éxito cuando se popularizó la figura del fumador pasivo, es decir, de las personas que no fuman, pero cuya salud está amenazada por los que fuman a su lado. Algo parecido deberíamos hacer con el alcohol. Ser conscientes de que, sin haber bebido, podemos encontrarnos en la carretera frente a alguien que lo haya hecho y, por la cuenta que nos tiene, presionar socialmente para estigmatizar la figura del bebedor irresponsable.

Elevar la intolerancia social contra el abuso de alcohol es fundamental para eliminar el problema. Sin embargo, debe ir acompañado de otras medidas. En el libro ‘Hablemos de alcohol’, que publicó la Fundación Alcohol y Sociedad, propusimos que la mejor manera de articular una campaña eficaz contra el consumo no inteligente de alcohol era hacerlo a nivel municipal. Por ello, la próxima semana les hablaré de nuestro proyecto de ciudades con talento.

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