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Prólogo. Aristóteles. El arte de la política

¿Hay alguna razón convincente para leer  a los antiguos filósofos?¿Tienen algo que enseñar a quienes no se dedican a la filosofía? Aristóteles vivió en el siglo IV antes de nuestra era,  y el mundo ha  cambiado demasiado para que nos interese lo que pensaba sobre política. Sin embargo, la historia lo reconoce como uno de los grandes genios de la Humanidad, y siempre es interesante hablar con un genio. Ahí tienen como ejemplo, un libro de management escrito por Tom Morris, que se titula “Si Aristóteles dirigiera la General Motors”. Pero hay una razón más profunda para recomendar la lectura de estos clásicos del pensamiento. Nuestra cultura va muy acelerada y  nos obliga a asimilar cambios incesantes. Esto, sin duda bueno, puede provocar una patología de la desmemoria y hacernos pensar que el mundo acaba de surgir, que sólo es importante el presente y el futuro, pero nunca el pasado. La gran creación de nuestro tiempo es la tecnología, que nos impone una peculiar relación con los objetos. No tengo que conocer cómo funciona un teléfono móvil o un ordenador. Me basta con saberlo usar. Esta actitud es válida con los objetos, pero por desgracia la estamos ampliando a nuestra relación con las personas o con las instituciones. No interesa comprender a una persona,  basta con utilizarla. No es necesario comprender qué es la democracia, o la ley, o el dinero,  basta con saber usarlos. Esta actitud utilitaria altera profundamente el sentido de las cosas. Necesitamos comprender la realidad social, moral, política y, para ello, tenemos que conocer la genealogía de las ideas. Los científicos estudian la evolución de las especies, para conocer por qué unas han sobrevivido y otras desaparecieron. Interpretan ese proceso como el triunfo de las mejores soluciones posibles a los problemas de la supervivencia. Algo parecido sucede con las ideas. No podemos evitar que nuestra vida sea conflictiva y problemática. Somos náufragos braceando para mantenernos a flote. Las cosas que nos parecen obvias son el resultado de esa pelea ancestral, y si no lo entendemos así, somos víctimas del espejismo de la obviedad, que consiste en aceptar como natural lo que es fruto precario de una larga historia.

Ahora podemos volver a Aristóteles. Sus obras han determinado la cultura occidental, que, en gran parte, se puede contar como el enfrentamiento entre Platón y Aristóteles, maestro y discípulo. Platón fue el genio estético, utópico, espiritual. Aristóteles, el genio empírico, realista, terrenal. Ambos estaban preocupados por la política, a la que consideraban la suprema ciencia práctica, la encargada de culminar las grandes aspiraciones humanas. Por ello, en  un momento de descrédito de la política, conviene leer a Aristóteles. “Política” viene de “polis”, ciudad. La política es la ciencia práctica que estudia la esencia de la ciudad. Las ciencias prácticas se ocupan de los comportamientos, y Aristóteles las ordena en tres niveles. El más alto, lo ocupa la política, porque su meta es el bien común. A continuación, está la economía, que, en su sentido originario significa la ciencia de la familia (oikós significa “hogar”). En el nivel inferior  se encuentra la ética, que se ocupa de la felicidad individual.

Lo que resulta sorprende a los ojos modernos, es que considera que la ética está subordinada a la política, de la misma manera que el bien individual está subordinado al bien común. Esto suena raro en nuestra época individualista. Suena a tiranía estatalista, a  afirmación de derechos colectivos por encima de los derechos individual.  Pone de manifiesto uno de los problemas que han tenido que resolver todas las sociedades: la relación entre el individuo y la tribu,  entre el individuo y la nación, la raza, el partido, la religión.

Aristóteles propone un enfoque que nos conviene recordar.  Como buen empirista, sólo cree en la existencia de las cosas concretas. Agarró por los pies el mundo de las Ideas de su maestro, Platón, y lo trajo a la tierra. Pero descubrió que la naturaleza de ese individuo humano concreto era pensar y vivir en sociedad. Tal vez la frase más conocida de Aristóteles sea: “el hombre es un animal político”, es decir, ordenado a vivir en la polis, en la ciudad. Mientras que el resto de los seres descansa en su esencia, el león es un león, y el siete es un siete, el ser humano es una flecha en busca de su meta, de su télos, de su realización. Y no puede encontrarla en la soledad, sino en la convivencia con otros humanos: en la ciudad. El “logos” que caracteriza su inteligencia, tiene que transformarse en “diálogo”. Su sociabilidad brota de “una inclinación de la misma naturaleza”.  Es verdad que cada uno de los humanos busca su propia felicidad, pero también lo es que esa felicidad sólo puede encontrarla en la convivencia con otros seres humanos. El hombre que vive sólo, “como un águila en un picacho”, no respeta su naturaleza. Es un dios o una bestia. Únicos seres que pueden vivir solos. Por cierto, cuando Aristóteles habla de “felicidad”, no se está refiriendo a ese blando bienestar que proclaman los libros de autoayuda, sino a una enérgica conquista de la excelencia.

Sófocles dice que el ser humano es rarísimo (deinón). “Se enseñó a sí mismo el lenguaje y el pensamiento alado, y la cólera constructora de ciudades”.  Así es. Pero esa furia no le lleva a edificar cosas ajenas a él mismo. Sófocles no se refiere a levantar edificios, sino a construir su propia esencia. El hombre nace animal solitario y adquiere la humanidad en el trato con otros humanos.

Aristóteles piensa en la ciudad como comunidad perfecta.  No comprendió el expansionismo de su discípulo Alejandro. La ciudad no es una mera asociación. El fin de la vida política es  “vivir bien y obrar bien es lo mismo que ser feliz”. Aristóteles es un estudioso, y su obra revela una profunda experiencia política y un amplio conocimiento de la realidad. Recogió y estudio 158 constituciones, en busca del modo más perfecto de organizar la ciudad. Llegó a la conclusión de que la mejor forma de gobierno es aquella en que gobiernan los mejores y  que contribuye más eficazmente al bien de la comunidad. Hay tres modos aceptables: Monarquía (el gobierno de uno), Aristocracia ( el gobierno unos pocos),  Democracia (el gobierno del pueblo). Cada uno de esos modos puede sufrir su propia corrupción y convertirse en  tiranía, oligarquía, y  demagogia. La tipología continúa vigente.

Volvamos al principio. Para comprender una parte de nuestro mundo actual, debemos leer a Aristóteles. Adelante.


Aristóteles. El Arte de la política. La esfera de los libros, Madrid, 2012

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