Origen y evolución del mito de Don Juan
20, diciembre, 2017-Instituto Cervantes
El mejor homenaje que se puede hacer a un autor es leer y comentar sus obras. En esta ocasión vamos a ocuparnos de un tema sugestivo, poliédrico, que interesó a Marañón durante toda su vida: Don juan y el donjuanismo. Abordó por primera vez el tema en 1923, en una conferencia pronunciada en Santander -«Biología de Don Juan»- y lo trató por última vez en 1961, en un breve texto -«La vuelta de Don Juan»- , escrito para una representación del Don Juan Tenorio de Zorrilla.
Tras el mito de Don Juan « Videos.cervantes.es
Voy a actuar como un detective cultural, orientación que me divierte y fascina. La cultura y su historia están llenas de enigmas, pasadizos secretos, enlaces y desenlaces imprevistos, tesoros escondidos, corrientes subterráneas, enredos y enigmas, que resulta apasionante investigar. La aventura que hoy quisiera contarles podría titularse: El misterio del hechizo de Don Juan. Hasta mi generación, no se si después, todos hemos sufrido al menos este hechizo en el gusto por ver todos los años una nueva representación del Don Juan Tenorio de Zorrilla. No es esta la habitual manera de ver una obra. A los niños les gusta oir una y otra vez el mismo cuento. A los adultos suele entrarnos la concupiscencia de la novedad. Queremos ver otra cosa. Con el Tenorio no ocurría eso. Tampoco ocurre, todo hay que decirlo, con la música, que también incita a la repetición. Asunto curioso par un detective. Asistíamos al Tenorio como niños a un cuento o como oyentes a un dichoso concierto.
El mito de Don Juan, construido a partir de la obra del fraile mercedario Tirso de Molina, escrita en 1613, ha tenido un éxito descomunal y sorprendente. Leo Winstein en su Catalogue of Don Juan Versions recoge más de quinientas en distintos ámbitos de la creación estética. Y si se tienen en cuenta los comentarios sobre esas obras, la bibliografía se dispara. Los donjuanes hablan en español, italiano, inglés, alemán, sueco, ruso, cantan en todo tipo de estilos, sus hazañas y fechorías se narran o se estudian en poemas, novelas, obras teatrales, ensayos. ¿Por qué ha atraído tanto la figura de Don Juan? La pregunta es pertinente porque desde su nacimiento aparece como un canalla, como un criminal sin grandeza, como un pícaro del sexo y un pendenciero profesional. Este es el fenómeno que irritaba hasta el enfurecimiento a Gregorio Marañón. Le parecía una indecencia que personaje de tal catadura moral fuese considerado como arquetipo de la virilidad. Consideraba que es la antítesis de la vida fecunda. Es, precisamente, un modelo de vida disipada, disoluta:
«De ahí mi encono -escribe-, no contra Don Juan, que ello sería pueril,
sinop contra el mito que sustenta. Este mito dañino, primero por ser mito, es decir, por ser mentira; pero, además, es la justificación glorifi-
cada de una poligamia estéril y con detrimento del trabajo creador.
Que sea así quien quiera o quien pueda; pero que no se pretenda ha-
cer de ello el modelo de la virilidad, que es todo lo contrario. Sin con-
tar con que el donjuanismo supone siempre, por parte de la mujer que
de rado o por fuerza se presta a su juego, una abyección sexual y so-
cial que entristece y subleva» (1).
Aquí comienza el misterio. A pesar de que se vale de cualquier argucia para llevarse a una mujer a la cama, que miente, engaña y, sobre todo en Tirso, tiene una explícita pasión misógina por deshonrar y envilecer a las mujeres, don Juan resulta atractivo en la literatura -no en la realidad- a todo el mundo: mujeres y hombres. ¿Por qué? Ana Sofía Pérez-Bustamante lo explica así: «Desde Tirso estamos acostumbrados a asociarlo con atributos que lo hacen oscuramente deseable, precisamente en la medida en que no quiere sucumbir a ninguna presión y resulta airoso, grácil, superior: admiramos en la irresponsabilidad de la ficción, su distinción, su arrogancia, su hedonismo, su potencia sexual, su encanto irresistible, su despilfarro, su coraje, su fortuna, su falta de miedo, aunque en el contexto real de la vida casi todos, por distintos motivos, seríamos los primeros en rechazarlo. Don Juan tiene que tener algún tipo de gracia, no es, no puede ser, un pecador o un transgresor vulgar» (2).
Explicar el atractivo de una obra, persona, o teoría es difícil. Cuentan los especialistas en informática que una vez intentaron elaborar un programa de ordenador para escribir novelas de éxito. Preguntaron a un autor de bestseller cual era la fórmula. Les respondió: Tiene que tener ambiente aristocrático, sexo, intriga y religión. Los informáticos dieron estas instrucciones al ordenador, que escribió la siguiente novela: «¡Ay Dios mío- dijo la duquesa- Estoy embarazada. ¿Quién será el padre?. Bromas aparte, tal vez el éxito de Don Juan se explique por unos motivos parecidos. Tiene sexo, ambiente aristocrático (como dijo Torrente Ballester «Don Juan no puede ser pobre, no puede ser un proletario, ni siquiera un burgués» (3). Valle Inclán hizo un tenorio castizo en las galas del difunto, y la obra es una divertida parodia zarzuelera). Mantiene la intriga de como va a salir del paso. Y, por último, tiene un inevitable contacto con la religión, la muerte y la transcendencia.
Quedarse en eso sería simplificar el atractivo equívoco del Don Juan. Al final de esta conferencia les daré mi interpretación de la fascinación de la cultura occidental por Don Juan. Pero antes debo aclarar algunas nociones previas.
En primer lugar, Don Juan es un mito literario. Pero, ¿qué es un mito literario? En Filosofía llamamos «mito» a una narración que sirve para explicar con procedimientos no científicos un hecho o fenómeno. Explicar algo consiste en aclarar lo desconocido a partir de lo conocido. Las mitologías utilizan elementos cotidianos para explicar lo misterioso. Los griegos decían que cuando la diosa Juno daba de mamar a su niño, este soltó el pecho y unas gotas de leche divina cayeron sobre el manto del cielo. Todavía llamamos «Vía láctea» a estas estrellas. Las mitologías inventan dioses, y Platón inventaba mitos filosóficos: la caverna, el auriga, y muchos otros. Eran narraciones elaboradas con el propósito de explicar, dentro de una lógica poética, acontecimientos reales. Hay una flor, el narciso, que inclina hacia abajo. Los griegos dieron a esta grácil curvatura una explicación poética. La flor recordaba la historia de un bello joven que se miró en las aguas y al ver su hermosura se enamoró de sí mismo y, entonces, quedó convertido en flor condenada a mirarse siempre. Después hemos seguido ampliando el mito: el narcisismo apareció como un modo de ser, como un excesivo aprecio hacia sí mismo.
Estos son los mitos originales, creados para explicar. Pero junto a ellos hay otros que resultan de un proceso de «mitificación» de materiales no concebidos con ese propósito, o de personas, o de realidades. Es un proceso de reconocimiento público y social. Podemos mitificar la sangre, la raza, el suelo. Podemos mitificar a san Francisco o al Ché Guevara o a los Beattles. Podemos mitificar a personajes literarios. En todos los casos una realidad, una ficción adquieren un simbolismo que desborda lo dado. Convierten a la persona o al personaje en un sistema de connotaciones, en una clave interpretativa, en una fuente de sentimientos, en un símbolo de una realidad más amplia, más rica, más abstracta, que el puro significante. Lo que era una mera narración, se convierte en fuente de sugerencias.
En el caso que nos ocupa, Don Juan Tenorio, el burlador de Sevilla, se convierte en un «significante» que hace referencia a una realidad extremadamente compleja, no claramente definida, pero que produce un sin fin de ocurrencias. Un mito parece arrojar luz sobre una parcela de la realidad, y sugerir muchas cosas. Se convierte en un atractor extraño, que relaciona cosas aparentemente dispersas. Adquiere además una autonomía misteriosa, se convierte en una especie de contenido ideal misterioso que ninguna obra acaba de agotar. De ahí que muchos autores intenten expresar lo no expresado todavía del mito. Mitos literarios son Prometeo, Narciso, Edipo, Antígona, Don Juan, Fausto, don Quijote y algunos otros, pero no muchos.
Estos mitos sociales, aceptados, prolongados, transformados, sirven a un detective cultural como yo para husmear en el metabolismo sentimental y creador de las sociedades, para ver lo que interesa a las cabezas y a los corazones humanos. En ellos, como escribió Ortega, no hay que ver «caprichos o secuencias de hechos fortuitos. Son sublimes teoremas que descubre la sensibilidad humana, en los cuales cada elemento es necesario y requerido por los demás. por esto no debe extrañar que la fidelidad misma obligue e ocasiones a eliminar de la tradición rasgos perturbadores y, a veces, a volver trozos de ella al revés» (5).
Por esa especie de inagotabilidad e imprecisión, cada época interpreta el mito de forma distinta. Hay un Fausto en las leyendas medievales, un Fausto prerromántico en Goethe, un Fausto moderno, simbólico, psicológicamente archicomplejo en el Doctor Faustus de Thomas Mann. El Don Juan del siglo XVII es el núcleo del mito: el Don Juan joven, frenético y aturdido sobre el que cae de repente un escarmiento merecido. El siglo XVIII, siglo racional y alborotado, siente poco interés por su figura. Los románticos cambian radicalmente de perspectiva: se sienten identificados con la rebeldía devaluadora de Don Juan, intentan comprenderlo y explicarlo, explicarse a través de él. Quieren salvarle. El Burlador de Tirso recibe el castigo que merece. El comendador lo arrastra al infierno. Zorrilla ya está en otra onda. Don Juan se enamora, es decir, deja de ser un donjuan:
Y solo en vida más pura
los justos comprenderán
que el amor salvó a don Juan
al pie de la sepultura.
En el paso del romanticismo al realismo, su figura se va contaminando de sentimiento y realidad. Madura e incluso envejece. Campoamor en su poema Don Juan, si es que se puede llamar poema a algo así, escribe:
Cuando el Don Juan de Byron se hizo viejo,
Pasó una vida de aprensiones llena
mirándose la lengua en un espejo,
prisionero del reuma en Cartagena.
El hijo de Don juan de Echegaray, y La conversión de Mañara de Dicenta, le muestran ya maduro.
Fuera de España, Kierkegaard, un hombre profundo y solitario, explorador abisal de la angustia y otras enfermedades mortales, la gran admiración de Unamuno, elabora una teoría llamativa sobre Don Juan, apoyándose en la obra de Mozart. Considera a Don Juan la encarnación perfecta del «demonio de la sensualidad». Piensa que no es un seductor, porque los seductores tienen conciencia de lo que hacen y embaucan con la palabra. Don Juan es una fuerza. Seduce con la energía de su propio deseo. Es como la música. Por eso afirma que solo la música, el Don Juan de Mozart, lo ha sabido expresar debidamente el mito. Mozart revela el secreto de Don Juan y Don Juan revela el secreto de la música de Mozart. Ambos son el poderío sensual seduciendo en estado puro. Una seducción veloz, incesante, siempre en movimiento, que atrapa más allá de las razones, de las conveniencias, de los motivos psicológicos. La propia energía musical arrastra al oyente como la propia energía sensual de Don Juan arrastra a la seducida.
Es cierto que no se puede considerar a Don Juan un seductor. No tiene tiempo de esas sofisticaciones. Es un cazador de oportunidades. Cualquier forma le parece válida para satisfacer su deseo. El seductor sabe usar la palabra. Don Juan está encantado de llevarse a su presa a la cama en silencio. Esto es verdad en el caso del Tenorio de Tirso. Les recordaré como empieza El burlador de Sevilla, es decir, como entra en la escena del mundo, como nace realmente Don Juan. Aparecen Don Juan Tenorio y la duquesa Isabela, en un escenario que se supone en penumbra, aunque sabemos que las representaciones se hacían con luz solar. Ha comenzado la gran ficción. Por lo que sigue se colige que acaban de tener unas agradables relaciones sexuales. El diálogo es el siguiente:
ISABELA: Duque Octavio, por aquí
podrás salir más seguro.
D.JUAN . Duquesa, de nuevo os juro
de cumplir el dulce sí.
ISABEL: Mis glorias, serán verdades,
promesas y ofrecimientos,
regalos y cumplimientos,
voluntades y amistades.
D.JUAN: Sí, mi bien.
ISABELA: Quiero sacar
una luz.
D, JUAN: Pues, ¿para qué?
ISABELA: Para que el alma dé fe
del bien que llego a gozar.
D.JUAN: Matárete la luz yo.
ISABELA: ¡Ah, cielo!¿Quién eres, hombre?
D. JUAN: ¿Quién soy? Un hombre sin nombre.
ISABELA: ¿Qué no eres el duque?
D. JUAN: No.
ISABELA: ¡Ah de palacio!
D.JUAN: Detenté;
dame, duquesa, la mano.
ISABELA: No me detengas, villano.
¡Ah del rey!¡Soldados, gente!
No se si el fraile mercedario quería convencer a su clientela de la conveniencia de hacer el amor con la luz, pero lo cierto es que a este suceso chusco no se le puede llamar acto de seducción sino burla.
Continuemos con Kierkegaard el danés, que pone de largo filosófico a nuestro mito. Concebía tres estadios en la vida del hombre, de menor a mayor perfección: el estadio estético, el estadio ético y el estadio religioso. Pues bien, el mejor ejemplo del estado estético era, para él, don Juan. «Es una figura casi etérea que aparece constantemente, sin adquirir nunca una forma determinada o cierta consistencia. Es un individuo que está creándose sin cesar, sin que jamás podamos llegar a verlo acabado. Con Don Juan, pues, la sensualidad ha quedado concebida como principio por primera vez en el mundo. Su amor no es síquico sino sensual. Y el amor sensual, por definición, no es un amor fiel, sino absolutamente pérfido. O lo que es lo mismo, no ama a una sola, sino que las ama a todas. En realidad solamente existe de momento y en el momento.
El amor síquico es esencialmente dialéctico. El sensual no. Siempre se mete por la vía más corta y nunca lo podemos imaginar sino en cuanto totalmente victorioso. El amor síquico se diferencia con cada individuo particular constituido en objeto amoroso. En esto consiste su riqueza y su contenido plenario. Pero con Don Juan la cosa es distinta. No tiene tiempo para tanto y todo se le convierte en mero asunto momentáneo. El amor síquico se desenvuelve cabalmente en medio de la espléndida diversidad de la vida individual, en la que los matices son en realidad lo importante. Por el contrario, el amor sensual es bien capaz de confundirlo todo. Lo esencial para él es la femineidad completamente abstracta.
Don Juan desea y este deseo tiene un efecto seductor. Lo que sugestiona a las seducidas, engañándolas, es el poderío peculiar de su sensualidad. Podríamos decir que lo que hay aquí es una especie de venganza. Porque don Juan no hace mas que desear y desear, y contentarse con gozar incesantemente de la satisfacción de sus deseos. Para ser un seductor le falta ese tiempo previo en el que hacer sus planes, y también le falta ese tiempo posterior para tener conciencia de lo que ha hecho. Un seductor ha de poseer una fuerza que don Juan a pesar de sus muchas dotes no posee. Es la fuerza de la palabra
Don Juan engaña mediante la genialidad de la sensualidad que está como encarnada en él. No sabe que es eso de la prudencia reflexiva y calculadora. Don Juan es siempre un triunfador. No necesita preparativos, ni planes, ni tiempo, pues siempre se halla presto, porque nunca está sin fuerzas, ni tampoco sin deseos. ¡Cómo le iban a faltar los deseos si cabalmente desear es el único elemento en que su vida se desarrolla normalmente! Es una jovialidad vital. No tiene consistencia, sino que más bien es un soplo que se precipita raudo en un constante desaparecer. Exactamente como la música.
La música no presenta a Don Juan como una persona o un individuo, sino como una fuerza. Don Juan tiene que seducir a 1003 mujeres en España. El seductor reflexivo -cuyo retrato escribió en Diario de un seductor– a una sola «su seducción es una obra de arte» (4).
A la vista está que el personaje de Don Juan se ha ido complicando. Ya no es sólo un burlador. Ni un conquistador. Es el paradigma de un modo de vida: el estético: el sensual sin reflexión. Hay algunos temas en Kierkegaard que Marañón va a retomar. Ambos consideran que el estadio estético es indiferenciado, y que el estadio ético es humanamente superior. Pero Kierkegaard habla apasionadamente de Don Juan, aunque cuando pase al estadio ético le critique. Guarda las reglas del juego.
Es curioso que en su obra Siluetas Kierkegaard estudie como ejemplo de personaje trágico, a Elvira, una de las 1003 seducidas por el Don Juan de Mozart. Junto a misterio de Don Juan tendría que investigar el misterio de las enamoradas de Don Juan. Ya veremos si el tiempo me da tiempo.
El siglo XX continúa el trabajo de análisis y complicación del mito. Aparecen donjuanes atípicos Don Álvaro Mesía, en La regenta, un cuarentón que se ha convertido en el tenorio de vetusta. Y el viejo marqués de Bradomín, del que Valle Inclán nos dice: «Era un don Juan admirable. ¡El más admirable tal vez! Era feo, católico y sentimental». Valle Inclán hace una parodia en Las galas del difunto, escrita en 1926. Don Juan aparece convertido en Juanito Ventolera, que es un bravucón, un farsante, un sinvergüenza, un chulo.. «El hombre que no se pone fuera de la ley es un cabra».
Para un detective cultural, resulta muy interesante el interés que se despierta en España hacia los años veinte por la figura de Don Juan.
En la década de los veinte, el tema de Don Juan resurge en España. Fue Ortega quien en una serie de artículos publicados en El Sol, en junio de 1921, bajo el título «Introducción a un Don Juan». Tras asegurar que «la figura de Don Juan es uno de los máximos dones que ha hecho al mundo nuestra raza», pedía estudiar el mito y repatriarlo. Considera que el mito está sin desarrollar. «¡Triste sino de nuestras cosas más egregias, quedar siempre primitivas, con su gesto inicial y tosco, esperando un temperamento generoso, capaz de imbuir en la torpe crisálida un alado afán de mariposa» (VI, 121). «Las figuras simbólicas son a modo de seres vivos que sufren las vicisitudes de los tiempos, cambian con ellos, degeneran y madurecen, tomando el vario cariz de las llamas humanas que en ellos se proyectan».
La leyenda de Don Juan aparece, dice, en la Edad Media como un apólogo acerca de un hombre frívolo, concupiscente e impío, que en hora tardía, sobrecogido por el castigo de una visión, se convierte y sucumbe. Al cerebro medieval que la imagina y al que la escucha, les importa solo el castigo y la conversión, que eran faena divina.
Ortega considera que lo que hay que repensar es el «heroísmo negativo» de Don Juan. ¡Hum! Para un detective esta afirmación resulta excitante, como cuando en el lugar del crimen se descubre un cigarrillo a medio consumir. «Don Juan no es un botarate, sino terrible símbolo de una simiente trágica que, más o menos incubada, llevamos dentro todos los hombres: la sospecha de que nuestros ideales son mancos e incompletos, frenesí de una hora embriagada que culmina en desesperación, embarque jovial que una vez y otra hacemos en naves empavesadas, las cuales siempre al cabo periclitan».
Se trata de Don Juan «una existencia significativa», lo que nos obliga a «reducir al minimum todos los componentes del azar. >Es preciso que su trayectoria se desarrolle empujada por una rigorosa necesidad y avance, como un astro espiritual, por una órbita gobernada según leyes ineludibles de la psicología humana».
Reducir el personaje de Don Juan a un bala perdida, jaquetón y chulesco, le parece una profanación. «Don Juan es un símbolo esencial e insustituible de ciertas angustias radicales que al hombre acongojan, una categoría inmarcesible de la estética y un mito del alma humana».
«Cuando se hace balance resumido de la literatura donjuanesca, dos hechos parecen sobre todo destacarse, quedando frente a frente. Uno es el atractivo, el garbo de la fisonomía de Don Juan a través de sus equívocas andanzas. otro es que casi todos los que han hablado de él ha hablado mal. Esta contradicción entre la gracia vital del personaje y la acritud de sus intérpretes constituye, por sí mismo, un problema psicológico de alto rango».
Ortega da su sentencia feroz: «La figura de Don Juan ha sufrido como ninguna el resentimiento de los malogrados. Lo s hombres le hemos envidiado siempre y las mujeres no se han atrevido a defenderle, porque, como luego veremos, ello equivaldría a revelar el secreto profesional de la feminidad».
Ortega considera que Don Juan no es un sensual egoísta porque está siempre dispuesto a dar la vida. «Declaro que no conozco otro rasgo más certero para distinguir un hombre moral de un hombre frívolo que el ser capaz o no de dar su vida por algo». Es la muerte el fondo esencial de la vida de Don Juan. Es su suprema conquista. El hombre animoso está dispuesto a dar su vida por algo. Más ¿por qué algo? Por un ideal.
Sin pretender ser exhaustivo recordaré que en una década se publican o estrenan en España: Don Juan de España (1922) de Martínez Sierra, lo que provocó un enfrentamiento con Falla que quería hacer una ópera con ese texto. Don Juan de Azorín (1922) Doña Inés, de Azorín (1925) Don Luis Mejía, de Marquina y Hernández Catá (1925), Las canas de Don Juan, de Juan Ignacio Luca de Tena (1925), Las galas del difunto d Valle Inclán (1926), Juan de Mañara de Manuel y Antonio Machado (1927) Han matado a Don Juan, de Federico Oliver (1929), Marañón: Psicoptaología del donjuanismo (1924), Notas para la biología de Don Juan (1924), Tres ensayos sobre la vida sexual (1926), Prologo al libro de Francisco Agustín Don Juan en el teatro, en la novela y en la vida (1928),
Ramiro de Maeztu, Don Quijote, Don Juan y la Celestina (1925), Jacinto Grau: El burlador que no se burla (1930), Francisco Villaespesa, El burlador de Sevilla (1928), Bergamín escribe un minidrama aforístico sobre «Don Juan 2 en El cohete y la estrella, (1923), Federico García Sánchiz: Ha llegado don Juan (1921) José María Granada: Si fue don Juan andaluz, comedia paródica (1921), Pérez de Ayala, Tigre juan y E curandero de su honra (1925).
¿A qué se debió este auge del donjuanismo? Joaquín Casalduero cree que «lo secundario es el tema, lo esencial, cómo se revela el espíritu de la época de cada una de ellas» (6). Maeztu, como por otra parte Marañón, moraliza a Don Juan, y también a los otros dos mitos españoles, don Quijote y la Celestina. En los tres personajes ve la ausencia de ideales del hombre hispánico. del Quijote deduce que induce al reposo, a la no acción, como consecuencia de la melancolía que se desprende del desengaño del ideal de un hombre y de un pueblo; D. Juan es el hombre de apetitos, pero sin ideales; La Celestina representa lo individual frente a lo social, el placer del instante, frente al deber del porvenir. «Don Juan ha vuelto a surgir entre nosotros -señala Maeztu- porque estos años marcan otra crisis de ideales» (7).
D. Juan renace porque «enseña la existencia de otra alternativa a cualquier posible elección de ideales, a saber: la factibilidad de vivir sin otro empeño que los vaivenes de nuestros apetitos y caprichos». Señala, con razón, que El burlador de Sevilla está concebido y escrito de prisa y que después de tantos intentos, «todavía vaga el personaje en busca de un autor que lo cristalice definitivamente, como lo están, desde su creación La Celestina y Don Quijote. Como Ortega, Saiz Armesto, Madariaga, defienden el españolismo de D. Juan, cosa, que por cierto, indignaba a Marañón» (8).
En este contexto escribe Marañón su estudio sobre Don Juan. Defiende una teoría moral de don juanismo, que él explica como biológica. Creo que la tentación de reduccionismo biológico en la que cae muchas veces Marañón es uno de los aspectos menos vigentes de sus obras. Viene a decir que la genealogía de la sexualidad nos muestra un proceso continuado de especialización y diferenciación del objeto deseado. La evolución tiende hacia la monogamia, que aparece como estado más perfecto, porque se aparta de lo genérico y valora la individualidad, la personalidad concreta, el matiz. Don Juan, ya lo hemos visto, mantiene una sexualidad genérica. Como oposición a este personaje beleidoso e inconstante señala dos contrafiguras: Amiel y Otelo.
Creo que esto es verdad, pero no por razones biológicas sino culturales. Los antropólogos nos dicen que más del 80% de las culturas admiten la poligamia dentro de sus códigos morales y jurídicos, pero advierten que solo un 10% la practica realmente. No ha sido tanto una presión biológica como una presión social, moral, ética la que ha enderezado al ser humano hacia la monogamia. Elen Fisher, en su libro Anatomia del amor, concluye que la evolución ha conducido hacia la monogamia «acompañada» de adulterio (9).
Pero Marañón no se queda ahí, piensa que la virilidad va anida al trabajo y a la creación. Por eso se indigna ante la inutilidad y la pereza de los donjuanes. El Don Juan carece de la austeridad. Marañón reclama una pedagogía sexual, basada en la diferenciación. Añade algunas cosas que no debo haber entendido bien por lo raras que me parecen. Por ejemplo cuando al comienzo de su obra La evolución de la sexuales y los estados intersexuales escribe: «Los dos sexos, la masculinidad y la feminidad no son dos entidades que se oponen punto por punto; hay ciertos momentos de su evolución ontogénica y filogénica en que esta oposición absoluta tiene una apariencia de realidad; pero fuera de esos momentos, la masculinidad y la feminidad se van acercando y acaban por fundirse en una fase de primitiva ambigüedad. Pero si no le he entendido mal, considera que el organismo viril es la fase terminal de los anteriores y que por ello «la feminización del hombre es un fenómeno regresivo, pudiéramos decir negativo; mientras que la virilización de la mujer es un fenómeno que, aparte de su carácter patológico, podríamos llamar progresivo; en cierto modo positivo. No puede sorprendernos esto que solo una nueva demostración que nos da la patología de que la mujer, en la evolución sexual es un estado intermedio entre la adolescencia y la virilidad. Al hombre le basta una influencia pasiva -ser poco varón- para parecer una mujer. La mujer, para parecer hombre, necesita de una impulsiva activa que supere su feminidad» (10).
Al contar la evolución del mito de Don Juan me he detenido a principios del siglo XX. Mi tarea de detective no puede quedarse ahí. Al contrario: me parece que queda aún por contar lo más interesante. ¿Queda algo de ese mito en la actualidad o es un mito anacrónico? Como los mitos verdaderos se refieren a pasiones, problemas, situaciones o realidades universales, resultaría prematuro decir que el mito ha desaparecido. Fausto parecía un mito anacrónico hasta que lo recuperó Thomas Mann en su Doctor Faustus para explicar a través suyo su época y prever las tragedias del nazismo.
Me parece que el Don Juan pasa por un largo ocaso, como lo pasó en el siglo XVIII y en parte por las mismas razones: porque triunfó y se generalizó su forma de vida. Suele decirse que en la actualidad la promiscuidad sexual está tan generalizada en ambos sexos que no hace falta ser Don Juan para cosechar como donjuanes o doñasjuanas. Creo que esto no es verdad, pero no voy a mencionar ese asunto. Donde me parece que hay una renovación o una generalización del mito de Don Juan es en lo que podríamos llamar «cultura posmoderna». Dije al principio de la Conferencia que iba a darles mi explicación del éxito del mito de Don Juan y ahora voy a hacerlo.
Creo que el atractivo de esta figura canallesca se debe a tres elementos:
1.- Su relación con la sexualidad, sin duda, que le hace beneficiarse de todo el atractivo, el prestigio, el misterio del mundo erótico. La seducción, que ya vimos que era un añadido posterior a la figura, supone además un ejercicio de dominio, de capacidad, de poder.
2.- Su relación con el ingenio y la desenvoltura. Siendo un asesino y un canalla aparece como un «fresco», lo que es grave teniendo en cuenta que la «frescura» tiene un aspecto agradable. Conserva de sus orígenes germánicos la idea de juventud, agilidad y viveza. Lo fresco tiene la prestancia de lo no usado, de lo que renace continuamente sin estancarse ni envejecer, sin dejar que lo encallezcan las rutinas. Osciló entre ser un virtud frívola o un pecado venial, es decir, un pecado al que se da la venia. Una de las características del ingenio es su capacidad para encontrar salidas en cualquier ocasión. Incluso del ingenioso verbal decimos: ¡Tiene unas salidas! Esta destreza, este «despejo» como llamaba Gracián al ingenio, este no dejarse enredar por nada hacen de Don Juan un triunfador, como descubrió Kierkagaard. Como ingenio es también ligero y rápido. «El Don Juan esencial, si se para, deja de ser Don Juan». Y si se enamora deja de serlo, porque amar es, ante todo, detenerse, pararse, fijarse como dijo en su libro Dionisio Ridruejo. La burla es una de las modalidades del ingenio. Como afirma Ana Sofia Pérez Bustamante «el dramaturgo que dio curso al Burlador de Sevilla tuvo la feliz idea de inventar, para una historia de tipo teológico sobre el pecado, la gracia y la justicia divina, un protagonista archipecador, pero que desea ante todo incrementar su fama de burlador: es decir, superarse como jugador».
Mi tesis es que lo importante del Don Juan no está en su sexualidad desaforada sino en su carácter de «burlador». Lo que quiere es saltarse las normas, y demostrar que no siente respeto ni miedo por nada: ni por la sexualidad, ni por el honor, ni por la religión, ni por los respetos sociales, ni por Dios. Por eso va haciendo que sus conquistas sean cada vez más escandalosas y más sonadas, como dice en la obra de Tirso:
«Sevilla a voces me llama
El Burlador, y el mayor
gusto que en mí puede haber
es burlar a una mujer
y dejarla sin honor»
Estas burlas, sin duda crueles, le producen risa, una risa que los donjuanes románticos exagerarán hasta lo demoniaco: «Ganas me da de reir»
dice Don Juan , y añade: «Ya de mi burla me rio».
Para el alma, que de risa
muerta ha de salir mañana
del engaño.
Don Juan, como todo ingenioso, necesita un público que le jalee y al que escandalizara. Pero no tiene por qué ser a causa de sus hazañas amorosas, sino también por su valentía y petulancia. Después de que decide ir a cenar con el cadáver del Gobernador a su tumba exclama:
¡Mañana iré a la capilla
donde convidado soy,
porque se admire y espante
Sevilla de mi valor.
Me parece muy significativo que el personaje aparece en un momento histórico furiosamente ingenioso. La España del XVII llamaba la atención de los viajeros por su amor a todo tipo de chanzas, chistes, burlas. Era un siglo que se aburria y que buscaba en este surtidor continuo un modo de salir del aburrimiento. No hay que olvidar que el ingenio, como los donjuanes, tiene que estar cambiando siempre. Ya dijo Gracián que la repetición estraga el gusto.
El afán de ser ingenioso debió hacerse tan extremoso, que todos los tratadistas de la vida palaciega se refieren a las contiendas de mentiras que se armaban entre caballeros, y todos afean esa pasión por las mentiras o cosas. Los moralistas no se cansan de recomendar moderación ante tanta violencia verbal, a la que Gracián denominaba «siniestro ingenio». La agresividad del ingenio fue tan notoria que Brantome un caballero francés que viajó a España a mediados del XVI escribió: «Conviene advertir que algunos españoles tanto gustan de motejar que no perdonan ni religión ni religiosos, ni cualquier persona o cosa». El siglo XVII fue, además, un siglo de jugadores. Como indica Chevalier, hubo «una sociedad de damas y caballeros que sumamente aprecia el apodo, el motejar, el equívoco, el juego de palabras por disociación. Esta sociedad, cuyo carácter lúdico solo en forma parcial se ha estudiado y entendido, juega con pasión. Juega a la pelota y juega a los naipes. Juega también con las palabras y con idéntica pasión. Tal pasión forzosamente había de dejar huella en la literatura de aquellos años». En los primeros años del siglo, es decir, cuando aparece el Burlador, hay una floración exagerada de literatura ingeniosa, de chistes, bromas, enigmas, cuentos y burlas. Este es, a mi juicio el caldo de cultivo del burlador.
Huarte de San Juan -cap.VIII- habla del hombre «gracioso, apodador, polido, agudo in agilibus. Ágil sin duda fue el veloz Don Juan. Gracián, en su Agudeza y arte de ingenio, habla de la «agudeza por desempeño en el hecho», que es el que correspondería a Don Juan. Consiste este ingenio «en hallar el único medio con que salir de la dificultad». Reconoce que «este es el principal artificio, que hace tan gustosas y entretenidas las épicas ficciones, novelas, comedias y tragedias: vanse empeñando los sucesos y apretando los lances, de tal suerte, que parecen a veces no tener salida. Más aquí está el primor del arte y la valentía de la inventiva en hallar medio extravagante, pero verosímil, con que salir del enredado laberinto con gran gusto y fruición del que ve y del que oye».
3.- Su afán transgresor. De la misma manera que el ingenio encuentra su gran recurso en sorprender, en transgredir graciosamente la norma, así sucede también con Don Juan. «El puro Don Juan es el que pasa desgarradamente el orden establecido», escribe Ridruejo (11). En Zorrilla queda clara su altanería:
LLamé al cielo, y no me oyó
y, pues sus puertas me cierra,
de mis pasos en la tierra
responda el cielo, y no yo.
En el Diccionario castellano, la transgresión está relacionada con la osadía y el atrevimiento. «Atreverse», como expliqué en el Diccionario de los sentimientos significaba al principio «actuar con esfuerzo, animo y valor». Pero acabó significando «determinarse a algún hecho o dicho arriesgado, irreverente o falto de respeto» . Y un poco después el atrevimiento se convierte en «insolencia, petulancia, desfachatez y descaro». La «valentía» se ha convertido en transgresora. Por cierto, que Gracián considera que una de las características de los grandes ingenios, es, precisamente esa. De Velázquez dice: «Es un pintor que pintaba a lo valentón, es decir arriesgadamente». Estos rasgos hacen sin duda atractivo al personaje. Jacinto Grao, que trató en teatro y en ensayo repetidamente el tema de Don Juan, en el epílogo a El burlador que no se burla, hace aparecer a las mujeres de Don Juan, las desdeñadas, y sin embargo mantiene siempre cubierta de flores su tumba. Una de ellas, Teresa, confiesa que no puede arrepentirse de haber sido de Don Juan: «Es también el hombre de verdad, tiene la gracia y el valor, sobre todo el valor, y el verdadero valor del hombre que no teme a nada ni a nadie, nos vuelve locas a todas las mujeres..» (12).
Ya Aristóteles, en el Problema 5, según Huarte de San juan, se preguntaba «¿Cual es la causa de que no siendo la valentía la mayor virtud de todas, antes la justicia y prudencia son las mayores, con todo esto la república y casi todos los hombres, de común consentimiento, estiman en más a un valiente y le hacen más honra dentro en su pecho, que a los justos y prudentes aunque estén constituidos en grandes dignidades y oficios?».
Esta mezcla de habilidad para salir del paso, ingenio, afán de transgresión y valentía, producen una idea de libertad, de no estar sujeto ni por las convenciones, ni por las normas, ni por los deberes, ni por los miedos, que es, a mi juicio, el gran secreto de Don Juan: es el héroe de la libertad sin límites y sin escrúpulos: nadie lo detendrá, es como el viento», dice Ridruejo. «don Juan es la libertad de movimientos, la irresponsabilidad, la energía infinita, inagotable», añade, Ramiro de Maeztu. Don Juan es rápido. Uno de los rasgos del ingenio son «los repentes». «Glissez mortels, n’appuyez pas», Deslizaos, no os apoyéis,», recomendaba Sartre, uno de los defensores del ingenio.
Esta libertad desligada, que devalúa cuanto toca, es el núcleo de lo que he llamado «la utopía ingeniosa», que me parece la esencia del mundo posmoderno. Por eso les decía que el donjuanismo ha triunfado en la actualidad, pero que al triunfar se ha hecho difuso y no se reconoce apenas su presencia.
El ingenio es el proyecto que elabora la inteligencia para vivir jugando. Su meta es conseguir una libertad desligada, a salvo de la veneración y la norma. Su método la devaluación generalizada de la realidad. El ingenioso, el burlador, convierte a todas las cosas en juguete, al introducirlas en su proyecto de juego. Está claro que esto es lo que hace Don Juan. La finalidad del ingenio es librar al hombre de la realidad que le oprime. Se trata de desligarse del mundo real, de olvidar la responsabilidad, el miedo y el aburrimiento. No tiene más objetivo que el propio juego, que es autorreferente, y se desliga tanto del pasado como del futuro. Es transgresor, pero no revolucionario. El ingenioso no busca destruir la realidad para alzar otra mejor, lo que seria el objetivo del revolucionario, sino minar por juego la realidad existente. Desea vivir el presente, puesto que está disfrutando. Su esencia es la sorpresa, la novedad, y por eso sus creaciones, como los chistes, las burlas, greguerias, las mentiras, los engaños, -no olvidemos que engaño viene de ingenio- se agotan enseguida, tienen que cambiar sin parar. Como la comicidad, el Don Juan necesita una anestesia afectiva. Nos reímos cuando vemos que alguien se cae, porque en ese instante perdemos toda compasión. Don Juan se ríe cuando hace que su presa caiga, porque en ese momento tampoco siente nada.
¿Quién no querría vivir este estado de libertad desvinculada? Esa es la tentación a que nos somete Don Juan. Es su aspecto imbatible. Lo que sucede es que tanto el donjuanismo como el ingenio son formas imposibles de vivir. No podemos vivir sin jugar, pero no podemos vivir siempre jugando. En esto, Marañón tenía razón. Pero la tenía más aun Kierkegaard que no negaba el atractivo de esa vida puramente estética, aunque creyera que había que superarla en un nivel ético. El ingenio y los donjuanes merecen, como mostré en un antiguo libro, un elogio y una refutación. Anhelamos vivir en la ligereza, pero luego nos espanta la «insoportable levedad del ser», que contó Kundera.
Jean Baudrillard, un famoso autor posmoderno, que, por cierto, ha escrito un perspicaz tratado sobre la seducción, describe así nuestra situación:
«Ha habido una orgía total, de lo real, de lo racional. de lo sexual, de la crítica y la anticrítica, del crecimiento y de la crisis de crecimiento. Hemos recorrido todos la producción y la reproducción virtual de objetos, de signos, de mensajes, de ideologías, de placeres. Hoy todo está liberado, las cartas están echadas y nos reencontramos colectivamente ante la pregunta crucial: ¿Qué hacer después de la orgía?». Es decir, ¿qué hacer después del donjuán?
Mi respuesta sigue siendo la misma que di hace unos años en el libro que les mencionaba. Debemos integrar el ingenio dentro de una creación más profunda, y debemos integrar la libertad, la valentía, la gracia de don Juan dentro de un mundo donde se afirmen grandes valores. Que así sea.
(1).- «Donjuanismo y austeridad», en Educación sexual y diferenciación sexual (1926)
(2).- Péez-Bustamante, A.S. (ed.): Don Juan Tenorio en la España del siglo XX, Cátedra, Madrid, 1998, p.19.
(3).- Torrente Ballester, G.: «Don Juan, tratado y maltratado», en Teatro español contemporáneo, Guadarrama, Madrid, 1957.
(4).- Kierkegaard, S: Los estadios eróticos inmediatos o el erotismo musical, Guadarrama, Madrid, 1969.
(5).- Ortega y Gasset, J.: Introducción a un «Don Juan», OC, VI, 122.
(6).- Casalduero, J.: Contribución al estudio del tema de Don Juan en el teatro español, Porrúa, Madrid, 1975, p.7.
(7).- Maeztu, R. : Don Quijote, Don Juan y la Celestina. Ensayos en simpatía. Espasa Calpe, Madrid, 1968 (1ª Ed. 1925). p. 100.
(8).- Hay también defensores de la universalidad del mito. Es el caso de Maurice Molho: «Hay ua coherencia general, que es la de una estructura mítica que, de obra en obra, se sobrevive a sí mismo, independientemente del tratamiento que cada autor le impone, tratamiento que debe menos a su genio personal que a la ideología que representa y proclama. Tal ideología, injeretándola en el mito, le confiere una significación continuamente renovadora» (Molho, M.; Mitológicas. Don Juan .Segismundo, Siglo XXI, Madrid, 1993, p.173.
O de Carlos Feal: «Entre las distintas versiones o variaciones sobre el tema de Don Juan se establece una solidaridad, en virtud de la cual una recibe sentido no solo de sí misma (o de la relación entre ella y el lector), sino también de las restantes, entendidas todas como partes de un conjunto -un mito- que las abarca» (Feal Deibe, C.; En nombre de Don Juan (Estructuras de un mito literario), John Benjamins, Amsterdam-Filadelfia, 1984, p.2).
La posición de Maeztu se inscribe en lo que Casalduero ha llamado «ola nacionalista», esto es, grupo de críticos que se aferran a la idea de que la primera versión del Burlador está escrita en español y que, por tanto, se trata de un personaje inequívocamente nacional, hecho al que hay que unir la crítica que el mismo Casalduero califica de «religiosa» o «política» en tanto que solo alaba una determinada versión de Don Juan -la española- menospreciando las restantes- la calidad de las versiones norteuropeas, como se ha visto.
(9).- Fisher, H.E. ; Anatomía del amor, Anagrama, Barcelona, 1994.
(10).- Marañón, G.; Obras Completas., Espasa Calpe, Madrid, 1972, Tomo 8º, p.605.
Cada uno de los estadios representa como un mundo o reino aparte, con sus fronteras bien definidas, su cima propio y sus categorías respectivas. «Hay tres esferas de la existencia: la estética, la ética y la religiosa. A estas tres esferas corresponden dos confines: la ironía es el confinium entre lo estético y lo ético; el humor, el confín entre lo ético y lo religioso. El Don Juan de Mozart es uno de los grandes representantes del estadio estético. En su mismo esplendor báquico se hacen alusiones a su profunda angustia y a lo demoniaco de su veneración mujeril, probablemente por ser muy poco masculino. El magnífico Don Juan en cuanto seductor inmediato está muy próximo, a pesar de la esencial distinción momentánea e ideal, al seductor reflexivo, al Juan del El diario de un seductor, que enseguida traiciona a Cordelia y sigue en su plan preconcebido de perdición ajena y todavía más, propia..
Parece demasiado atrevimiento afirmar que el cristianismo ha introducido la sensualidad en el mundo.. Hizo que existiera espiritualmente.. No se sabe cuando nació la idea de Don Juan, pero una cosa es cierta, a saber, que pertenece al cristianismo y que a través del cristianismo pasa a pertenecer por derecho propio a la Edad Media. La Edad Media no podía menos de hacer objeto de sus consideraciones esa discordia entre la carne y el espíritu que el cristianismo ha introducido en el mundo. Cuando el espírtitu se va a lo alto, la sensualidad de adueña del mundo. Venusberg: donde la sensualidad esta como en su casa. EL primogénito de este reino es Don Juan. Esto no significa que sea el reino del pecado, porque aun no hay reflexión. Es lo demoníaco en medio de la indiferencia estética. Fausto y Don Juan son los gigantes de la edad media.
Don Juan es la expresión de lo demoníaco definido como sensualidad. Fausto la expresión de lo demoníaco definido como espiritualidad,
De Fausto se ha conservado una leyenda. de don Juan no, aunque se sabe que en tiempos remotos era un personaje bufo. Fausto podía ser un individuo, pero don Juan no. No puede concebirse lo sensible concentrado en un solo individuo. Don Juan oscila continuamente entre ser idea -fuerza, vida, etc- e individuo. «Es una figura casi etérea que aparece constantemente, sin adquirir nunca una forma determinada o cierta consistencia. es un individuo que está creándose sin cesar, sin que jamás podamos llegar a verlo acabado. Cuando se concibe a Don Juan dentro de la música y en la música, ya no tenemos delante un determinado individuo particular, sino más bien la fuerza de la naturaleza y lo demoníaco, que nunca cesará de seducir y seducir Con Don Juan, pues, la sensualidad ha quedado concebida como principio por primera vez en el mundo. esto significa, además , que el erotismo se define ahora con un nuevo atributo, a saber: la seducción. Es bastante curioso que la idea de un seductor haya sido completamente desconocida en el mundo helénico. Es un amor esencialmente fiel por ser psíquico. Aunque sea plural, mientras ama a una no piensa en la otra. «Don Juan en cambio es un seductor de raíz. Su amor no es síquico sino sensual. Y el amor sensual, por definición, no es un amor fiel, sino absolutamente pérfido. O lo que es lo mismo, no ama a una sola, sino que las ama a todas, es decir, las seduce. En realidad solamente existe de momento y en el momento.
El amor síquico es esencialmente dialéctico. El sensual no. Siempre se mete por la vía más corta y nunca lo podemos imaginar sino en cuanto totalmente victorioso. El amor síquico se diferencia con cada individuo particular constituido en objeto amoroso. En esto consiste su riqueza y su contenido plenario. Pero con Don Juan la cosa es distinta. No tiene tiempo para tanto y todo se le convierte en mero asunto momentáneo. El amor síquico se desenvuelve cabalmente en medio de la espléndida diversidad de la vida individual, en la que los matices son en realidad lo importante. por el contrario, el amor sensual es bien capaz de confundirlo todo. Lo esencial para él es la femineidad completamente abstracta.
Su erotismo es seducción, pero hay que usar la palabra seductor con muchas prevenciones. No hay que catalogarlo dentro de las categorías éticas. De ahí que yo preferiría llamarle un impostor, pues este vocablo encierra al menos mayor ambigüedad. Para ser un seductor siempre hace falta u cierto grado de reflexión y de conciencia, y entonces sí que se puede hablar con todo derecho de astucias, tretas y falaces acosos. Pero Don Juan carece de semejante conciencia. Por eso no seduce. Don Juan desea y este deseo tiene un efecto seductor. Lo que sugestiona a las seducidas, engañándolas, es el poderío peculiar de su sensualidad. Podríamos decir que lo que hay aquí es una especie de venganza. Porque don Juan no hace mas que desear y desear, y contentarse con gozar incesantemente de la satisfacción de sus deseos. Para ser un seductor le falta ese tiempo previo en el que hacer sus planes, y también le falta ese tiempo posterior para tener conciencia de lo que ha hecho. Un seductor ha de poseer una fuerza que Don Juan a pesar de sus muchas dotes no posee. Es la fuerza de la palabra
Don Juan engaña mediante la genialidad de la sensualidad que está como encarnada en él. No sabe que es eso de la prudencia reflexiva y calculadora. Don Juan es siempre un triunfador. No necesita preparativos, ni planes, ni tiempo, pues siempre se halla presto. porque nunca está sin fuerzas, ni tampoco sin deseos. ¡Cómo le iban a faltar los deseos si cabalmente desear es el único elemento en que su vida se desarrolla normalmente! ¿Cuàl es su energía, su poder? No lo se´. La música es el único medio que puede expresar la fuerza que hay en Don Juan, esta especie de omnipotencia de su vida. Es una jovialidad vital. No tiene consistencia, sino que más bien es un soplo que se precipita raudo en un constante desaparecer. Exactamente como la música.
La música no presenta a Don Juan como una persona o un individuo, sino como una fuerza.. Don Juan tiene que seducir a 1003, el seductor reflexivo a una sola «su seducción es una obra de arte». El Don Juan musical es un triunfador en toda la línea y por eso está en ORIGEN Y EVOLUCIÓN DEL MITO DE DON JUAN
El mejor homenaje que se puede hacer a un autor es leer y comentar sus obras. En esta ocasión vamos a ocuparnos de un tema sugestivo, poliédrico, que interesó a Marañón durante toda su vida: Don juan y el donjuanismo. Abordó por primera vez el tema en 1923, en una conferencia pronunciada en Santander -«Biología de Don Juan»- y lo trató por última vez en 1961, en un breve texto -«La vuelta de Don Juan»- , escrito para una representación del Don Juan Tenorio de Zorrilla.
Voy a actuar como un detective cultural, orientación que me divierte y fascina. La cultura y su historia están llenas de enigmas, pasadizos secretos, enlaces y desenlaces imprevistos, tesoros escondidos, corrientes subterráneas, enredos y enigmas, que resulta apasionante investigar. La aventura que hoy quisiera contarles podría titularse: El misterio del hechizo de Don Juan. Hasta mi generación, no se si después, todos hemos sufrido al menos este hechizo en el gusto por ver todos los años una nueva representación del Don Juan Tenorio de Zorrilla. No es esta la habitual manera de ver una obra. A los niños les gusta oír una y otra vez el mismo cuento. A los adultos suele entrarnos la concupiscencia de la novedad. Queremos ver otra cosa. Con el Tenorio no ocurría eso. Tampoco ocurre, todo hay que decirlo, con la música, que también incita a la repetición. Asunto curioso par un detective. Asistíamos al Tenorio como niños a un cuento o como oyentes a un dichoso concierto.
El mito de Don Juan, construido a partir de la obra del fraile mercedario Tirso de Molina, escrita en 1613, ha tenido un exito descomunal y sorprendente. Leo Winstein en su Catalogue of Don Juan Versions recoge más de quinientas en distintos ámbitos de la creación estética. Y si se tienen en cuenta los comentarios sobre esas obras, la bibliografía se dispara. Los donjuanes hablan en español, italiano, inglés, alemán, sueco, ruso, cantan en todo tipo de estilos, sus hazañas y fechorías se narran o se estudian en poemas, novelas, obras teatrales, ensayos. ¿Por qué ha atraído tanto la figura de Don Juan? La pregunta es pertinente porque desde su nacimiento aparece como un canalla, como un criminal sin grandeza, como un pícaro del sexo y un pendenciero profesional. Este es el fenómeno que irritaba hasta el enfurecimiento a Gregorio Marañón. Le parecía una indecencia que personaje de tal catadura moral fuese considerado como arquetipo de la virilidad. Consideraba que es la antítesis de la vida fecunda. Es, precisamente, un modelo de vida disipada, disoluta:
«De ahí mi encono -escribe-, no contra Don Juan, que ello sería pueril,
sinop contra el mito que sustenta. Este mito dañino, primero por ser mito, es decir, por ser mentira; pero, además, es la justificación glorifi-
cada de una poligamia estéril y con detrimento del trabajo creador.
Que sea así quien quiera o quien pueda; pero que no se pretenda ha-
cer de ello el modelo de la virilidad, que es todo lo contrario. Sin con-
tar con que el donjuanismo supone siempre, por parte de la mujer que
de rado o por fuerza se presta a su juego, una abyección sexual y so-
cial que entristece y subleva» (1).
Aquí comienza el misterio A pesar de que se vale de cualquier argucia para llevarse a una mujer a la cama, que miente, engaña y, sobre todo en Tirso, tiene una explícita pasión misógina por deshonrar y envilecer a las mujeres, don Juan resulta atractivo en la literatura -no en la realidad- a todo el mundo: mujeres y hombres. ¿Por qué? Ana Sofía Perez-Bustamante lo explica así: «Desde Tirso estamos acostumbrados a asociarlo con atributos que lo hacen oscuramente deseable, precisamente en la medida en que no quiere sucumbir a ninguna presión y resulta airoso, grácil, superior: admiramos en la irresponsabilidad de la ficción, su distinción, su arrogancia, su hedonismo, su potencia sexual, su encanto irresistible, su despilfarro, su coraje, su fortuna, su falta de miedo, aunque en el contexto real de la vida casi todos, por distintos motivos, seríamos los primeros en rechazarlo. Don Juan tiene que tener algún tipo de gracia, no es, no puede ser, un pecador o un transgresor vulgar» (2).
Explicar el atractivo de una obra, persona, o teoría es difícil. Cuentan los especialistas en informática que una vez intentaron elaborar un programa de ordenador para escribir novelas de éxito. Preguntaron a un autor de bestseller cual era la fórmula. Les respondió: Tiene que tener ambiente aristocrático, sexo, intriga y religión. Los informáticos dieron estas instrucciones al ordenador, que escribió la siguiente novela: «¡Ay Dios mio- dijo la duquesa- Estoy embarazada. ¿Quién será el padre?. Bromas aparte, tal vez el éxito de Don Juan se explique por unos motivos parecidos. Tiene sexo, ambiente aristocrático (como dijo Torrente Ballester «Don Juan no puede ser pobre, no puede ser un proletario, ni siquiera un burgués» (3). Valle Inclán hizo un tenorio castizo en las galas del difunto, y la obra es una divertida parodia zarzuelera). Mantiene la intriga de como va a salir del paso.Y, por último, tiene un inevitable contacto con la religión, la muerte y la transcendencia.
Quedarse en eso sería simplificar el atractivo equívoco del Don Juan. Al final de esta conferencia les daré mi interpretación de la fascinación de la cultura occidental por Don Juan. Pero antes debo aclarar algunas nociones previas.
En primer lugar, Don Juan es un mito literario. Pero, ¿qué es un mito literario? En Filosofía llamamos «mito» a una narración que sirve para explicar con procedimientos no científicos un hecho o fenómeno. Explicar algo consiste en aclarar lo desconocido a partir de lo conocido. Las mitologías utilizan elementos cotidianos para explicar lo misterioso. Los griegos decían que cuando la diosa Juno daba de mamar a su niño, este soltó el pecho y unas gotas de leche divina cayeron sobre el manto del cielo. Todavía llamamos «Vía láctea» a estas estrellas. Las mitologías inventan dioses, y Platón inventaba mitos filosóficos: la caverna, el auriga, y muchos otros. Eran narraciones elaboradas con el propósito de explicar, dentro de una lógica poética, acontecimientos reales. Hay una flor, el narciso, que inclina hacia abajo. Los griegos dieron a esta grácil curvatura una explicación poética. La flor recordaba la historia de un bello joven que se miró en las aguas y al ver su hermosura se enamoró de sí mismo y, entonces, quedó convertido en flor condenada a mirarse siempre. Después hemos seguido ampliando el mito: el narcisismo apareció como un modo de ser, como un excesivo aprecio hacia sí mismo.
Estos son los mitos originales, creados para explicar. Pero junto a ellos hay otros que resultan de un proceso de «mitificación» de materiales no concebidos con ese propósito, o de personas, o de realidades. Es un proceso de reconocimiento público y social. Podemos mitificar la sangre, la raza, el suelo. Podemos mitificar a san Francisco o al Ché Guevara o a los Beattles. Podemos mitificar a personajes literarios. En todos los casos una realidad, una ficción adquieren un simbolismo que desborda lo dado. Convierten a la persona o al personaje en un sistema de connotaciones, en una clave interpretativa, en una fuente de sentimientos, en un símbolo de una realidad más amplia, más rica, más abstracta, que el puro significante. Lo que era una mera narración, se convierte en fuente de sugerencias.
En el caso que nos ocupa, Don Juan Tenorio, el burlador de Sevilla, se convierte en un «significante» que hace referencia a una realidad extemadamente compleja, no claramente definida, pero que produce un sin fin de ocurrencias. Un mito parece arrojar luz sobre una parcela de la realidad, y sugerir muchas cosas. Se convierte en un atractor extraño, que relaciona cosas aparentemente dispersas. Adquiere además una autonomía misteriosa, se convierte en una especie de contenido ideal misterioso que ninguna obra acaba de agotar. De ahí que muchos autores intenten expresar lo no expresado todavía del mito. Mitos literarios son Prometeo, Narciso, Edipo, Antígona, Don Juan, Fausto, don Quijote y algunos otros, pero no muchos.
Estos mitos sociales, aceptados, prolongados, transformados, sirven a un detective cultural como yo para husmear en el metabolismo sentimental y creador de las sociedades, para ver lo que interesa a las cabezas y a los corazones humanos. En ellos, como escribió Ortega, no hay que ver «caprichos o secuencias de hechos fortuitos. Son sublimes teoremas que descubre la sensibilidad humana, en los cuales cada elemento es necesario y requerido por los demás. por esto no debe extrañar que la fidelidad misma obligue e ocasiones a eliminar de la tradición rasgos perturbadores y, a veces, a volver trozos de ella al revés» (5).
Por esa especie de inagotabilidad e imprecisión, cada época interpreta el mito de forma distinta. Hay un Fausto en las leyendas medievales, un Fausto preromantico en Goethe, un Fausto moderno, simbólico, psicológicamente archicomplejo en el Doctor Faustus de Thomas Mann. El Don Juan del siglo XVII es el núcleo del mito: el Don Juan joven, frenético y aturdido sobre el que cae de repente un escarmiento merecido. El siglo XVIII, siglo racional y alborotado, siente poco interés por su figura. Los románticos cambian radicalmente de perspectiva: se sienten identificados con la rebeldía devaluadora de Don Juan, intentan comprenderlo y explicarlo, explicarse a través de él. Quieren salvarle. El Burlador de Tirso recibe el castigo que merece. El comendador lo arrastra al infierno. Zorrilla ya está en otra onda. Don Juan se enamora, es decir, deja de ser un donjuan:
Y solo en vida más pura
los justos comprenderán
que el amor salvó a don Juan
al pie de la sepultura.
En el paso del romanticismo al realismo, su figura se va contaminando de sentimiento y realidad. Madura e incluso envejece. Campoamor en su poema Don Juan, si es que se puede llamar poema a algo así, escribe:
Cuando el Don Juan de Byron se hizo viejo,
Pasó una vida de aprensiones llena
mirándose la lengua en un espejo,
prisionero del reuma en Cartagena.
El hijo de Don juan de Echegaray, y La conversión de Mañara de Dicenta, le muestran ya maduro.
Fuera de España, Kierkegaard, un hombre profundo y solitario, explorador abisal de la angustia y otras enfermedades mortales, la gran admiración de Unamuno, elabora una teoría llamativa sobre Don Juan, apoyándose en la obra de Mozart. Considera a Don Juan la encarnación perfecta del «demonio de la sensualidad». Piensa que no es un seductor, porque los seductores tienen conciencia de lo que hacen y embaucan con la palabra. Don Juan es una fuerza. Seduce con la energía de su propio deseo. Es como la música. Por eso afirma que solo la música, el Don Juan de Mozart, lo ha sabido expresar debidamente el mito. Mozart revela el secreto de Don Juan y Don Juan rvela el secreto de la música de Mozart. Ambos son el poderío sensual seduciendo en estado puro. Una seducción veloz, incesante, siempre en movimiento, que atrapa más allá de las razones, de las conveniencias, de los motivos psicológicos. La propia energía musical arrastra al oyente como la propia energía sensual de Don Juan arrastra a la seducida.
Es cierto que no se puede considerar a Don Juan un seductor. No tiene tiempo de esas sofisticaciones. Es un cazador de oportunidades. Cualquier forma le parece válida para satisfacer su deseo. El seductor sabe usar la palabra. Don Juan está encantado de llevarse a su presa a la cama en silencio. Esto es verdad en el caso del Tenorio de Tirso. Les recordaré como empieza El burlador de Sevilla, es decir, como entra en la escena del mundo, como nace realmente Don Juan. Aparecen Don Juan Tenorio y la duquesa Isabela, en un escenario que se supone en penumbra, aunque sabemos que las representaciones se hacían con luz solar. Ha comenzado la gran ficción. Por lo que sigue se colige que acaban de tener unas agradables relaciones sexuales. El diálogo es el siguiente:
ISABELA: Duque Octavio, por aquí
podrás salir más seguro.
D.JUAN . Duquesa, de nuevo os juro
de cumplir el dulce sí.
ISABEL: Mis glorias, serán verdades,
promesas y ofrecimientos,
regalos y cumplimientos,
voluntades y amistades.
D.JUAN: Sí, mi bien.
ISABELA: Quiero sacar
una luz.
D, JUAN: Pues, ¿para qué?
ISABELA: Para que el alma dé fe
del bien que llego a gozar.
D.JUAN: Matárete la luz yo.
ISABELA: ¡Ah, cielo!¿Quién eres, hombre?
D. JUAN: ¿Quién soy? Un hombre sin nombre.
ISABELA: ¿Que no eres el duque?
D. JUAN: No.
ISABELA: ¡Ah de palacio!
D.JUAN: Detenté;
dame, duquesa, la mano.
ISABELA: No me detengas, villano.
¡Ah del rey!¡Soldados, gente!
No se si el fraile mercedario quería convencer a su clientela de la conveniencia de hacer el amor con la luz, pero lo cierto es que a este suceso chusco no se le puede llamar acto de seducción sino burla.
Continuemos con Kierkagaard el danés, que pone de largo filosófico a nuestro mito. Concebía tres estadios en la vida del hombre, de menor a mayor perfección: el estadio estético, el estadio ético y el estadio religioso. Pues bien, el mejor ejemplo del estado estético era, para él, don Juan. «Es una figura casi etérea que aparece constantemente, sin adquirir nunca una forma determinada o cierta consistencia. Es un individuo que está creándose sin cesar, sin que jamas podamos llegar a verlo acabado. Con Don Juan, pues, la sensualidad ha quedado concebida como principio por primera vez en el mundo. Su amor no es síquico sino sensual. Y el amor sensual, por definición, no es un amor fiel, sino absolutamente pérfido. O lo que es lo mismo, no ama a una sola, sino que las ama a todas. En realidad solamente existe de momento y en el momento.
El amor siquico es esencialmente dialéctico. El sensual no. Siempre se mete por la vía más corta y nunca lo podemos imaginar sino en cuanto toalmente victorioso. El amor siquicose diferencia con cada individuo particular constituido en objeto amoroso. En esto consiste su riqueza y su contenido plenario. Pero con Don Juan la cosa es distinta. No tiene tiempo para tanto y todo se le convierle en mero asuto momentáneo. El amor síquico se desenvuelve cabalmente en medio de la espléndida diversidad de la vida individual, en la que los matices son en realidad lo importante. Por el conrario, el amor sensual es bien capaz de confudirlo todo. Lo esencial para él es la femineidad completamente abstracta.
Don Juan desea y este deseo tiene un efecto seductor. Lo que sugestiona a las seducidas, engañándolas, es el poderío peculiar de su sensualidad. Podriamos decir que lo que hay aquí es una especie de venganza. Porque don Juan no hace mas que desear y desear, y contentarse con gozar incesantemente de la satisfaccion de sus deseos. Para ser un seductor le falta ese tiempo previo en el que hacer sus planes, y tambien le falta ese tiempo posterior para tener conciencia de lo que ha hecho. Un seductor ha de poseer una fuerza que on Juan a pesar de sus muchas dotes no posee. Es la fuerza de la palabra
Don Juan engaña mediante la genialidad de la sensualidad que está como encarnada en él. No sabe que es eso de la prudencia reflexiva y calculadora. Don Juan es siempre un triunfador.No necesita preparativos, ni planes, ni tiempo, pues siempre se halla presto, porque nunca está sin fuerzas, ni tampoco sin deseos. ¡Cómo le iban a faltar los deseos si calbalmente desear es el único elemento en que su vida se desarrolla normalmente! Es una jovialidad vital. No tiene consistencia, sino que más bien es un soplo que se preciptia raudo en un constante desaparecer. Exactamente como la música.
La musica no presenta a Don Juan como una persona o un individuo, sino como una fuerza. Don Juan tiene que seducir a 1003 mujeres en España. El seductor reflexivo -cuyo retrato escribió en Diario de un seductor– a una sola «su seducción es una obra de arte» (4).
A la vista está que el personaje de Don Juan se ha ido complicando. Ya no es sólo un burlador. Ni un conquistador. Es el paradigma de un modo de vida: el estético: el sensual sin reflexión. Hay algunos temas en Kierkegaard que Marañón va a retomar. Ambos consideran que el estadio estético es indiferenciado, y que el estadio ético es humanamente superior. Pero Kierkegaard habla apasionadamente de Don Juan, aunque cuando pase al estadio ético le critique. Guarda las reglas del juego.
Es curioso que en su obra Siluetas Kierkegaard estudie como ejemplo de personaje trágico, a Elvira, una de las 1003 seducidas por el Don Juan de Mozart. Junto a misterio de Don Juan tendría que investigar el misterio de las enamoradas de Don Juan. Ya veremos si el tiempo me da tiempo.
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El siglo XX cotinúa el trabajo de análisis y complicación del mito. Aparecen donjuanes atípicos Don Alvaro Mesía, en La regenta, un cuarentón que se ha convertido en el tenorio de vetusta. Y el viejo marqués de Bradomín, del que Valle Inclán nos dice: «Era un don Juan admirable. ¡El más admirable tal vez! Era feo, católico y sentimental». Valle Inclan hace una parodia en Las galas del difunto, escriota en 1926. Don Juan aparece convertido en Juanito Ventolera, que es un bravucon, un farsante, un sinverguenza, un chulo.. «El hombre que no se pone fuera de la ley es un cabra».
Para un detective cultural, resulta muy interesante el interés que se despierta en España hacia los años veinte por la figura de Don Juan.
En la década de los veinte, el tema de Don Juan resurge en España. Fue ORtega quien en una serie de artículos publicados en El Sol, en junio de 1921, bajo el título «Introducción a un Don Juan». Tras asegurar que «la figura de Don Juan es uno ed los máximos dones que ha hecho al mundo nuestra raza», pedia estudiar el mito y repatriarlo.Considera que el mito está sin desarrollar. «¡Triste sino de nuestras cosas más egregias, quedar siempre primitivas, con su gesto inicial y tosco, esperando un temperamento generoso, capaz de imbuir en la torpe crisálida un alado afán de mariposa» (VI, 121). «Las figuras simbólicas son a modo de seres vivos que sufren las vicisitudes de los tiempos, cambian con ellos, degeneran y madurecen, tomando el vario cariz de las llamas humanas que en ellos se proyectan».
La leyenda de Don Juan aparece, dice, en la Edad Media como un apólogo acerca de un hombre frívolo, concuopiscente e impíiio, que en hora tardía, sobecogido por el castigo de una visión,s e convierte y sucumbe. AL cerebro medieval que la imagina y al que la escucha, les importa solo el castigo y la conversión, que eran faena divina.
Ortega considera que lo que hay que repensar es el «heroismo negativo» de Don Juan. ¡Hum! Para un detective esta afirmación resulta excitante, como cuando en el lugar del crimen se descubre un cigarrillo a medio consumir. «Don Juan no es un botarate, sino terrible símbolo de una simiente trágica que, más o menos incubada, llevamos dentro todos los hombres: la sospecha de que nuestros ideales son mancos e incompletos, frenesí de una hora embriagada que culmina en desesperación, embarque jovial que una vez y otra hacemos en naves empavesadas, las cuales siempre al cabo periclitan».
Se trata de Don Juan «una existencia significativa», lo que nos obliga a «reducir al minimum todos los componenetes del azar. >Es preciso que su trayectoria se desarrolle empujada por una rigorosa necesidad y avance, como un astro espiritual, por una órbita gbernada según leyes ineludibles de la psicología humana».
Reducir el personaje de Don Juan a un balaperdidda, jaquetón y chulesco, le parece una profanación. «Don Juan es un símbolo esencial e insustituible de ciertas angustias radicales que al hombre acongojan, una categoría inmarcesible de la estética y un mito del alma humana».
«Cuando se hace balance resumido de la literatura donjuanesca, dos hechos parecen sobre todo destacarse, quedando frente a frente. Uno es el atractivo, el garbo de la fisonomía de Don Juan a través de sus equívocas andanzas. otro es que casi todos los que han hablado de él ha hablado mal. Esta contradicción entre la gracia vital del personake y la acritud de sus intérpretes constituye, por sí mismo, un problema psicológico de alto rango».
Ortega da su sentencia feroz: «La figura de Don Juan ha sufrido como ninguna el resentimiento de los malogrados. Lo s hombres le hemos envidiado siempre y las mujeres no se han atrevido a defenderle, porque, como luego veremos, ello equivaldría a revelar el secreto profesional de la feminidad».
Ortega considera que Don Juan no es un sensual egoista porque está siempre dispuestio a dar la vida. «Declaro que no cnozco otro rasgo más certero para distinguir un hombre moral de un hombre frívolo que el ser capaz o no de dar su vida por algo». Es la muerte el fondo esencial de la vida de Don Juan. Es su suprema conquista. El hombre animoso está dispuesto a dar su vida por algo. Más ¿por qué algo? Por un ideal.
Sin pretender ser exhaustivo recordaré que en una década se publican o estrenan en España: Don Juan de España (1922)
, de martinez Sierra, lo que provocó un enfrentamiento con Falla que quería hacer una ópera con ese texto. Don Juan de Azorín (1922) Doña Ines, de Azorin (1925) Don Luis Mejía, de Marquina y Herandez Catá (1925), Las canas de Don Juan, de Juan Ignacio Luca de Tena (1925), Las galas del difunto d Valle Inclán (1926), Juan de Mañara de Manuel y Antonio Machado (1927) Han matado a Don Juan, de Federico Oliver (1929), Marañón: Psicoptaología del donjuanismo (1924), Notas para la biología de Don Juan (1924), Tres ensayos sobre la vida sexual (1926), Prologo al libro de Francisco Agustin Don Juan en el teatro, en la novela y en la vida (1928),
Ramuiro de Maeztu, Don QUijote, Don Juan y la Celestina (1925), Jacinto Grau: El burlador que no se burla (1930), Francisco Villaespesa, El burlador de Sevilla (1928), Bergamin escribe un minidrama aforisstico sobre «Don Juan 2 en El cohete y la estrella, (1923), Federico García Sanchiz: Ha llegado don Juan (1921) José Maria granada: Si fue don Juan andaluz, comedia paródica (1921), Perez de Ayala, Tigre juan y E curandero de su honra (1925).
¿A qué se debió este auge del donjuanismo? Joaquín Casalduero cree que «lo secundario es el tema, lo esencial, cómo se revela el espíritu de la época de cada una de ellas» (6). Maeztu, como por otra parte Marañón, moraliza a Don Juan, y tambien a los otros dos mitos españoles, don QUijote y la Celestina. En los tres personajes ve la ausencia de ideales del hombre hispánico. del Quijote deduce que induce al reposo, a la no acción, como consecuencia de la melancolía que se desprende del desengaño del ideal de un hombre y de un pueblo; D. Juan es el hombre de apetitos, pero sin ideales; La Celestina represena lo individual frente a lo social, el placer del instante, frente al deber del porvenir. «Don Juan ha vuelto a surgir entre nosotros -señala Maeztu- porque estos años marcan otra crisis de ideales» (7).
D. Juan renace porque «enseña la existencia de otra alternativa a cualquier posible elección de ideales, a saber: la factibilidad de vivir sin otro empeño que los vaivenes de nuestros apetitos y caprichos». Señala, con razón, que El burlador de Sevilla está concebido y escrito de prisa y que después de tantos intentos, «todavia vaga el personaje en busca de un autor que lo cristalice definitivamente, como lo están, desde su creación La Celestina y Don Quijote. Como Ortega, Saiz Armesto, Madariaga, defienden el españolismo de D. Juan, cosa, que por cierto, indignaba a Marañón» (8).
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En este contexto escribe Marañón su estudio sobre Don Juan. Defiende una teoría moral de don juanismo, que él explica como biológica. Creo que la tentación de reduccionismo biológico en la que cae muchas veces Marañón es uno de los aspectos menos vigentes de sus obras. Viene a decir que la genealogía de la sexualidad nos muestra un proceso continuado de especialización y diferenciación del objeto deseado. La evolución tiende hacia la monogamia, que aparece como estado más perfecto, porque se aparta de lo genérico y valora la individualidad, la personalidad concreta, el matiz. Don Juan, ya lo hemos visto, mantiene una sexualidad genérica. Como oposición a este personaje beleidoso e inconstante señala dos contrafiguras: Amiel y Otelo.
Creo que esto es verdad, pero no por razones biológicas sino culturales. Los antropólogos nos dicen que más del 80% de las culturas admiten la poligamia dentro de sus códigos morales y jurídicos, pero advierten que solo un 10% la practica realmente. No ha sido tanto una presión biológica como una presión social, moral, ética la que ha enderezado al ser humano hacia la monogamia. Elen Fisher, en su libro Anatomia del amor, concluye que la evolución ha conducido hacia la monogamia «acompañada» de adulterio (9).
Pero Marañón no se queda ahí, piensa que la virilidad va anida al trabajo y a la creación. Por eso se indigna ante la inutilidad y la pereza de los donjuanes. El Don Juan carece de la austeridad. Marañón reclama una pedagogía sexual, basada en la diferenciación. Añade algunas cosas que no debo haber entendido bien por lo raras que me parecen. Por ejemplo cuando al comienzo de su obra La evolución de la sexuales y los estados intersexuales escribe: «Los dos sexos, la masculinidad y la feminidad no son dos entidades que se oponen punto por punto; hay ciertos momentos de su evolución ontogénica y filogénica en que esta oposicion absoluta tiene una apariencia de realidad; pero fuera de esos momentos, la masculinidad y la feminidad se van acercando y acaban por fundirse en una fase de primitiva ambigüedad. Pero si no le he entendido mal, considera que el organismo viril es la fase terminal de los anteriores y que por ello «la feminización del hombre es un fenómeno regresivo, pudiéramos decir negativo; mientras que la virilización de la mujer es un fenómeno que, aparte de su carácter patológico, podriamos llamar progresivo; en cierto modo positivo. No puede sorprendernos esto que solo una nueva demostración que nos da la patología de que la mujer, en la evolución sexual es un estado intermedio entre la adolescencia y la virilidad. Al hombre le basta una influencia pasiva -ser poco varón- para parecer una mujer. La mujer, para parecer hombre, necesita de una impulsiva activa que supere su feminidad» (10).
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Al contar la evolución del mito de Don Juan me he detenido a principios del siglo XX. Mi tarea de detective no puede quedarse ahí. AL contrario: me parece que queda aún por contar lo más interesante. ¿Queda algo de ese mito en la actualidad o es un mito anacrónico? Como los mitos verdaderos se refieren a pasiones, problemas, situaciones o realidades universales, resultaría prematuro decir que el mito ha desaparecido. Fausto parecía un mito anacrónico hasta que lo recuperó Thomas Mann en su Doctor Faustus para explicar a través suyo su época y prever las tragedias del nazismo.
Me parece que el Don Juan pasa por un largo ocaso, como lo pasó en el siglo XVIII y en parte por las mismas razones: porque triunfó y se generalizó su forma de vida. Suele decirse que en la actualidad la promiscuidad sexual está tan generalizada en ámbos sexos que no hace falta ser Don Juan para cosechar como donjuanes o doñasjuanas. Creo que esto no es verdad, pero no voy a mencionar ese asunto. Donde me parece que hay una renovación o una generalización del mito de Don Juan es en lo que podriamos llamar «cultura posmoderna». Dije al principio de la Conferencia que iba a darles mi explicación del éxito del mito de Don Juan y ahora voy a hacerlo.
Creo que el atractivo de esta figura canallesca se debe a tres elementos:
1.- Su relación con la sexualidad, sin duda, que le hace beneficiarse de todo el atractivo, el prestigio, el misterio del mundo erótico. La seducción, que ya vimos que era un añadido posterior a la figura, supone además un ejercicio de dominio, de capacidad, de poder.
2.- Su relación con el ingenio y la desenvoltura. Siendo un asesino y un canalla aparece como un «fresco», lo que es grave teniendo en cuenta que la «frescura» tiene un aspecto agradable. Conserva de sus orígenes germánicos la idea de juventud, agilidad y viveza. Lo fresco tiene la prestancia de lo no usado, de lo que renace continuamente sin estancarse ni envejecer, sin dejar que lo encallezcan las rutinas. Osciló entre ser un virtud frívola o un pecado venial, es decir, un pecado al que se da la venia. Una de las características del ingenio es su capacidad para encontrar salidas en cualquier ocasión. Incluso del ingenioso verbal decimos: ¡Tiene unas salidas! Esta destreza, este «despejo» como llamaba Gracián al ingenio, este no dejarse enredar por nada hacen de Don Juan un triunfador, como descubrió Kierkagard. Como ingenio es también ligero y rápido. «El Don Juan esencial, si se para, deja de ser Don Juan». Y si se enamora deja de serlo, porque amar es, ante todo, detenerse, pararse, fijarse como dijo en su libro Dionisio Ridruejo. La burla es una de las modalidades del ingenio. Como afirma Ana Sofia Perez Bustamante «el dramaturgo que dió curso al Burlador de Sevilla tuvo la feliz idea de inventar, para una historia de tipo teológico sobre el pecado, la gracia y la justicia divina, un protagonista archipecador, pero que desea ante todo incrementar su fama de burlador: es decir, superarse como jugador».
Mi tesis es que lo importante del Don Juan no está en su sexualidad desaforada sino en su carácter de «burlador». Lo que quiere es saltarse las normas, y demostrar que no siente respeto ni miedo por nada: ni por la sexualidad, ni por el honor, ni por la religión, ni por los respetos sociales, ni por Dios. Por eso va haciendo que sus conquistas sean cada vez más escandalosas y más sonadas, como dice en la obra de Tirso:
«Sevilla a voces me llama
El Burlador, y el mayor
gusto que en mí puede haber
es burlar a una mujer
y dejarla sin honor»
Estas burlas, sin duda crueles, le producen risa, una risa que los donjuanes románticos exagerarán hasta lo demoniaco: «Ganas me da de reir»
dice Don Juan , y añade: «Ya de mi burla me rio».
Para el alma, que de risa
muerta ha de salir mañana
del engaño.
Don Juan, como todo ingenioso, necesita un público que le jalee y al que escandalizara. Pero no tiene por qué ser a causa de sus hazañas amorosas, sino también por su valentía y petulancia. Después de que decide ir a cenar con el cadaver del Gobernador a su tumba exclama:
¡Mañana iré a la capilla
donde convidado soy,
porque se admire y espante
Sevilla de mi valor.
Me parece muy significativo que el personaje aparece en un momento histórico furiosamente ingenioso. La España del XVII llamaba la atención de los viajeros por su amor a todo tipo de chanzas, chistes, burlas. Era un siglo que se aburria y que buscaba en este surtidor continuo un modo de salir del aburrimiento. No hay que olvidar que el ingenio, como los donjuanes, tiene que estar cambiando siempre. Ya dijo Gracián que la repetición estraga el gusto.
El afán de ser ingenioso debió hacerse tan extremoso, que todos los tratadistas de la vida palaciega se refieren a las contiendas de mentiras que se armaban entre caballeros, y todos afean esa pasión por las mentiras o cosas. Los moralistas no se cansan de recomendar moderación ante tanta violencia verbal, a la que Gración denominaba «siniestro ingenio». La agresividad del ingenio fue tan notoria que Brantome un caballero francés que viajó a España a mediados del XVI escribió: «Conviene advertir que algunos españoles tanto gustan de motejar que no perdonan ni religión ni religiosos, ni cualquier persona o cosa». El siglo XVII fue, además, un siglo de jugadores. Como indica Chevalier, hubo «una sociedad de damas y caballeros que sumamente aprecia el apodo, el motejar, el equívoco, el juego de palabras por disociación. Esta sociedad, cuyo carácter lúdico solo en forma parcial se ha estudiado y entendido, juega con pasión. Juega a la pelota y juega a los naipes. Juega también con las palabras y con idéntica pasión. Tal pasión forzosamente habia de dejar huella en la literatura de aquellos años». En los primeros años del siglo, es decir, cuando aparece el Burlador, hay una floración exagerada de literatura ingeniosa, de chistes, bromas, enigmas, cuentos y burlas. Este es, a mi juicio el caldo de cultivo del burlador.
Huarte de San Juan -cap.VIII- habla del hombre «gracioso, apodador, polido, agudo in agilibus. Agil sin uda fue el veloz Don Juan.Gracián, en su Agudeza y arte de ingenio, habla de la «agudeza por desempeño en el hecho», que es el que correspondería a Don Juan. Consiste este ingenio «en hallar el único medio con que salir de la dificultad». Reconoce que «este es el principal artificio, que hace tan gustosas y entretenidas las épicas ficciones, novelas, comedias y tragedias: vanse empeñando los sucesos y apretando los lances, de tal suerte, que parecen a veces no tener salida. Más aquí está el primor del arte y la valentia de la inventiva en hallar medio extravagante, pero verosimil, con que salir del enredado laberinto con gran gusto y fruicción del que ve y del que oye».
3.- Su afán transgresor. De la misma manera que el ingenio encuentra su gran recurso en sorprender, en transgredir graciosamente la norma, así sucede también con Don Juan. «El puro Don Juan es el que pasa desgarradamente el orden establecido», escribe Ridruejo (11). En Zorrilla queda clara su altaneria:
LLamé al cielo, y no me oyó
y, pues sus puertas me cierra,
de mis pasos en la tierra
responda el cielo, y no yo.
En el Diccionario castellano, la transgresión está relacionada con la osadía y el atrevimiento. «Atreverse», como expliqué en el Diccionario de los sentimientos significaba al principio «actuar con esfuerzo, animo y valor». Pero acabó significando «determinarse a algún hecho o dicho arriesgado, irreverente o falto de respeto» . Y un poco después el atrevimiento se convierte en «insolencia, petulancia, desfachatez y descaro». La «valentía» se ha convertido en transgresora. Por cierto, que Gracián considera que una de las características de los grandes ingenios, es, precisamente esa. De Velazquez dice: «Es un pintor que pintaba a lo valéntón, es decir arriesgadamente». Estos rasgos hacen sin duda atractivo al personaje. Jacinto Grao, que trató en teatro y en ensayo repetidamente el tema de Don Juan, en el epílogo a El burlador que no se burla, hace aparecer a las mujeres de Don Juan, las desdeñadas, y sin embargo mantiene siempre cuberta de flores su tumba. Una de ellas, Teresa, confiesa que no puede arrepentirse de haber sido de Don Juan: «Es también el hombre de verdad, tiene la gracia y el valor, sobre todo el valor, y el verdadero valor del hombre que no teme a nada ni a nadie, nos vuelve locas a todas las mujeres..» (12).
Ya Aristóteles, en el Problema 5, segun Huarte de San juan, se pregutnaba «¿Cual es la causa de que no siendo la valentía la mayor virtud de todas, antes la justicia y prudencia son las mayores, con todo esto la república y casi todos los hombres, de común consentimiento, estiman en más a un valiente y le hacen más honra dentro en su pecho, que a los justos y prudentes aunque estén constituidos en grandes dignidades y oficios?».
Esta mezcla de habilidad para salir del paso, ingenio, afan de transgresión y valentía, producen una idea de libertad, de no estar sujeto ni por las convenciones, ni por las normas, ni por los deberes, ni por los miedos, que es, a mi juicio, el gran secreto de Don Juan: es el heroe de la libertad sin límites y sin escrúpulos: nadie lo detendrá, es como el viento», dice Ridruejo. «don Juan es la libertad de movimientos, la irresponsabilidad, la energía infinita, inagotable», añade, Ramiro de Maeztu. Don Juan es rápido. Uno de los rasgos del ingenio son «los repentes». «Glissez mortels, n’appuyez pas», Deslizaos, no os apoyeis,», recomendaba Sartre, uno de los defensores del ingenio.
Esta libertad desligada, que devalua cuanto toca, es el nucleo de lo que he llamado «la utopia ingeniosa», que me parece la esencia del mundo posmoderno. Por eso les decía que el donjuanismo ha triunfado en la actualidad, pero que al triunfar se ha hecho difuso y no se reconoce apenas su presencia.
El ingenio es el proyecto que elabora la inteligencia para vivir jugando. Su meta es conseguir una libertad desligada, a salvo de la veneración y la norma. Su método la devaluación generalizada de la realidad. El ingenioso, el burlador, convierte a todas las cosas en juguete, al introducirlas en su proyecto de juego. Está claro que esto es lo que hace Don Juan. La finalidad del ingenio es librar al hombre de la realidad que le oprime. Se trata de desligarse del mundo real, de olvidar la responsabilidad, el miedo y el aburrimiento. No tiene más objetivo que el propio juego, que es autorreferente, y se desliga tanto del pasado como del futuro. Es transgresor, pero no revolucionario. El ingenioso no busca destruir la realidad para alzar otra mejor, lo que seria el objetivo del revolucionario, sino minar por juego la realidad existente. Desea vivir el presente, puesto que está disfrutando. Su esencia es la sorpresa, la novedad, y por eso sus creaciones, como los chistes, las burlas, greguerias, las mentiras, los engaños, -no olvidemos que engaño viene de ingenio- se agotan enseguida, tienen que cambiar sin parar. Como la comicidad, el Don Juan necesita una anestesia afectiva. Nos reimos cuando vemos que alguien se cae, porque en ese instante perdemos toda compasión. Don Juan se rie cuando hace que su presa caiga, porque en ese momento tampoco siente nada.
¿Quién no querría vivir este estado de libertad desvinculada? Esa es la tentación a que nos somete Don Juan. Es su aspecto imbatible. Lo que sucede es que tanto el donjuanismo como el ingenio son formas imposibles de vivir. No podemos vivir sin jugar, pero no podemos vivir siempre jugando. En esto, Marañon tenía razón. Pero la tenía más aun Kierkegard que no negaba el atractivo de esa vida puramente estética, aunque creyera que había que superarla en un nivel ético. El ingenio y los donjuanes merecen, como mostré en un antiguo libro, un elogio y una refutación. Anhelamos vivir en la ligereza, pero luego nos espanta la «insoportasble levedad del ser», que contó Kundera.
Jean Baudrillard, un famoso autor posmoderno, que, por cierto, ha escrito un perspicaz tratado sobre la seducción, describe así nuestra situación:
«Ha habido una orgía total, de lo real, de lo racional. de lo sexual, de la crítica y la anticrítica, del crecimiento y de la crisis de crecimiento. Hemos recorrido todos la producción y la reproducción virtual de objetos, de signos, de mensajes, de ideologías, de placeres. Hoy todo está liberado, las cartas están echadas y nos reencontramos colectivamente ante la pregunta crucial: ¿Qué hacer despues de la orgía?». Es decir, ¿qué hacer después del donjuán?
Mi respuesta sigue siendo la misma que dí hace unos años en el libro que les mencionaba. Debemos integrar el ingenio dentro de una creación más profunda, y debemos integrar la libertad, la valentía, la gracia de don Juan dentro de un mundo donde se afirmen grandes valores. Que así sea.
(1).- «Donjuanismo y austeridad», en Educación sexual y diferenciación sexual (1926)
(2).- Péez-Bustamante, A.S. (ed.): Don Juan Tenorio en la España del siglo XX, Cátedra, Madrid, 1998, p.19.
(3).- Torrente Ballester, G.: «Don Juan, tratado y maltratado», en Teatro españo contemporáneo, Guadarrama, Madrid, 1957.
(4).- Kierkegaard, S: Los estadios eróticos inmediatos o el erotismo musical, Guadarrama, Madrid, 1969.
(5).- Ortega y Gasset, J.: Introducción a un «Don Juan», OC, VI, 122.
(6).- Casalduero, J.: Contribución al estudio del tema de Don Juan en el teatro español, Porrúa, Madrid, 1975, p.7.
(7).- Maeztu, R. : Don Quijote, Don Juan y la Celestina. Enseyos en simpatía. Espasa Calpe, Madrid, 1968 (1ª Ed. 1925). p. 100.
(8).- Hay también defensores de la universalidad del mito. Es el caso de Maurice Molho: «Hay ua coherencia general, que es la de una estructura mítica que, de obra en obra, se sobrevive a sí mismo, independientemente del tratamiento que cada autor le impone, tratamiento que debe menos a su genio personal que a la ideología que representa y proclama. Tal ideología, injeretándola en el mito, le confiere una significación continuamente renovadora» (Molho, M.; Mitológicas. Don Juan .Segismundo, Siglo XXI, Madrid, 1993, p.173.
O de Carlos Feal: «Entre las distintas versiones o variaciones sobre el tema de Don Juan se establece una solidaridad, en virtud de la cual una recibe sentido no solo de sí misma (o de la relación entre ella y el lector), sino también de las restantes, entendidas todas como partes de un conjunto -un mito- que las abarca» (Feal Deibe, C.; En nombre de Don Juan (Estructuras de un mito literario), John Benjamins, Amsterdam-Filadelfia, 1984, p.2).
La posición de Maexzu se inscribe en lo que Casalduero ha llamado «ola nacionalista», esto es, grupo de críticos que se aferran a la idea de que la primera versión del Burlador está escrita en español y que, por tanto, se trata de un personaje inequívocamente nacional, hecho al que hay que unir la crítica que el mismo Casalduero califica de «religiosa» o «política» en tanto que solo alaba una determinada versión de Don Juan -la española- menospreciando las restantes- la calidad de las versiones norteuropeas, como se ha visto.
(9).- Fisher, H.E. ; Anatomia del amor, Anagrama, Barcelona, 1994.
(10).- Marañón, G.; Obras Completas., Espasa Calpe, Madrid, 1972, Tomo 8º, p.605.