Vuelve el debate sobre si se debe estudiar o no Filosofía y por qué. Es una batalla necesaria, pero de resultado incierto
Abuenas horas, mangas verdes. La vicepresidenta, Soraya Sáenz de Santamaria, preocupada por el influjo de las ‘fake news’ y de las redes sociales, ha pedido a educadores, padres y gobernantes que fomenten el pensamiento crítico de los jóvenes para ayudarles a tomar decisiones informadas. Sin embargo, la única asignatura que tiene como objetivo específico desarrollar esa competencia, que es la Filosofía, ha sido eliminada de la Enseñanza Secundaria Obligatoria, y reducida en el Bachillerato.
Espero que la petición de la vicepresidenta lleve implícito un acto de contrición y un propósito de enmienda, ahora que se está trabajosamente elaborando un pacto educativo a velocidad de caracol, que a su vez dará paso —si hay suerte— a una nueva ley educativa que, tal vez, desembocará en medidas que, si todo continúa a la misma velocidad, llegarán a las aulas para beneficio de alguna lejana generación de alumnos españoles, quizá todavía no nacida.
Dicho esto, vamos a hablar en serio de la filosofía y del pensamiento crítico. La exclusión de esa asignatura de los currículos no es una exclusiva española. En 2000, el Consejo Europeo fijó en Lisboa la estrategia educativa europea: «Convertir Europa en la economía basada en el conocimiento más competitiva y dinámica del mundo, capaz de crecer económicamente de manera sostenible con más y mejores empleos y con más cohesión social».
Lo que necesitamos en realidad es un ‘pensamiento crítico constructivo’, que se empeñe en trabajar para conocer la verdad
En aquel momento, protesté contra la ausencia de la filosofía —una competencia profundamente europea— y la ausencia de todo interés por el pensamiento crítico. Intenté lanzar una campaña para reclamar a la Unión Europea la inclusión de una novena competencia, orientada a desarrollarlo. Recordaba la tesis de Jacques Derrida, famoso filósofo francés, que defiende el ‘derecho a la filosofía’ como fundamento del resto de derechos humanos. Mi propuesta fracasó estrepitosamente, pero tal vez ahora pueda ser resucitada, y acogida por los partidos políticos y por el Gobierno. Les animo, pues, a defender la novena competencia, y a incluirla en todo el recorrido educativo. La eficacia de la ‘filosofía para niños’ en la escuela primaria es asombrosa.
Pero, antes, los filósofos debemos demostrar a la sociedad que somos gentes de fiar. La intelectualidad filosófica europea —en especial la francesa— quedó muy desprestigiada porque sufrió un espejismo marxista que le nubló el juicio. Después, tal vez como reacción, cayó en una defensa del ‘pensamiento débil’, y en una profunda desconfianza ante cualquier pretensión de verdad, incluida la científica. Lo que está en el origen de la posverdad no es Trump, sino los filósofos ‘posmodernos’.
Crítico constructivo
Esto supone atribuir al ‘pensamiento crítico‘ una tarea demoledora de cualquier pretensión de verdad, un filosofar con el martillo, como pedía Nietzsche. Pero lo que necesitamos en realidad es un ‘pensamiento crítico constructivo’, que se empeñe en trabajar, como ha hecho siempre la filosofía (y, por supuesto, la ciencia) para conocer la verdad. He contado alguna vez que en el coloquio que siguió a una conferencia sobre los filósofos posmodernos, pregunté a Ferrater Mora —un profundo conocedor de la filosofía— si creía que lo que decían esos pensadores era verdadero. Me respondió que era una pregunta impertinente. Si no se puede preguntar si lo que dice un filósofo es verdad, convertimos la filosofía en una variante de la literatura biográfica, expuesta en un formato conceptual en vez de narrativo. Y en ese caso, debe incluirse en la asignatura de Historia de la Literatura.
Los filósofos debemos demostrar a la sociedad que somos gentes de fiar
Pero la filosofía es una cosa más seria. No trata solo de ‘plantear preguntas’, como dicen defensores bienintencionados. Es de suponer que podrá dar también alguna respuesta. La deriva que las facultades de Filosofía han dado hacia el estudio de su historia la interpreto como una confesión de impotencia que no comparto, un reconocimiento de que la filosofía no da más de sí. Creo que este erudito escepticismo está equivocado. En otros artículos de esta sección ya he explicado cual debería ser el contenido de esa filosofía.
Platón. (iStock)
Además de la postura deprimida de los filósofos, hay otro gran obstáculo para el pensamiento crítico: una mala idea de democracia, que consiste en afirmar que todas las opiniones son respetables y equiparables. Esto es un solemne error. Lo que es respetable es la persona que opina, no sus opiniones, que pueden ser necias, ofensivas o ignorantes. Platón, que dedicó parte de su obra a defender el conocimiento (‘sofía’) y despreciar las opiniones (‘doxa’), se removería en su tumba si viera la glorificación de la opinión que entre todos estamos organizando, con la impagable ayuda de las redes sociales y de los medios que aprovechan las redes sociales para dar vidilla a sus programas con poco trabajo.
El pensamiento crítico —la filosofía— tiene que devaluar el culto a la opinión, y, hoy por hoy, es una batalla necesaria, pero de resultado incierto.
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