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El autoritarismo se vuelve global

Hablar de países ‘democráticos’ y ‘no democráticos’ ya no es suficiente. El mundo está virando del liberalismo al autoritarismo, y es un problema grave

Me preguntaba la semana pasada si la tercera ola de la democracia que comenzó en los setenta estaría a punto de retroceder, como ocurrió en las dos ocasiones anteriores. El estudio dirigido por Anna Lührmann, de la Universidad de Gotenburgo (Suecia), indica que no disminuye el número de países con sistemas electorales democráticos, pero que hay una tendencia hacia el autoritarismo, hacia ejercicios autocráticos del poder. (‘State of the world 2017: autocratization and exclusion?’, Anna Lührmann, Valeriya Mechkova, Sirianne Dahlum, Laura Maxwell y Moa Olin).

Lo que resulta alarmante es que esa deriva está apoyada en muchos casos por los ciudadanos, y que su fuerza va a aumentar si no comprendemos bien lo que está ocurriendo y tomamos las decisiones oportunas. Los cambios de actitud política, como los movimientos sociales o las modas, son manifestaciones aparentemente claras de motivaciones complejas y a veces desconocidas, que forman lo que he llamado ‘sistemas ocultos‘. Son redes conceptuales y emocionales muy tupidas, de modo que cuando aceptamos un elemento, tragamos sin darnos cuenta el sistema entero. Y cuando fortalecemos un factor, estamos fortaleciendo sin saberlo a todos los demás. Lo expliqué aquí respecto del nacionalismo:
(¿Son todos los nacionalistas supremacistas y xenófobos?)

La nueva democracia autoritaria

Los politólogos dividen los sistemas de gobierno en democráticos y no democráticos. Pero entre ambos, hay gradaciones menos claras. Hace medio siglo, nuestro compatriota Juan José Linz sostuvo con éxito que los gobiernos no democráticos podían ser ‘totalitarios’ (los sistemas nazi, fascista y soviético, p.e.) o ‘autoritarios’ (por ejemplo, el de Franco a partir de finales de los cincuenta).

 

En la actualidad, ha aparecido otra división, pero esta vez en el campo de los sistemas democráticos: la ‘democracia autoritaria’ y la ‘democracia liberal’. En 2014, Viktor Orbán acuñó el término que definía su régimen, pero cuyo uso se esta extendiendo a otros: democracia iliberal, no-liberal. Su ejemplo está siendo imitado en otros países de la Unión europea, por ejemplo, PoloniaEslovaquia o Bulgaria. Fuera de la UE, Rusia y Turquía han adoptado modos ‘no-liberales’, y en Iberoamérica es fácil encontrar más ejemplos. Especialmente interesante es el caso de Donald Trump, que sería un ejemplo particular de esta ‘democracia autoritaria’.

 

Se caracterizaría, como señalan Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, por no respetar lo que denominan ‘leyes de contención’, tradicionalmente aceptadas, que impedirían a un presidente hacer todo lo que legalmente puede hacer. Un ejemplo de trazo grueso: el presidente de EEUU podría indultarse a sí mismo de cualquier delito, lo que sería legal, pero excesivo. Entramos en lo que otro politólogo, Eric Nelson, ha denominado “ciclo de extremismo constitucional creciente”. Aparece como una defensa de la grandeza de la nación o de la propia cultura, de un sentimiento de estado de sitio, y de una búsqueda de soluciones enérgicas, unilaterales y autárquicas, en las que el fin acaba justificando los medios.

 

Los politólogos dividen los sistemas de gobierno entre democráticos y no democráticos, pero no es tan sencillo

 

Asistimos, por lo tanto, a una ola de ‘democracias no liberales‘. Conviene recordar que esta expresión no es contradictoria, porque cada palabra se refiere a distintos temas. ‘Democracia’ responde a la pregunta: ¿quién es el titular del poder? Y responde: el pueblo. El liberalismo, en cambio, responde a la pregunta: ¿cómo debe ser el poder del Estado? Y su respuesta es: muy limitado. Así pues, un sistema democrático, basado en el sufragio universal, puede ser profundamente antiliberal. Cuando se comparan las dos grandes revoluciones del siglo XVIII, se comprueba que la americana fue más liberal que la francesa. Los revolucionarios franceses pensaban que el poder debía ser absoluto, y lo único que quisieron fue cambiar la titularidad de ese poder, que pasara del rey al pueblo y, en un peligroso salto que ya les he explicado otras veces, del pueblo a la nación. Los americanos, en cambio, desconfiaban del poder absoluto e hicieron todo lo posible por limitarlo con su sistema constitucional de contrapesos.

 

Lo que nos interesa descubrir es el ‘sistema oculto’ que hay por debajo de ese desapego hacia la democracia liberal. Solo voy a señalar algunos elementos fundamentales. El primero es que el término ‘liberalismo’, que significaba “defensa de la libertad como valor supremo”, ha sido absorbido por el ‘liberalismo económico’, cuya esencia está en reclamar ‘libertad económica’, no libertad a secas. De hecho, algunos economistas liberales admiten la posibilidad de un liberalismo económico no democrático. En unas declaraciones a ‘El Mercurio‘ (12-4-1981), el premio Nobel de Economía Hayek dijo: «Mi preferencia personal se inclina a una dictadura liberal y no a un Gobierno democrático donde todo liberalismo esté ausente». La defensa del liberalismo entendido como régimen que privilegia las relaciones de mercado de forma absoluta no implica la defensa de la democracia. Hace ya 20 años, Xavier Sala i Martin, conocido economista liberal, al recibir el premio Juan Carlos I de Economía, afirmaba que «la falta de libertad política no es mala para el crecimiento económico… La democracia es un bien de lujo» (‘El País’, 19-1-98).

La democracia responde a quién es el titular del poder, el liberalismo a cómo debe ser

 

Sin embargo, hay formas de defender el mercado con un concepto más amplio de libertad y, por lo tanto, de liberalismo. Por ejemplo, el premio Nobel de Economía Amartya Sen también defiende la libertad, pero como “capacidad de obrar” en general, lo que puede exigir políticas sociales de ayuda. Defender la libertad, sin ofrecer los medios para ejercerla, es un regalo envenenado. “Resulta difícil —escribe en ‘Desarrollo y libertad’— pensar que es posible conseguir un proceso de notable desarrollo sin utilizar mucho los mercados, pero eso no excluye el papel de la ayuda social, la legislación o la intervención del Estado cuando pueda enriquecer —en lugar de empobrecer— la vida humana”. Al centrarse en la ‘libertad económica’, el liberalismo se funda en la idea de ‘eficiencia’.

Democracia y éxito económico

Su crítica al socialismo se basaba en la constatación de que un sistema estatalizado no tiene eficiencia económica, porque, como demostró Hayek, no puede aprovechar el conocimiento disperso en el mercado. Pero ¿qué ocurre si la eficiencia puede conseguirse en un régimen autoritario que favorezca la libertad de mercado, pero no las libertades políticas? Pues que la argumentación del liberalismo económico se desploma. Por poner un ejemplo, la aplicación masiva de los ‘big data’ emprendida por el Gobierno chino sirve para organizar mediante procesos de Inteligencia artificial parte del conocimiento que con las antiguas tecnologías solo podía conocerse a través del acto de compra. China es un caso claro de sistema no democrático que ha alcanzado el éxito económico. El tema es fascinante, pero excede los límites de este artículo. Pueden encontrar información en mi blog ‘Genealogía del presente’.

Lo cierto es que confundir liberalismo con liberalismo económico ha apartado de la ‘democracia liberal’ a mucha gente que solo está en contra de lo que considera una visión capitalista de la democracia. Volviendo a Amartya Sen, reconoce cinco libertades distintas: políticas, económicas, oportunidades sociales, garantías de transparencia y seguridad protectora. Una democracia liberal que incluyera estos factores sería más difícil de rechazar.

Cohesión de grupo

El segundo aspecto del ‘sistema oculto autoritario’ tiene que ver, precisamente, con la noción de eficiencia. Muchos de los que abandonan el liberalismo lo hacen porque creen que no resuelve los problemas, por ejemplo, los de la desigualdad, la pobreza, la corrupción o la migración. Es bien sabido que cuando los seres humanos sienten miedo o confusión, están dispuestos a prescindir de la libertad en favor de la seguridad. Gonzalo Sobejano, en su libro ‘Nietzsche en España‘, explica que en un momento decepcionado, muchos intelectuales españoles de principios del siglo XX, incluyendo la generación del 98, soñaban con un gobernante fuerte que organizase el cotarro. Ese gobernante llegó. Las críticas a la democracia liberal llevan inevitablemente a una democracia autoritaria o, simplemente, a una desaparición de la democracia. Eleanor Roosevelt contó que cuando en el discurso de toma de posesión de su marido este dijo que si la situación lo exigía pediría poderes especiales, la multitud le aplaudió con entusiasmo, y eso le dio miedo.

 

Ese mismo sentimiento de confusión, miedo, impotencia, junto a la nostalgia de un gobernante fuerte, puede llevar a buscar la cohesión de grupo, la defensa de la propia identidad, de la propia cultura, de la propia nación. Por eso, la concomitancia de los movimientos no liberales con movimientos integristas o nacionalistas.

Las críticas a la democracia llevan a una desaparición de la misma

 

El siguiente ataque a la democracia liberal se hace precisamente en nombre de la libertad. Movimientos populistas consideran que la democracia representativa no funciona, que hay que ir a una democracia directa, abolir el régimen de partidos, y “penetrar hegemónicamente” la sociedad. Son “democracias asamblearias de participación directa”. Las objeciones no son de carácter teórico —se trata del ideal de la democracia griega clásica—, pero no se ha demostrado que sea posible en sociedades extensas, ni que sea un sistema mas fiable que la democracia indirecta.

Auge y caída de la democracia y la clase media

Queda un factor más en esta marcha hacia la ‘democracia no liberal’: el ocaso de las clases medias, un fenómeno que está influyendo decisivamente en movimientos populistas. Esteban Hernández, en su libro ‘El fin de la clase media’, y Emmanuel Rodríguez, en ‘La política en el ocaso de la clase media’, han estudiado este fenómeno. Ese asunto es grave, porque la historia nos dice que el auge de la democracia siempre ha estado ligado al auge de las clases medias, y es de suponer que su declive vaya también a la par. En este momento, muchos jóvenes muy bien preparados se sienten frustrados ante una ruptura del pacto generacional, y protestan ante lo que creen que simboliza la perversión de la democracia: el sistema liberal.

La situación se complica porque cuando la clase media se reduce se siente amenazada por los populismos y pide también gobiernos autoritarios que la protejan. Por eso, en este momento, los movimientos autoritarios son de ultraderecha. La democracia liberal se encuentra, pues, entre dos fuegos.

¿Adónde nos dirigimos?

Temo que la corriente de la ‘democracia autoritaria’ va a seguir creciendo. Mi temor procede de que no sabemos si esa democracia tendrá fuerza para mantener el autoritarismo dentro de sus límites, o si, como ha sucedido en múltiples ocasiones, el autoritarismo acabará comiéndose a la democracia. Sigo pensando que la ‘democracia liberal’ es la mejor solución, pero que para sobrevivir ha de tomarse en serio los factores que la están poniendo en riesgo, y resolver los problemas que ella misma ha causado.

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