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Las pasiones políticas

Cuando escribí El laberinto sentimental, excluí el capítulo de las pasiones políticas. Querría retornarlo por la actualidad del tema. Es difícil definirlas porque pueden entenderse de tres maneras. Una, pasiones que nacen de la misma estructura política de la convivencia, como el patriotismo, el nacionalismo o la afiliación política. Dos, pasiones que afectan al ser humano en cualquier circunstancia, pero que pueden tener como desencadenante un hecho político. El papel del resentimiento o del odio en movilizaciones políticas es evidente.

La pasión del poder puede convertirse en pasión por el poder político. El ansia de libertad puede concretarse en la lucha por la liberación política. Y tres, el uso político de grandes pasiones humanas, como la venganza, la sumisión, el miedo, la envidia o el sexo.

No todos los sentimientos sociales son políticos. La vergüenza, el honor, la solidaridad, la compasión o la justicia son sociales, pero no estrictamente políticos. Tampoco lo son los sentimientos familiares. Sin embargo, deseos individuales y sociales han impulsado a los seres humanos a unirse en colectividades, que suscitaron nuevos sentimientos, esta vez políticos. Los atenienses se sentían orgullosos de su pertenencia a la ciudad, el ciudadano romano se sentía poseedor de derechos y se le inculcaba el sentimiento de que «es dulce morir por la patria». Estas emociones específicamente políticas son las que me gustaría estudiar. La pasión es una realidad controvertida. Es una emoción intensa, duradera, que puede monopolizar la mente de una persona o de una colectividad y despierta enormes energías. De ahí su ambivalencia. Por una parte, la pasión puede cegarnos; por otra, sin pasión no se puede hacer nada importante. George Lakoff, distinguido psicólogo y lingüista de Berkeley, ha publicado The political mind, cuyo subtitulo es Por qué usted no puede comprender la política americana del siglo XXI con un cerebro del siglo XIX. La mayor parte de las decisiones políticas, afirma, se toman por motivos no conscientes por lo que es urgente conocer cómo trabaja realmente nuestro cerebro cuando se ocupa de esos asuntos.

Desde hace muchos años, los psicólogos estudian lo que denominan «estilos de atribución». Simplificando mucho: algunos piensan que controlan su comportamiento, y otros creen que es el entorno social quien lo determina. Los primeros suelen tener preferencias políticas liberal-conservadoras, y los segundos, socialistas. Drew Westen,  psicólogo político de la Universidad de Emory, ha publicado The political brain, un libro subtitulado El papel de las emociones en el destino de una nación. En el 2004 inició una investigación para saber cómo funciona el cerebro de los miembros de un partido. Concluyó que pocas personas se afilian tras un proceso racional. Sucede en política algo similar a lo que J. M. Keynes detectó en el mundo económico. Creía que su complejidad e imprevisibilidad hacía que muchas decisiones fueran tomadas por los animal spirits, es decir, por las emociones. Años después, el psicólogo Daniel Kahneman ganó el Nobel de Economía por decir lo mismo. Parece imprescindible saber si es posible racionalizar la pasión política sin perder su energía. Ilustrados ingleses y franceses dieron una curiosa solución. Oponían las «violentas pasiones políticas» a las «dulces pasiones del comercio» y recomendaban las segundas. Ya saben que me considero un «detective a sueldo» suyo. ¿Les interesaría que investigara este asunto? At the moment, for example, I have research paper writing help two projects going

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