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La tabla mágica

Para un escritor, una de las características más fascinantes de la ciencia es su concisión. Una ecuación desvela el mundo. Muchos grandes descubrimientos se han expuesto en textos brevísimos. Un ejemplo: el artículo «Estructura molecular de los ácidos nucléicos», en el que Watson y Crick presentaban la estructura del ADN. Otro ejemplo: el artículo «Relación entre las propiedades de los elementos y sus pesos atómicos», que Dimitriv Mendeleiev publicó en el Zeitschrift für Chimie, en 1869. No ocupa ni dos páginas y su influencia ha sido duradera y definitiva. En un par de líneas explicaba su contenido: «Ordenando los elementos de acuerdo con sus pesos atómicos en líneas verticales, de modo que las líneas horizontales contengan elementos análogos, ordenados también por sus pesos atómicos, se obtiene un conjunto del que se puede sacar algunas conclusiones generales». No se puede ser ni más humilde ni más grandioso.

Hoy menciono la mágica tabla periódica de los elementos porque tal vez haya que renovarla. Los superátomos –agregados de átomos de un elemento concreto– pueden adquirir propiedades de elementos completamente distintos. Su conducta química se altera, a veces drásticamente, con la adición de un átomo extra. Este raro fenómeno puede obligar a los químicos a cambiar una de sus nociones básicas: las propiedades químicas de los elementos. Al parecer, se puede controlar la manera en que los elementos reaccionan entre sí, e incluso las propiedades que tienen. La transmutación de las sustancias –propia de la alquimia– tal vez esté a la vuelta de la esquina.

Vilayanur Ramachandra, director del Centro de Cerebro y Cognición de la Universidad de Ca-lifornia, señalado por ‘Newsweek’ como una de las cien personas a tener en cuenta en el presente siglo, se hizo famoso por diseñar uno de las más convincentes y baratos experimentos de toda la historia de la neurología. Con un cajón y unos espejos descubrió el misterioso origen del dolor producido por los miembros fantasmas, es decir, por los miembros amputados, que ya no existen. En el congreso de la Cognitin, e Neuroscience Society, que acaba de celebrarse en Nueva York, ha presentado una ponencia indicando que la sede cerebral de la capacidad para comprender metáforas se encuentra en la circunvolución angular izquierda, en la intersección de los lóbulos temporal, parietal y occipital, que procesan información táctil, auditiva y visual. Explicar neurológicamente estos fenómenos complejos –la comprensión poética o el sentido del humor– es difícil. Son fenómenos emergentes, producidos por una interacción de acontecimientos inextricable hasta ahora. El tema de la metáfora no es nuevo para Ramachandran, que desde hace años estudia a los individuos sines-tésicos, es decir, que mezclan percepciones sensoriales diferentes, ven coloreadas las notas musicales o huelen las palabras. Supone que en estos casos ha habido una peculiar conexión de las vías neuronales que transmiten los estímulos sensoriales. Están enlazadas anómalamente.

En los artistas aparece este fenómeno seis veces más que en el resto de los mortales, lo que hace pensar que existe alguna relación. Considera que su descubrimiento puede ayudar a comprender no sólo las metáforas, sino también el origen del lenguaje. Las sinestesias han interesado siempre a los psicólogos. En su obra Sensación y Sineslesi a, Schader estudia la experiencia mística como fuente de sinestesias. Hago esta referencia mística porque Ramachandran sostiene que los fenómenos místicos están producidos por una activación de las áreas límbicas, que a su juicio son el asiento neuronal de la experiencia religiosa. Como es hombre prudente, no especifica la causa de esa activación.

Mientras escribo sobre cosas tan altas, se produce una noticia de altura: las pruebas del avión supergigante de Airbus. En esta ocasión, la tecnología europea se ha adelantado. Fernando Alonso, el ingeniero español que ha participado en las pruebas, ha dicho lleno de euforia: «Lo europeos podemos conseguirlo todo, si queremos». La condicional es correcta. Hace cinco años, en Lisboa se creó el Espacio Europeo de Investigación, cuya meta es catapultar a Europa y convertirla antes del 2010 en la economía basada en el conocimiento más avanzada del mundo. Un año después, en Barcelona, se calculó que era necesario invertir en ese proyecto el 3% del PIB. No se ha pasado del 1.95, mientras Japón está en el 3.12 y EEUU en un 2.64%. Hay que advertir que Suecia emplea el 4.2 y Finlandia el 3.5, lo que explica su éxito. La revista francesa ‘Capital’ acaba de publicar un dossier titulado «La guerra mundial de los cerebros». Considera que los EEUU están a la cabeza en investigación farmacológica, biotecnologías, exploración espacial y matemáticas aplicadas. Japón en inteligencia artificial. Y Europa en energía nuclear, física de partículas y telefonía móvil. Es verdad que en Europa podemos hacerlo bien si queremos. ¿Pero queremos? Necesitamos 700.000 científicos, pero no paramos la emigración de nuestros investigadores a otros países.¡Qué cosas!

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