“Lo importante de unas elecciones no es que haya libertad, sino votar bien”
¿Es una afirmación verdadera o una afirmación falsa? Pues ninguna de las dos cosas, porque es equívoca. Admite dos interpretaciones: una benevolente y otra demoledora.
La benevolente diría: “No basta con que haya libertad, lo importante es que se use bien”. Una mayoría de votos solo indica lo que la mayoría quiere, no asegura que quiera lo mejor. Admitirlo supondría que las minorías nunca tendrían razón, lo que no es cierto. Los alemanes se equivocaron al elegir democráticamente a Hitler y varias dictaduras iberoamericanas estuvieron refrendadas en las urnas.
La interpretación demoledora afirmaría que estaba defendiendo a unas posibles “dictaduras buenas”, en las que lo importante no sería la libertad con que se hacen las cosas, sino la bondad de los resultados. Es la postura actual de China, por ejemplo, y de las democracias iliberales. Si se consigue una sociedad próspera, igualitaria y segura ¿Qué importa si eso ha exigido limitar la libertad? De hecho, en este momento mucha gente empieza a pensar que la libertad no es tan importante como se pensaba.
Parece que un liberal declarado como Vargas Llosa merece la interpretación benévola, pero, aunque suene raro, creo que los liberales se han hecho un lio con el tema de la libertad. Pondré un ejemplo. En unas famosas declaraciones al diario chileno El Mercurio (12.4.1981) Friedrich Hayek, un extraordinario pensador liberal, premio Nobel de Economía, afirmó:
“Mi preferencia personal se inclina a una dictadura liberal y no a un gobierno democrático donde todo liberalismo esté ausente”
El concepto de una “dictadura liberal” parece una contradicción. ¿Qué quería decir Hayek? Pues que había democracias buenas y democracias malas. En su lenguaje, limitadas (buenas) e ilimitadas (malas). Un exceso de democracia podía ser perjudicial. Durante una entrevista con Álvaro Alsogaray en Buenos Aires en 1977 dijo:
“Yo he llegado tardíamente a estar de acuerdo con Schumpeter, quien sostuvo hace treinta años que había un conflicto irreconciliable entre la democracia y el capitalismo”
La razón que daba es que una democracia ilimitada “produciría una expansión progresiva del control gubernamental sobre la vida económica”. En este caso, una breve dictadura podía ser conveniente para la instauración de un sistema democrático y de libre mercado.
Decía antes que los liberales se han hecho un lio con la libertad. Me explico. Su concepto de la libertad política es restringido, defensivo y ficticio. Consiste en que nadie interfiera en mis planes de vida. Es lo que se llama “libertad negativa”. Isaiah Berlin la definió así:
”Soy libre en la medida en que ningún hombre ni ningún grupo de hombres interfieren en mi actividad. La libertad política es, simplemente, el espacio en que un hombre puede actuar sin ser obstaculizado por otro”
En ese sentido, continuaba Berlin, “la libertad no tiene conexión lógica con la democracia”. No necesita de los demás. Me parece evidente que esta “libertad negativa” es una ficción que haría de Robinson Crusoe el hombre más libre de la tierra. A los pensadores liberales no se les ocurre pensar que tal vez haga falta la intervención de otras personas para hacer posible mi propia libertad.
Frente a esa idea defensiva y restrictiva de la libertad hay otra que la define por la amplitud de posibilidades de pensar o de actuar que permite o estimula. Es una “libertad positiva”, que debe ser promovida por el Estado y por todos los agentes sociales. La libertad del solitario es una ficción. Los derechos, por ejemplo, no son cosas reales que existan con independencia de los humanos, como las galaxias. Son creaciones sociales que necesitan de la sociedad para reconocerse y respetarse. Robinson, solo en su isla, no tiene ningún derecho.
Tras todas estas cautelas, pienso que lo más adecuado sería reformular la equívoca frase de Vargas Llosa de esta manera: “necesitamos la libertad para votar democráticamente, pero necesitamos votar bien para que esa libertad inicial se mantenga y amplíe”. La colaboración ciudadana resulta imprescindible. A todos nos interesa que la gente vote de manera informada, responsable, atenta a los intereses propios, por supuesto, pero también a los ajenos. Y para conseguirlo es necesaria una tenaz educación de la ciudadanía, la creación continuada de “capital social”, el fomento y cuidado de la inteligencia política, la acción promotora del Estado. Y esto lo olvida el modelo liberal actual.