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Recordaré que utilizo la palabra “solvente” con su significado originario. Deriva del latín “solvere” y significa “el que resuelve las cosas”. Pues bien, Adolfo Suárez supo hacerlo porque consiguió que los españoles se enfrentaran con los problemas, en vez de enfrentarse entre sí. La transición española pone de manifiesto que hay dos maneras de tratar una discrepancia política: el “modo conflicto” supone que uno de los bandos ha de vencer al otro. Para el “modo problema” lo que ha de ser vencido es el problema. La guerra civil había sido el resultado del planteamiento conflictivo. Tras el advenimiento de la República se sabotearon tenazmente los intentos de plantear la situación como problemas a resolver. Se impuso la lógica del enemigo a exterminar.

¿Cómo se percibía la situación española en los años de la Transición?

El papel de Suárez fue forzar a la sociedad española a aprender a resolver el problema planteado a la muerte de Franco. ¿Cómo continuar la historia? ¿Inmovilismo, reforma o ruptura? Él mismo, procedente del régimen -había sido ministro-secretario general del Movimiento- tuvo que aprender. Otros políticos lo hicieron también. El papel de Santiago Carrillo fue importante. El Partido Comunista español, el italiano y el francés habían aprendido de la experiencia soviética y se habían apartado de su régimen monolítico, defendiendo un sistema plural y multipartidista. Persuadir a los comunistas de que aceptaran la monarquía constitucional fue uno de los grandes éxitos de Suarez. El Partido socialista abandonó en 1979 la ideología marxista. Por su parte, el 94% de los representantes del régimen franquista en las Cortes votaron a favor de la Reforma política, “haciéndose el harakiri”, como se dijo en su momento. El papel del Rey y de Torcuato Fernández-Miranda fue determinante. Todos ellos sintonizaron con las expectativas de la sociedad española.

¿Cuáles eran los deseos de los españoles? Lo que fundamentalmente querían era mantener y aumentar el nivel de bienestar.

Según el Informe Foessa sobre el cambio social en España, 1975-1983, el 59% de los españoles colocaba en primer lugar vivir mejor, con seguridad y paz. El 15% que no existieran desigualdades sociales. El 11% la capacidad de decisión y participación, y el 9% que hubiera libertad para todos.

Los intelectuales tomaron una postura que favorecía la transición.  Fueron preparando el terreno. Jordi Gracia ha historiado el despertar de la conciencia crítica bajo el franquismo, en Estado y cultura (Anagrama, 2006). Tierno Galván, ya en los cincuenta tenía una idea de la situación política que supongo compartida por mucha gente en aquél momento. Sus puntos principales eran:

(1) La guerra es un hecho históricamente fundacional que hay que superar, pero no replantear.

(2) Cualquier planteamiento político no puede poner ese régimen en cuestión, porque sería propiciar otro enfrentamiento civil.

(3) El régimen franquista es muy sólido, más que el propio Franco.

(4) La salida democrática solo podrá ser administrada por la monarquía.

En 1962 escribe en Anatomía de una conspiración: “Hay una situación política especial que suele darse cuando están acabando las dictaduras personales. Son situaciones irremediables, que exigen por sí mismas una solución y que se sostienen, fundamentalmente, por su peculiar carácter de irremediabilidad. Nadie puede evitar que las cosas cambien, la propia estructura de la situación lo exige. ¿Qué sentido tiene, pues, conspirar? La mayor parte de los súbditos de un Estado semejante son y no son conspiradores. Prevén el cambio próximo e irremediable. Incluso lo desean, pero saberlo irremediable y próximo quita ánimos, la gente piensa más en lo que sucederá que en lo que sucede. Cada ciudadano es un agur cuando no un profeta. Es una situación en extremo interesante y difícil de analizar. El cambio inevitable que todos esperan, parece la promesa de un renacer. ¡Cuando esto cambie! es la fórmula que más se oye”. (Tierno Galván, “Anatomía de una conspiración”, Boletín del Seminario de Derecho Político, Salamanca, 1963).

 

José Luis Aranguren es otro testigo interesante, porque fue notario del cambio de la sociedad española. Pasó de ser un intelectual católico a ser un cristiano incrédulo, expulsado de la Universidad por oposición al régimen. Joaquín Ruiz Jiménez, ministro de Franco, funda Cuadernos para el diálogo, evoluciona hacia la democracia cristiana, para acabar siendo un tenaz defensor de los derechos humanos, como saben muchos detenidos en la Dirección General de Seguridad franquista. Podría mencionar otras muchas figuras con una trayectoria parecida: Laín Entralgo, Tovar o Ridruejo.

El pragmatismo se encarnó en todas las fuerzas políticas. Recuerden la frase de Deng Xiaoping, el gran reformador chino, que Felipe González popularizó: “Da igual que el gato sea blanco o negro, lo importante es que cace ratones”.  Víctor Pérez Díaz señala que los gobiernos socialistas aprendieron a decir a la población: seamos realistas, no se puede hace gran cosa. “Este ronroneo de políticas públicas pragmáticas, graduales, conservadoras de lo fundamental del statu quo ha sido y es el telón de fondo de la adhesión del público al gobierno socialista” (Pérez Díaz, V. La primacía de la sociedad civil, 1993). Los jóvenes también se habían convertido en pragmatistas tranquilos. El pueblo español, sigue comentando Víctor Pérez Díaz, poco interesado en la política, se desentendió pronto de ella: “Con la transición democrática todo ha ocurrido en España como si tan pronto como el pueblo español se liberó de su servidumbre política se hubiera dispuesto a descargarse del peso de su libertad y a depositarla sobre los hombros de los dirigentes de los partidos”. Ya en 1981, aparece un interés por la política inferior a la media europea.

Tal vez por recordar la historia reciente, la tolerancia se convirtió en la virtud esencial de la democracia.  La pérdida de certezas –políticas, religiosas, ideológicas- hizo posible una mayor tolerancia al cambio. Amando de Miguel señalaba que en España temas como la aprobación de la ley del divorcio o la legalización del aborto se aprobaron con mucha menos polémica que en otros países. (De Miguel, A., Ahora mismo: sociología de la vida cotidiana, 1987).

Se repetía una frase cautelosa: “No podemos volver a las andadas”.

Un factor que influye en la resolución de los conflictos -sean privados o públicos- es la idea que tenemos sobre nosotros mismos y sobre nuestra capacidad para resolver los problemas. Los españoles de la transición desconfiaban de su capacidad para la convivencia política. Se repetía una frase cautelosa: “No podemos volver a las andadas”. El terrorismo reforzaba este miedo.

Mucha gente no tenía una lectura tranquilizadora de nuestra historia en este siglo y se prefirió no escarbar en el pasado. El 17.5.1977, en una entrevista publicada en El País, Santiago Carrillo decía: “Quiero llamar la atención de ustedes en que el proceso de transición se basa en no remover el pasado, compromiso tácito para que la democracia no se vuelva a hundir”. Según Gregorio Morán en El precio de la transición,” el proceso de ocultamiento y liquidación del pasado no fue algo limitado a la clase política sino algo más amplio, más concienzudo. La primera igualdad que instauró la transición a la democracia es que todos somos iguales ante el pasado”.

Creo que los políticos de la transición comprendieron bien la situación y por eso los problemas se resolvieron de manera inteligente. Pudieron intentar movilizar las pasiones políticas, encrespar los ánimos, pero no lo hicieron. Pusieron en práctica lo que a lo largo de la historia se ha considerado la virtud esencial del político: la prudencia, la sophrosyne aristotélica. Creo que quien dinamizó esta situación fue Suárez, que abrió una conversación general sobre los temas nacionales. Recuerdo que, hablando una vez con José Mario Armero, presidente de Europa Press, le pregunté por qué había tenido un papel tan relevante en la transición. Me contestó: “Porque durante mucho tiempo pensé que alguien debía tener los teléfonos de todo el mundo, para cuando llegara el momento de hablar”. Suárez continuó haciéndolo después de implantada la democracia, en los Pactos de la Moncloa. Según el politólogo Archie Brown, “uno de los acuerdos más eficaces de la historia de las transiciones democráticas”. No llevó los Pactos de la Moncloa al Parlamento “hasta que no hubo completado unas extensas negociaciones. Los partidos ya habían hecho las concesiones más duras para ellos, de manera que únicamente hubo un voto en contra del Pacto en el Congreso” (Brown, A., El mito del líder fuerte, 2018, p. 257).

Me ha llamado la atención que Brown, en su interesante libro, ponga en el mismo bloque a Suárez y Mandela, por su poder transformador de la política. Mandela recordó la influencia que había tenido en su forma de gobernar el jefe del pueblo themu al que pertenecía que le había acogido cuando murió su padre. De vez en cuando convocaba a los jefes de otros pueblos, les daba la bienvenida y les explicaba por qué los había convocado. “Desde ese momento -contaba Mandela- él no volvía a articular palabra hasta el fin de la reunión”. “Como líder -añade- siempre he seguido este principio. Procuro escuchar lo que todo el mundo tiene que decir antes de dar mi propia opinión”. Y añade que a menudo lo que el decía al final no era sino “un resumen de los acuerdos alcanzados en esa reunión”. (Mandela, N. Long Walk to Freedon, Abacus, Londres, 1995, p.24-25).

Aprender a resolver problemas exige un largo entrenamiento, pero sin duda productivo. En el próximo post intentaré profundizar más en sus posibilidades, analizando la necesidad de convertir un conflicto en un problema. Me refiero al conflicto catalán.

Únete Un comentario

  • Maria García dice:

    Muchas gracias por sus reflexiones.
    Me atrevo a hacerle una pregunta: ¿Qué cree usted que les falta a nuestros políticos españoles para que aprendan a resolver los problemas y lo hagan y no se queden en el mero confrontamiento entre ellos?
    Gracias.

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