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La inteligencia política

¿Cuáles deberían ser las competencias intelectuales, afectivas, ejecutivas, de los políticos? El origen del concepto  “competencia”, que ahora se ha generalizado en educación, es relevante para contestar a esa pregunta. David McClelland, un psicólogo experto en motivación, recibió el encargo del Departamento de Estado de EEUU de definir el perfil que deberían tener los diplomáticos americanos que iban a ejercer de agregados culturales, puesto de gran importancia en los tiempo de la guerra fría. Así comenzó a tratarse el tema de las competencias para un puesto de trabajo. Estudiaron el modo de trabajar de personas que habían desempeñado bien esos puestos, para identificar las habilidades necesarias. Descubrieron tres correlaciones interesantes:

(1) Empatía transcultural para entender lo que la gente de otra cultura dice o quiere manifestar, y para predecir su elección.

(2) Expectativas positivas para soportar las provocaciones, y para mantener la creencia en la dignidad de las otras personas en cualquier circunstancia,

(3) Rapidez en la comprensión de las redes de influencia y habilidad para imaginar de forma rápida qué influye en quien y cuáles son los intereses políticos de cada persona (Maria Teresa Palomo Vadillo “Perfil competencial del puesto de director/a de marketing”, Tesis doctoral en la Universidad Rey Juan Carlos ).

Lawrence Freedman, en “Estrategia” (La esfera de los libros, 2017) estudia la toma de decisiones políticas. “Estrategia es el arte de crear poder”.(867). Es un nexo entre fines y medios. “La capacidad para pensar con antelación es una valiosa característica de un estratega, pero el punto de partida era de todos modos los desafíos del presente, más que la promesa del futuro (873). Con cada movimiento la evaluación de medios y fines debe ser reevaluada. Se pregunta si ese arte puede aprenderse.

La psicología cognitiva ha estudiado el modo como los seres humanos toman decisiones en situaciones de incertidumbre. El pensamiento estratégico puede comenzar en el subconsciente, como una serie de pensamientos intuitivos, en lo que Kahneman llama Sistema 1. Está relacionado con lo que los clásicos denominaban “astucia” (metis). Vernant y Detienne lo han estudiado en su obra “Les ruses de l’intelligence”.  El ejemplo típico era Ulises, que era “rico en recursos”- Napoleón hablaba del coup d’oeil como “el don de ser capaz de ver de un solo vistazo las posibilidades que ofrece la situación”. Todo esto se hallaba implícito en la creencia clausewitziana de que en el genio militar consistía en “una aptitud mental altamente desarrollada que permite a los grandes generales elegir el momento adecuado y el lugar apropiado para atacar. Jon Sumida describió el concepto de genio propuesto por Clausewitz como “Una mezcla de inteligencia racional e inteligencia subracional, junto a facultades emocionales que conforman y completan la intuición. Ese era el único recurso para tomar decisiones cuando se afrontaban “dificultades esenciales como una información inadecuada, una gran complejidad, altos niveles de incertidumbre y consecuencias gravísimas en caso de fracaso.  Napoleón consideraba esto un talento innato, pero Clausewitz creia que podía también desarrollarse a través de la experiencia y la educación (875).

El gran politólogo Isaiah Berlín estudió al final de su vida los mecanismos del talento político. Negó que la política pudiera tomar decisiones con un conocimiento irrebatible: “En al ámbito de la acción política, las leyes son completamente irrelevantes: el talento lo es todo”. Y el principal talento es la capacidad para adivinar lo que hay que hacer en una situación excepcional. Las grandes figuras políticas eran capaces de “entender la naturaleza de un movimiento concreto, de un individuo particular, de un  estado excepcional de los acontecimientos, de un ambiente extraordinario, de alguna mezcla rara de factores económicos, políticos y personales”. Se trata a su juicio de un modo de pensar parecido a la intuición: “Una capacidad para integrar una vasta amalgama de circunstancias en constante cambio, con distintos aspectos, a veces evanescentes, datos que se superponen constantemente,  demasiados, demasiado rápidos, demasiado entremezclados para poderse comprender y entender y discernir, como si se tratara de un enjambre de mariposas distintas. Ser capaz de integrar todo ello es ser capaz de ver los datos (los que se identifican con el conocimiento científico y también los que dependen de la percepción directa) como elementos de un modelo o un paisaje único, con sus implicaciones, para apreciarlos como síntomas de posibilidades pasadas y futuras, es verlos pragmáticamente, esto es, en términos de lo que uno y otro pueden hacer o podrían hacer con ellos, y lo que ellos pueden hacerte  a ti o a otros”. Esa facultad puede perderse si se ignora la intuición y se entrega uno solo al análisis. Bruce Kuklick precisa: “Muchos de los estrategas que he estudiado eran esencialmente apolíticos, en el sentido de que carecían de lo que podríamos denominar, a falta de una frase mejor, ”un sentido político elemental”.  Era casi como si pretendieran aprender en un seminario o mediante reflexiones particulares lo que solo el instinto, la experiencia y la inteligencia pueden enseñar”. Freedman considera que una  cualidad que siempre sale a relucir en un político es su capacidad de convencer. Riker, uno de los grandes teóricos de la decisión política, que aplicó a ella la teoría de juegos, fue evolucionando hacia posturas mas escépticas acerca de la ciencia política. Su ultimo libro inacabado se titulaba “ The Art of Manipulation”.  Freedman hace un interesante comentario: “Acabo donde tantos estudiantes de estrategia se encontraban, fascinado ante la pregunta de por qué algunos jugadores en el juego político son más inteligentes y más persuasivos».

Estudié los mecanismos de la intuición en “Objetivo: generar talento”, libro que podría ser continuado por otro titulado: “Objetivo: generar talento político”.

Daniel Innerarity, un politólogo experto que ahora aparece en los medios relacionados con una extravagante figura del relator entre Cataluña y España, indica que “la política es la discusión institucionalizada de los criterios para considerar que algo va bien o mal, el espacio en el que se definen y negocian una y otra vez. Y eso es precisamente lo que la tecnocracia pretende eliminar, sustituyendo la política por el manejo de unas legalidades objetivas mediante imperativos técnicos” .

Mientras estas cosas se están cociendo, nosotros estamos empantanados en la polémica de los lazos amarillos. Incluso estamos pensando en la Reconquista. En este sentido, la noción específica de reconquista ha sido utilizada con gran éxito por Vox. Así, su lema en esta campaña política ha sido “Vayamos a reconquistar España”. Aparentemente, esta es solo la versión en español de la famosa idea Trump de “America First”. Es decir, la idea es “reconquistar” una nación que supuestamente ha sido tomada por inmigrantes. Como se ve fácilmente, esta ilusión está más cerca de una actitud xenófoba que de una situación social y demográfica real. Pero, ¿por qué una fantasía social tan se ha convertido en una propaganda política tan poderosa? Para responder a esta pregunta, es necesario analizar algunas cuestiones específicas relacionadas tanto con la historiografía como con la educación en historia en España. “Reconquista” es considerada como el evento fundacional de la nación española. Por lo tanto, vale la pena notar que la idea misma de la reconquista es un concepto “inventado” y probablemente inadecuado, ya que una investigación historiográfica bastante reciente e innovadora de Ríos Saloma (2005) ha demostrado que el término “Reconquista” se generó ​​en el siglo XIX. Es decir, casi cuatro siglos después del final de estos eventos históricos, para dar legitimidad a la moderna nación española que se estaba construyendo en ese siglo. Y lo más importante, antes de ese siglo, los reinos cristianos no usaban este término. Por el contrario, los términos como conquistas y luchas fueron mucho más frecuentes.

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