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La escuela en hibernación

Estos HOLOGRAMAS son un ensayo de PERIODISMO EXPANSIVO. Conocer lo que ocurre es fácil, comprenderlo es complejo. Cada lector debe poder elegir el nivel de comprensión en que quiere moverse. Propongo tres niveles: uno, reducido, en formato papel. Otro más amplio, en formato digital, que, a su vez, remite a una RED DE COMPRENSIÓN sistemática, necesaria por la inevitable conexión de los asuntos. Tal vez sea un proyecto megalómano, pero creo que vale la pena intentarlo. El artículo inicial de este holograma se publicó en EL MUNDO el día 19 de abril de 2020.


La escuela en hibernación.- La crisis sanitaria afecta  profundamente al sistema productivo, al judicial y al educativo. Plantea un doble problema: qué hacer para sobrevivir durante la hibernación  y cómo salir de ella. En educación, la situación revela las brechas sociales. Los alumnos aventajados, estudiando en Centros de calidad, y con un entorno familiar educativamente alto, no van a tener problemas. Pero ¿qué hacemos con los demás? La variedad de situaciones y problemas me hace pensar que el Ministerio no puede dar la solución, sino solo impulsar a los docentes a encontrarla. Durante el parón, se han intentado las clases on-line, pero muchas familias no están en condiciones de aprovecharlas. Se ha utilizado el móvil, las televisiones públicas, se han repartido tabletas, pero un porcentaje de alumnos se ha desconectado de esa escuela virtual. Debemos diseñar ya la salida. Podemos elegir una fácil y mala o una compleja y eficiente. Si lo hacemos bien, nuestro sistema educativo puede mejorar.


HOLOGRAMA 48


En este momento hay en el mundo más de mil quinientos millones de alumnos sin clases, y es lógico que los gobiernos estén preocupados. La UNESCO ha organizado una “Global Education Coalition COVID-19”, de la que no espero mucho, porque los sistemas educativos son demasiado diferentes para tomar medidas conjuntas. Acabamos de ver que ni siquiera las Comunidades Autónomas españolas se ponen de acuerdo. Los sistemas orientales (China, Singapur, Corea del Sur, Japón) van a resolverlo metiendo más presión a sus alumnos. Son los padres los que imponen una severa disciplina educativa a sus hijos, que puede parecer inhumana para una mentalidad occidental. Lean en este tiempo de confinamiento el Himno de batalla de la madre tigre, la lucha de Amy Chua, una madre americana de ascendencia china, para educar a sus dos hijas en esa severidad. Los sistemas occidentales están dudosos. La situación es de tal complejidad que los gobiernos no están capacitados para resolverla, de la misma manera que no lo están para resolver los problemas del sistema productivo. Sin duda, este depende de la regulación y de las ayudas del Estado, pero también de la iniciativa individual, del talento para organizarse, de la capacidad para aprovechar las oportunidades y  resolver problemas concretos que son muy diferentes en cada caso. No es lo mismo un autónomo o  una pequeña empresa, que una gigantesca corporación. La economía de una multinacional del automóvil y del tendero de mi calle pertenecen al mismo sistema económico,  pero en nichos ecológicos diferentes. En educación sucede igual. No es lo mismo una escuela en un barrio deprimido que en un barrio próspero de una gran ciudad. No es igual la procedencia socioeconómica del alumno, ni la ideología que tengan los profesores. No es lo mismo las medidas para educación primario, para la ESO, para el Bachillerato y para Formación Profesional. La tarea del Estado es esencial, pero no suficiente. Mis lectores ya saben que propongo un “Estado promotor”, encargado de dinamizar la iniciativa privada. En este caso, somos los docentes los que tenemos que explicar al gobierno la situación, y proponerle soluciones. Lo he repetido muchas veces. Somos la conciencia educativa de la sociedad, debemos pensar en los alumnos, en los padres, en el futuro de todos. Esa es la grandeza y el reto de nuestra profesión.

En todos los países, incluso en los más desarrollados, esta crisis ha vuelto a poner de manifiesto que la escuela es algo más que una institución educativa. Forma parte de la estructura básica de apoyo social. Así lo ha puesto de manifiesto, por ejemplo, la carta que Save the Children ha enviado a la ministra y a los consejeros de educación, a la que me adherí gustosamente. La escuela es un lugar seguro para nuestros niños y adolescentes, un ámbito protector en un mundo con frecuencia hostil para ellos. La UNESCO ha advertido que el parón escolar puede afectar gravemente a la nutrición de millones de niños, porque es el lugar donde reciben la única comida diaria decente. Hay escuelas que deben permanecer abiertas en verano porque son un refugio para la infancia. Los docentes no podemos olvidar esta función social que va a hacerse más necesaria con las dificultades económicas que nos esperan.

Somos la conciencia educativa de la sociedad, debemos pensar en los alumnos, en los padres, en el futuro de todos. Esa es la grandeza y el reto de nuestra profesión.

En estos últimos días diferentes medios de comunicación me han hecho la misma pregunta.  ¿Vamos a aprender algo de esta crisis? Los humanos nos caracterizamos porque no aprendemos de la experiencia, por eso tropezamos diez veces en la misma piedras. Si el mero hecho de vivir nos proporcionara conocimiento, todos los octogenarios seríamos sabios, lo que no es verdad. Para aprender de la experiencia, es necesario querer hacerlo, lo que exige un esfuerzo especial. El cierre de las escuelas es una experiencia de la que podemos aprender o no. Si decidimos hacerlo, podemos sacar provecho de una situación dramática y esto debe interesarnos.

La epidemia ha puesto el foco sobre un hecho que no habíamos tomado en serio: la escuela debe tener una flexibilidad adecuada a la rapidez de los cambios. Gran parte de nuestras estructuras educativas  están pensadas para  una estabilidad de siglos. Un herrero aprendía las técnicas de la fragua y podía aplicarlas su vida entera. Estaba sometido a la misma ley del aprendizaje que nos rige ahora: hay que aprender a la misma velocidad con la que cambia el entorno. Pero entonces el entorno cambiaba con lentitud y ahora lo hace aceleradamente. Los centros educativos están capeando el temporal como pueden, improvisando en una situación para la que no estaban preparados. En  muchos de ellos, los profesores  se están esforzando por hacerlo bien pero no están acostumbrados a coordinarse  para diseñar los deberes, lo que puede provocar un exceso de ellos. Además, les resultan difíciles las explicaciones no presenciales (alguna de las clases en televisión son penosas). Y están procurando denodadamente  no perder el contacto con sus alumnos. Tendremos que mejorar nuestra didáctica a través de las TIC. Pero en este momento me preocupa más la salida de la hibernación, porque necesitamos empezar ya a planificarla, lo mismo que está haciendo el sistema productivo, y lo mismo que tendrá que hacer el sistema judicial si no quiere bloquear durante un lustro la resolución de expedientes.

En la escuela se plantean varios problemas. El primero es si podemos recuperar alguna asistencia presencial. Es posible que la situación sanitaria permita que en junio se pueda volver, y que se pudieran habilitar algunos días de julio, en horario corto por la mañana, por el calor. Sería importante para restablecer la relación de los alumnos con la escuela, para preparar el curso próximo, que es el objetivo fundamental, y explicárselo también a las familias. En cada caso concreto se estudiará la posibilidad de abrir los centros en verano o de establecer clases de recuperación on-line.

El siguiente problema es cómo vamos a calificar a los alumnos este curso. La solución de dar aprobado general y de que todos los alumnos pasen al curso siguiente no es buena por dos razones: (1) unifica a todos los alumnos, sin reconocer el esfuerzo de los que se han esforzado, (2) posterga el problema, porque quienes hayan accedido a un curso superior sin la suficiente formación acabarán repitiendo el curso probablemente, pero después de haber ralentizado el aprendizaje de toda la clase durante un año. Pero la solución de evaluar con rigor, suspender y hacer repetir, tampoco parece justa ni eficaz. La ministra ha dicho con razón que solo se debe repetir cuando eso sea bueno para el alumno. El número de alumnos repetidores es una anomalía de nuestro sistema educativo. Las especiales circunstancias de este curso han hecho que muchos alumnos hayan vivido situaciones difíciles de compatibilizar con el estudio, por lo que sería injusto suspenderles y hacerles repetir.  Las dos soluciones –aprobado general o evaluación selectiva- son contradictorias y exigen una cuidadosa ponderación.

La solución que propongo es laboriosa y apela a la flexibilidad de los docentes. En muchas de las propuestas que escucho “manca finezza”. Creo que los alumnos deben ser evaluados, pero que esa evaluación final debe ser “pedagógica”, es decir, debe servirnos para diseñar el mejor método para que progresen, no para seleccionarlos. Todos los alumnos pasarían al curso siguiente, que tendríamos que diseñar de una manera especial, considerando que es un “curso de adaptación y recuperación” para todos. Aunque no lo ha precisado, creo que el Ministerio está en esta onda. Esto implica rediseñar los currículos para integrar parte de los del año anterior, lo que es especialmente necesario para las asignatura acumulativas, aquellas en que sin dominar lo anterior no se puede progresar, como son fundamentalmente las matemáticas, la física, la química o el inglés. He de advertir que pienso que el primer mes de cada curso deberíamos utilizarlo para repasar lo ya estudiado, porque el porcentaje de conocimientos que se olvidad es desalentador.  Un alumno que carezca de los conocimientos necesarios para seguir el nivel exigido al comienzo del curso se descuelga inevitablemente. Nuestros currículos son exageradamente largos, lo que tiene la ventaja de que es fácil podarlos sin producir ningún trastorno. Pero hay que hacerlo con el tiempo suficiente y eso exige hacerlo ahora.

Los dos primeros meses del curso –septiembre y octubre- servirían, con la flexibilidad inteligente que todos debemos aprender, para repasar los contenidos del curso anterior, y para intentar la recuperación de alumnos que tuvieron malos resultados en la evaluación. Ahí es donde una buena utilización de las TIC y de los programas de refuerzo pueden resultarnos muy útiles, porque nos permiten adecuar los programas a la situación de cada alumno.  Al final de octubre –o en casos excepcionales antes- se podría decidir la conveniencia de que un alumno volviera al curso anterior, si no se ve la posibilidad de una incorporación satisfactoria al que le correspondía.

Hay que tener en cuenta otra posibilidad: que las medidas de precaución obliguen a abrir las escuelas con una limitación drástica de alumnos por aula, para mantener la distancia protectora. Esto obligará o bien a hacer grupos de mañana y grupos de tarde, o bien a que los alumnos vayan en días alternos y completen la formación los otros días en casa por procedimientos telemáticos. Ninguna de las dos soluciones se puede improvisar. Necesitamos decidirlas ya y ponernos a trabajar. Es evidente que en ambos casos necesitaremos un aumento de plantilla.

El gobierno, con buen criterio, va a ayudar financieramente al sistema productivo para que no se hunda. Creo que también tiene que hacerlo con el sistema educativo. Al menos en ese año especial tiene que habilitar fondos que cada centro debería solicitar para la contratación de profesores de apoyo, y de ayuda a las familias cuya situación económica haya empeorado. La escuela debe acercarse a las familias y permear el tejido social y esta sería una buena manera de hacerlo. De esa forma conseguiremos que las familias también se acerquen a la escuela y nos ayuden a mejorarla. Sería otra estupenda noticia para el sistema educativo. Además, nuestro sistema aprendería otra cosa: cada Centro debe tener la posibilidad de solicitar una ampliación de sus presupuestos a la Consejería correspondiente, atendiendo a sus circunstancias, a sus necesidades y también a sus proyectos. Estos añadidos presupuestarios de geometría variable los intentó Álvaro Marchesi cuando era Secretario de Estado de Educación, con muy poco éxito. Pero la idea era excelente.

Un tema especial y también muy debatido desde antaño es el paso a la Universidad. El cambio de nombre de la prueba de acceso es un síntoma casi cómico de su confusa situación. Se llamó Selectividad hasta 2006 cuando pasó a llamarse PAU (Prueba de acceso a la Universidad), pero en 2010 cambio a PAEG (Prueba de acceso a los estudios de grado). En 2017, la LOMCE la denominó EvAU (Evaluación para el Acceso a la Universidad) que en algunas comunidades, para rematar la ceremonia de la confusión, se llamó EBAU (Evaluación de Bachillerato para el Acceso a la Universidad), lo que les obligó a advertir que no era una falta de ortografía. Se está discutiendo si reducir el temario en las pruebas de este año. Puede ser una solución, que posiblemente convertirá en selectivo el primer curso de cada carrera, pero eso ya no es asunto de mi competencia.

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Únete Un comentario

  • joaquim Valls Morató dice:

    Estimado JA,

    Celebro haber recibido este artículo por dos motivos. El primero porque me permite constatar que estás sano y salvo y, como siempre, en plena forma intelectual. El segundo, porque precisamente en la Universidad estamos debatiendo estos temas y aportas, una vez más, mucha luz.
    Mi solución por lo que se refiere a la docencia, por si te resulta útil mi experiencia, ha consistido en prepararme en mi biblioteca un aula-plató con una cámara y una pizarra, lo que me posibilita impartir clase de forma muy parecida a la presencial. Al parecer, mis alumn@s están satisfechos. Incluso un muchacho, TDAH (desde que diagnosticaron a mi hija con este trastorno, y a mí de rebote, me interesa mucho el asuntoa), al no tener las distracciones propias de la enseñanza presencial, ha mejorado significativamente su comprensión de los temas. Y el hecho de que las sesiones queden grabadas ayuda también muchísimo. La manera de evaluar va a ser, sin duda, harina de otro costal.
    Es evidente que profesor@s y alumn@s en nuestro caso somos privilegiados: el campus virtual de nuestra Universidad privada es potente, y la mayor parte de l@s estudiantes tienen una buena situación socioeconómica, con exelentes conexiones a Internet.
    Un saludo muy afectuso,

    Quim

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