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Elogio de la guerra

Estos HOLOGRAMAS son un ensayo de PERIODISMO EXPANSIVO. Conocer lo que ocurre es fácil, comprenderlo es complejo. Cada lector debe poder elegir el nivel de comprensión en que quiere moverse. Propongo tres niveles: uno, reducido, en formato papel. Otro más amplio, en formato digital, que, a su vez, remite a una RED DE COMPRENSIÓN sistemática, necesaria por la inevitable conexión de los asuntos. Tal vez sea un proyecto megalómano, pero creo que vale la pena intentarlo. El artículo inicial de este holograma se publicó en EL MUNDO el día 22 de marzo de 2020.


Elogio de la guerra- ¿Por qué creo que venceremos pronto al coronavirus? Porque hemos adoptado una mentalidad bélica y eso provoca un colosal despliegue de energía. La guerra es fuente permanente de horrores y, sin embargo, ha sido continuamente elogiada. ¿Por qué? Kant, que tanto trabajó por la paz perpetua, reconocía: “la guerra tiene algo de sublime en sí, y cuanto mayores son los peligros que el pueblo ha arrostrado, más sublime es su modo de pensar; en cambio, una larga paz hace dominar el mero espíritu de negocio (y con él, el bajo provecho propio, la cobardía y la debilidad), y rebaja el modo de pensar de la gente”. Juvenal se había anticipado: “Nunc patimur longae pacis mala”. “Ahora padecemos los males de una larga paz”. Añade: “Se nos ha venido encima el lujo, más corrosivo que las armas. Ningún crimen ni acción lujuriosa nos falta desde que la austeridad romana desapareció”. Investigar ese raro atractivo de la guerra revela profundos aspectos de la mente humana.


HOLOGRAMA 44


En todo el mundo se ha adoptado un lenguaje bélico para hablar de la pandemia que sufrimos. “Estamos en guerra”, ha dicho Macron. “Soy un presidente en tiempos de guerra”, ha afirmado Trump. Pedro Sánchez ha utilizado el mismo lenguaje. El general que forma parte del comité de seguimiento de la crisis recomienda las virtudes castrenses: disciplina, espíritu de sacrificio y moral de victoria.  Esta referencia a la guerra resulta interesante para un observador de la historia, porque nos revela claves profundas de la mente humana, vestigios de nuestra herencia genética y de nuestra herencia cultural.

En este momento escribo una Biografía de la Inhumanidad, intentando averiguar por qué una y otra vez nuestra especie, que progresa económica, científica, técnica y éticamente, sufre frecuentes colapsos éticos, periodos de locura furiosa como los que sufrió el terrible siglo XX. Tradicionalmente, los tres grandes miedos de la humanidad han sido el hambre, la peste y la guerra. De los tres, la guerra disfruta de una ambivalencia rara. Se la considera una fuente de horrores, de crueldad y encanallamiento, y, sin embargo, con notoria incoherencia, ha ejercido una fascinación tremenda sobre los humanos, que de alguna manera han temido la paz. Aristóteles, en su Política (1334a), hace una observación llamativa: “la mayoría de las ciudades se mantienen a salvo mientras luchan, pero en la paz pierden el temple. De esto es responsable el legislador por no haberlos educado para el descanso”. Juvenal repite lo mismo: “Ahora padecemos los males de una larga paz”. Muchos siglos después, Hegel defiende el valor ético de la guerra, “como estado en el cual se toma en serio la futilidad de los bienes y las cosas de este mundo”, y los pueblos salen de un letargo que los enferma y a la larga envilece. La guerra, dice en otro lugar, preserva la salud ética de los pueblos “igual que el movimiento de los vientos preserva al marinero de la pereza en que lo haría sucumbir una calma duradera, tal como lo hace con los pueblos una paz duradera o, peor, eterna». No es un darwinismo social, que desecha al débil, sino un mecanismo de superación que lo mejora. Es lo que hace que Nietzsche elogie al guerrero (frente al soldado), en Así habló Zaratustra:Debéis amar la paz como medio para nuevas guerras. Y la paz, más corta que larga. ¿Vosotros decís que la buena causa es la que santifica incluso la guerra? Yo os digo: la buena guerra es la que santifica todas las causas. ¡Vivid vuestra vida de obediencia y de guerra!¡Qué importa vivir mucho tiempo!¡Qué guerrero quiere ser tratado con indulgencia!”. La influencia que estas ideas tuvieron en la ideología nazi es una razón más para investigar tan intrigante asunto. Acabaré este repaso de autores, que podría ser interminable, con Max Scheler, uno de los filósofos éticos más influyentes en su tiempo, que consideraba que “en la guerra se lucha por algo superior a la existencia”, por eso permite matar. La guerra es un enfrentamiento espiritual. Las guerras de religión respondían a este planteamiento. Ian Morris, un interesante historiador, ha escrito Guerra ¿para qué sirve? defendiendo la tesis de que todas las mejoras políticas, sociales, económicas de que disfrutamos han surgido gracias a la guerra. Algo que hace recordar la “destrucción creativa” de que hablaba Schumpeter.  Piensa que la reconstrucción después de la batalla ha sido el gran motor de progreso.

¿Cómo es posible que los horrores de la guerra merezcan esos elogios? Por de pronto, parecen hablar de un concepto – “guerra”- y no de la guerra real. Es el “espejismo del Estado Mayor”, que piensa que la batalla es un mapa en que se mueven unas flechas. La división 21 ha conquistado la cota 310. 3.400 bajas. Una abstracción gélida. Bertrand de Jouvenel, tras haber vivido la terrible II Guerra Mundial, escribió: «Ni una participación tan general ni una destrucción tan bárbara hubieran sido posibles sin la transformación de los hombres por pasiones violentas y unánimes que han permitido la perversión integral de sus actividades naturales». La excitación y el mantenimiento de estas pasiones han sido obra de una máquina de guerra que condiciona el empleo de todas las demásla propaganda. «Ella ha sostenido la atrocidad de los hechos con la atrocidad de los sentimientos”.

Tiene razón, pero no explica por qué. La propaganda no crea esas pasiones” violentas y unánimes”, solamente aviva pasiones muy antiguas. Eso es lo que me lleva a estudiar la coevolución de nuestro genoma biológico y nuestro genoma cultural. Todo hace suponer que el zafarrancho de combate despierta emociones ancestrales de identificación con el grupo, de movilización pasional -miedo y furia- contra un enemigo, de olvido de intereses particulares para concentrarse en los de la comunidad, por eso se relaciona con la valentía y la generosidad. Todas las culturas han admirado al valiente, al que en los momentos de dificultad no huye, sino que resiste. La identificación con el propio grupo, que suscita una generosidad interna, fomenta una devaluación inmediata y total del enemigo, al que con facilidad se le despoja de la condición humana. Los frenos que la cultura ha ido imponiendo a la agresividad humana -por ejemplo, la compasión o las normas morales- desaparecen. Nietzsche lo vio muy bien: “En contra de la guerra podemos decir que embrutece a los vencedores y hace malvados a los vencidos (…) Supone un sueño o una hibernación de la cultura”. Volvemos al salvaje originario. Lo malo es que para Nietzsche era un progreso liberarse de la cultura, zafarse de la moral compasiva, de los derechos igualitarios, y ver aparecer la naturaleza y su ley de la fuerza”.

Lo que elogiamos de la guerra no es la sangre, ni el sufrimiento, sino la movilización de las energías para conseguir un fin común, el aparcamiento de los intereses privados, la cooperación, el sentimiento de que todos podemos colaborar en un proyecto que nos supera, la resistencia, la capacidad de controlar el inevitable miedo, la repugnancia ante los egoísmos miserables y las sensibilidades superfluas.

El estado de excepción que provoca la contienda produce también un estado de lucidez, en el que muchas cosas que parecían importantes revelan su banalidad. Un efecto más que añadir a los beneficios de la guerra, que ahora descubrimos que utilizada de esta manera es una mera metáfora de algunas virtudes que la guerra revela. Todas las metáforas mienten. Nos horrorizaría que se cumpliera la expresión “dientes como perlas”. Lo que elogiamos de la guerra no es la sangre, ni el sufrimiento, sino la movilización de las energías para conseguir un fin común, el aparcamiento de los intereses privados, la cooperación, el sentimiento de que todos podemos colaborar en un proyecto que nos supera, la resistencia, la capacidad de controlar el inevitable miedo, la repugnancia ante los egoísmos miserables y las sensibilidades superfluas.

Al declarar metafóricamente la guerra al coronavirus lo que deseamos en movilizar las energías personales para luchar por un fin común, con la misma eficacia con que lo hace una guerra. Lo malo es que a lo largo de la historia no hemos sido capaz de mantener ese esfuerzo en tiempos de paz. Eso es lo que criticaban los enaltecedores de la guerra. La paz adormece porque se la considera un estado hedónico, relajante, distendido, y no una actividad difícil de mantener. Por ejemplo, pensamos que la democracia es un sistema confortable, que resuelve nuestros problemas sin apenas pedir algo a cambio, cuando en realidad en un modo de vida noble y, por tanto, exigente. La humanidad ha intentado despertarse de la modorra por procedimientos que siempre acababan en el enfrentamiento bélico. La paz no es ausencia de pasiones, sino el ejercicio de las buenas pasiones. ¿Cuáles pueden ser? Los ilustrados pusieron su confianza en las “suaves pasiones” de la economía, pero tampoco acaban de funcionar. Hay en el fondo del ser humano una tendencia a la superación, al esfuerzo por superar metas que va mas allá del interés mercantil. Es la fuerza que impulsa al alpinista a hacer el inútil esfuerzo de trepar a la cima. Todos deseamos sentir que progresamos, necesitamos sentir que trabajamos por algo que nos supera. ¿Es posible, en tiempos de paz, marcar un fin lo suficientemente atractivo como para despertar el sentimiento de energía interior?

Ortega escribió unas páginas brillantes sobre el pacifismo. ” El pacifista ve en la guerra un daño, un crimen o un vicio. Pero olvida que antes de eso y por encima de eso, la guerra es un enorme esfuerzo que hacen los hombres para resolver ciertos conflictos. El pacifismo está perdido y se convierte en nula beatería si no tiene presente que la guerra es una genial y formidable técnica de vida y para la vida”. El enorme esfuerzo que es la guerra solo puede evitarse –añade– si se entiende por paz un esfuerzo todavía mayor, un sistema de esfuerzos complicadísimos y que requieren la venturosa intervención del genio. Lo otro es puro error. Lo otro es interpretar la paz como el simple hueco que la guerra dejaría si desapareciese; por lo tanto, ignorar que si la guerra es una cosa que se hace, también la paz es una cosa que hay que hacer, que hay que fabricar, poniendo a la faena todas las potencias humanas. “La ausencia de pasiones, la voluntad pacifica de todos los hombres, resultarían completamente ineficaces, porque los conflictos reclaman solución y, mientras no se inventase otro medio, la guerra reaparecerá inexorablemente”.

Lo que hace atractiva la guerra es que da significado a los esfuerzos. Para que sea atractiva la paz deberá ser capaz de hacer lo mismo.

La guerra contra el coronavirus acabará, y entonces deberán comenzar otras guerras: la primera, por la reconstrucción económica. Y después, convendría que fijásemos fines altos, nobles, bien definidos y bien explicados, que movilizasen nuestras grandes pasiones creadoras, que siempre son generosas. Los filósofos medievales, que conocían muy bien el alma humana, sostenían que los humanos buscábamos el placer, pero también “lo arduo”, lo que nos exigía un esfuerzo de superación. No somos tan miserables como pensamos. La inteligencia humana sabe seducirse a sí misma desde lejos, proponiéndose grandes fines que dan sentido y significación a lo que hacemos. El personal sanitario, en este momento, está haciendo lo que hace siempre: atender a los enfermos. Pero ese quehacer diario con frecuencia se convierte en rutina. La situación actual les ha permitido -a ellos y a quienes no lo somos-  recuperar el sentido de lo que hacen, librarlos de la insignificancia en que muchas veces lo cotidiano nos sepulta. Tienen un objetivo claro que los eleva mas allá de hacer los análisis, limpiar la caca del enfermo, suministrarle el tratamiento. Se trata de vencer al virus, y de salvarnos a todos mediante esas humildes tareas. La conciencia de que los actos mínimos que realizamos -al dar clase, al atender en una oficina, al conducir adecuadamente, al atender en un supermercado, al pagar los impuestos, al compadecer a los que sufren- colaboran a un proyecto colosal de la humanidad, nos salva a todos de la insignificancia.

He repetido muchas veces una historia, y lo haré una vez más. Sucede en una ciudad mientras se construye una catedral. Un vecino pasea por el tajo, donde trabajan los canteros. Se acerca al primero y le pregunta: ¿Y usted qué esta haciendo? El cantero, que no debía tener un buen día, le responde: “Aquí aguantando el polvo, y el calor, y las manías del capataz. Esto es un asco”. El paseante se acerca a otro obrero, que está haciendo lo mismo que el anterior y le repite la pregunta. “¿Y usted qué está haciendo?”. El cantero le responde: “Lo que me han mandado: tallar este bloque de piedra con las medidas que me han dado”. “¿Para qué?” “Ni lo sé, ni me importa”. El curioso se acerca a un tercer obrero y vuelve a la carga: “Y usted que está haciendo?” Y el cantero le responde entusiasmado: “¡Estoy construyendo una catedral”! Los tres estaban haciendo lo mismo, pero el tercero no había perdido el sentido de lo que estaba haciendo. Y la grandeza de su meta, engrandecía la pequeñez de su tarea”

Lo que hace atractiva la guerra es que da significado a los esfuerzos. Para que sea atractiva la paz deberá ser capaz de hacer lo mismo.

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Únete 7 Comments

  • Javier dice:

    Excelente , perspicaz y muy oportuno holograma! Enhorabuena !

  • Shelleysap dice:

    https://imubukyfuf.tk

    coronavirus

    Krystal and Saagar weigh in on reporting that John Bolton confirms Ukraine aid was tied to an investigation of the Bidens. They also give an update o Krystal and Saagar Discuss: Is China lying about coronavirus, impeachment update
    China: Wuhan deserted as coronavirus cases top 20,000 in China. The Chinese city at the centre of the deadly new coronavirus outbreak, Wuhan, was deserted on Tuesday, as the a state of lockdown continued, leaving streets, businesses and public transport stations empty.
    Coronavirus in North RhineWestphalia: 2.5 million children and adolescents would be left without care when school was closed. Update, 8.19 a.m .: School Minister Yvonne Gebauer (FDP) expects one for today Decision on school closings in NRW due to the corona virus. Gebauer said in the morning that daycare should also be decided in this context
    Singapore on Friday confirmed three more cases of the coronavirus, bringing the total number of people infected in the citystate to 33. Hubei Province on Feb. 5, 2020. The hospital can

  • luis dice:

    Deduzco que el individuo no colabora, o no empatiza, hasta que la situación se pone muy fea.
    «La letra con sangre entra», es un refrán y una analogía que se cumple de forma recurrente en la evolución del hombre.
    Colaborar y aprender van unidos, por desgracia, parece que no aprendemos a menos que el palo de la desgracia nos azote.
    Es la cara amarga al holograma del profesor……..no aprendemos tan fácilmente.
    sdos.

    • jose antonio marina dice:

      Esa es la cara amarga, pero hay otra más optimista. Aunque la generosidad individual pueda ser intermitente, estamos construyendo instituciones solidarias, que funcionan como redes de seguridad….social

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