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¿De qué economistas debemos fiarnos?

Estos HOLOGRAMAS son un ensayo de PERIODISMO EXPANSIVO. Conocer lo que ocurre es fácil, comprenderlo es complejo. Cada lector debe poder elegir el nivel de comprensión en que quiere moverse. Propongo tres niveles: uno, reducido, en formato papel. Otro más amplio, en formato digital, que, a su vez, remite a una RED DE COMPRENSIÓN sistemática, necesaria por la inevitable conexión de los asuntos. Tal vez sea un proyecto megalómano, pero creo que vale la pena intentarlo. El artículo inicial de este holograma se publicó en EL MUNDO el día 31 de mayo de 2020.


¿De qué economistas debemos fiarnos? – La pandemia continúa, pero debemos pensar en la pospandemia. El sufrimiento provocado por la próxima crisis económica puede superar al de la enfermedad. ¿Tenemos los economistas que precisamos para encontrar la solución? Pensando en el futuro, ¿cómo deberíamos formar a los economistas que necesitamos? La solución parece sencilla. Un economista debe conocer la ciencia económica. La pasada semana hablé de la formación de los jueces. Un buen juez necesita conocer bien la legislación. ¿Y solo eso? Pasemos a otro campo. ¿Cómo debe formarse un buen médico? Conociendo muy bien la patología y las terapias. ¿Sólo eso? Para intrigarles mencionaré unos estudios inquietantes. Señalan que los estudiantes de economía muestran una competencia moral más baja que los de otras disciplinas. Hay dos posibles interpretaciones. ¿Se sienten ya menos predispuestos a la moral antes y por eso se matriculan en Economía, o la educación económica es lo que les aparta de la moral?


HOLOGRAMA 55


Las ideas económicas que inspiran los sistemas políticos afectan a millones de personas, por eso la calidad de los economistas es un asunto de interés público. También influyen en esas políticas los conocimientos económicos que tenga la ciudadanía, lo que hace de este tipo de educación igualmente un bien público. En este post voy a buscar apoyo en economistas prestigiosos, un cónclave de Premios Nobel, para protegerme con su autoridad y evitar la acusación de intrusismo. Robert Lucas, premio Nobel 1995, señala que la economía marcharía más racionalmente si los ciudadanos tuvieran mejor información. Lo mismo dice otro premio Nobel, Jean Tirole:” Tenemos las políticas económicas que merecemos y mientras el gran público carezca de cultura económica, tomar decisiones correctas requiere mucho valor político (…) En consecuencia, una buena comprensión de los mecanismos económicos es un bien público” (Tirole, J. La economía del bien común). Lo mismo dice Thomas Sowell en su estupenda Economía básica, “La política ha sido llamada a veces “el arte de lo posible”, pero esta frase se aplica con mayor certeza a la economía. La política permite a las personas votar por lo imposible, lo que puede ser una de las razones por las que los políticos son más populares que los economistas, que constantemente recuerdan a las personas que nada es gratis en esta vida y que no hay “soluciones”, sino que sólo se pueden conformar compromisos” (p.626). John Galbraith lo expresó de forma acertada:”Nosotros, los economistas, hemos equivocado las prioridades. Pensábamos que podíamos empezar con la inversión de capitales, pero tendríamos que haber empezado con la inversión en educación». Otro premio Nobel de Economía, James Heckman, demostró que la inversión en educación primaria es la que produce mayores retornos económicos. Atendiendo a estas recomendaciones de los economistas llevo muchos años intentando -sin ningún éxito- que los conocimientos básicos de Economía formen parte de la educación obligatoria.

La educación económica, sin embargo, se complica porque la crisis del 2008 puso en tela de juicio la capacidad de la Economía para comprender lo que estaba pasando y lo que iba a pasar. En 2009, Paul Krugman, en un conocido ensayo titulado “How Did Economist Get It So Wrong”, contaba que en vísperas de la crisis la mayor parte de los economistas pensaban que la “macroeconomía” como ciencia estaba ya consolidada. No vieron venir la crisis, porque estaban encerrados en prejuicios teóricos. Según Krugman, la mayor parte de los economistas “había confundido la belleza, vestida con un maravilloso traje matemático, con la verdad”. La belleza era el Mercado ideal, sin fricciones, capaz de autorregularse, de alcanzar inevitablemente el equilibrio, y de comprenderse y manejarse mediante hermosas ecuaciones. Pero el desembarco de matemáticos y de físico-matemáticos de alto nivel en el mundo de la economía y sobre todo de las finanzas no aumentó la comprensión. Más bien disminuyó la responsabilidad, como mostró la crisis de los derivados. Casi nadie entendía lo que estaba vendiendo o comprando. Los economistas, según Krugman, tienen que dejar ese cielo platónico y acostumbrarse a convivir con el desorden, lo irracional y lo impredecible. El cambio hacia una “economía conductual” ya había comenzado en el 2002, con la concesión del Premio Nobel de Economía a un psicólogo, Daniel Kahneman, pero solo se consolidó en el 2015 con el Premio Nobel a Richard Thaler.  Ese mismo año, Angus Deaton lo ganó por sus estudios sobre cómo las decisiones individuales influyen en la marcha de la macroeconomía. Para diseñar políticas económicas a favor del bienestar y de la reducción de la pobreza, primero debemos entender las decisiones individuales de consumo. Y él ha contribuido, más que nadie, a mejorar esta comprensión. Desde un punto de vista diferente, James M. Buchanan – galardonado en 1986- se lamentaba de que la ciencia económica hubiera roto su relación con la filosofía moral, de la que nació. Consideraba que “la ética es el único medio viable para capturar el valor económico potencial que existe por encima y mas allá del asegurado por el funcionamiento de los mercados”. Por su parte, como declaró la Academia Sueca cuando le concedió el premio Nobel en 1998 a Amartya Sen, lo hizo por “combinar las herramientas económicas con las filosóficas, restaurando así la dimensión ética del debate sobre los problemas económicos más vitales”.

Es interesante analizar la postura de los economistas en la crisis del 2008, porque algunos habían anunciado el desastre. En 2005, en un homenaje a Alan Greenspan, presidente de la Reserva Federal y defensor de la desregulación financiera, Raghuram Rajan, de la Universidad de Chicago, economista jefe del Fondo Monetario Internacional, presentó un informe advirtiendo de los riesgos que estaba tomando el sistema financiero. Por ejemplo, denunció que en el sector financiero los incentivos estaban terriblemente sesgados porque los empleados cosechaban suculentas recompensas por ganar dinero, pero apenas se les penalizaba cuando incurrían en pérdidas. Rajan lo contó en un libro que les recomiendo: Grietas en el Sistema, (Deusto). Tres años después, tras estallar la crisis, Greenspan confesaba que estaba en estado de shock, “porque todo el edificio intelectual había colapsado”. En 2008, cuando se iniciaba la gran recesión, la reina Isabel II de Inglaterra, durante la inauguración del nuevo edificio de la prestigiosa London School of Economics, hizo una pregunta muy pertinente: ¿Cómo es posible que los expertos en economía no hayan previsto la crisis? Le contestó, de manera improvisada, Luis Garicano, pero la situación saltó a la prensa, lo que produjo tal malestar que la Academia Británica convocó un Congreso para formular una respuesta a la pregunta de la reina, cosa que hicieron en julio de 2009. Concluían echando la culpa a “un fallo en la imaginación colectiva de muchas personas brillantes, en este país e internacionalmente, que no entendieron los riesgos que la situación presentaba”. Las conclusiones no resultaban tranquilizadoras. El cambio de actitud de la Unión Europea al enfrentarse a la crisis de la pandemia perdiendo el miedo a la deuda, me hace pensar que algo hemos aprendido.

Retomo ahora la pregunta del artículo: ¿Cómo debía ser la formación de los economistas que la sociedad necesita? Si les ha intrigado la afirmación acerca del “desinterés moral” de los estudiantes de economía, pueden ver la bibliografía en el libro de Claus Dierksmeier Libertad cualitativa (Herder, 2019, p.471). No daré mi opinión sobre esas investigaciones, pero en principio me parecen verosímiles porque, durante gran parte de su historia, la Economía como ciencia ha considerado que su protagonista era el homo oeconomicus, un individuo que buscaba racionalmente su propio interés. Más aún, ha afirmado como dogma que el egoísmo individual promueve la salvación colectiva. El ¡Salvase quien pueda! al parecer puede mantener el barco a flote.  Pero la historia nos dice que el comportamiento humano no está únicamente impulsado por el interés material, y también que la irracionalidad forma parte del comportamiento económico. David Kahneman- el único psicólogo que ha ganado el Premio Nobel de Economía- lo estudió junto a Tversky. Pero mucho antes, Keynes había hablado de los “animal spirits, del papel de las emociones, las pasiones y las manías en las decisiones económicas, tema que volvieron a tomar dos premios Nobel de Economía, George Akerlof y Robert Shiller (Animal Spirits. Cómo la psicología humana dirige la economía, Gestión, 2009).

La Economía tradicional parte de la idea de que -como toda ciencia- debe eliminar los valores morales de la lógica científica. Sería absurdo dejarse guiar por ellos al hacer matemáticas o al elaborar una teoría física. Pero la Economía es una ciencia peculiar. Trata de preferencias y elecciones, y se basa en una teoría subjetiva del valor.  Como señaló Hayek -otro premio Nobel para nuestra colección-” probablemente no es exagerado decir que cada avance importante en la teoría económica durante los últimos cien años ha sido un paso mas en la consistente aplicación del subjetivismo(The Counter-Revolution of Science, 1952, p. 52). Lo explica muy bien Mises, uno de los padres de la escuela austriaca de economía: “La economía es una ciencia teórica que, como tal, se abstiene de establecer normas de conducta. No pretende señalar a los hombres unas metas que deban perseguir. Las decisiones últimas, la valoración y elección de las metas a alcanzar, quedan fuera del ámbito de la ciencia. Nunca dirá a la humanidad qué deba desear, pero, en cambio, si procurará ilustrarla acerca de cómo conviene actuar si quiere conquistar los concretos objetivos que dice apetecer “(Mises, L.von. La acción humana, Unión editorial, p. 31). Como decía Paul Samuelson (otro Nobel) la Economía es como una agencia de viajes. Lo organiza todo, pero el cliente debe elegir donde quiere ir.

Sólo de esa manera -siendo absolutamente neutral respecto de los fines- la Economía parece proteger la libertad. Lo contrario supondría la imposición de un modelo de felicidad. Ante una persona que quisiera cortarse un pie, la Economía demostraría que es mas racional hacerlo con un cuchillo que cortase bien que con uno romo, pero no que lo mejor fuera no cortárselo. Todos tenemos una deuda con el pensamiento liberal, que ha penetrado las instituciones democráticas, pero la postura ultraliberal limita la grandeza de la idea de libertad política y eso contamina su teoría económica. La reduce a una libertad negativa. Es decir, al derecho a que nadie se inmiscuya en mis asuntos. Eso empequeñece la aventura por la libertad, porque rechaza como objetivo político y económico la libertad positiva, es decir, la que aumenta la capacidad de acción y de elección de los individuos. Caricaturando la postura, los defensores de la libertad negativa piensan que se respeta más al analfabeto si no se le intenta enseñar a leer. En cambio, los partidarios de la libertad positiva creemos que será más libre si recibe educación. A mi juicio, introducir el concepto de libertad positiva cambia el concepto de Economía (como los Hologramas son una red, remito a “Los liberales en su laberinto”). Pero como he decidido apoyarme solo en economistas, a ellos apelo.

«Los partidarios de la libertad positiva creemos que será más libre si recibe educación».

Tradicionalmente, la Economía se ha considerado como una “ciencia lúgubre”, porque trata de la gestión de bienes escasos. Sin embargo, prefiero definirla de manera más positiva:  es la ciencia que ayuda a aumentar esos bienes. Es la Economía como ciencia de la ampliación de las posibilidades humanas basadas en factores que pueden entrar en una relación de intercambio comercial. “El objetivo principal de las ciencias económicas -escribe Galbraith- es emancipar a los ciudadanos para que puedan configurar de manera autónoma su propio entorno económico. A tal fin, la ciencia económica, en cuanto a su doctrina, debe hacerse de tal manera que la opinión pública pueda formarse un juicio informado sobre las cuestiones más decisivas de la política económica”. La ciencia económica académica, añade, “en vez de servir a la verdad, sirve más bien a su propia carrera profesional”. Es preciso reconfigurar la ciencia económica como una ciencia social autocrítica a fin de posibilitar su empleo democráticamente responsable. Galbraith aboga por abrir a ciencia económica al discurso social sobre la vida buena y desarrollar una ciencia económica preocupada por los valores y el medio ambiente.

Amartya Sen -no olviden que no es un filósofo sino un Premio Nobel de Economía- se mueve en la misma onda. Propuso un concepto de desarrollo humano en cuyo cálculo habría que introducir “bienes” como la libertad y la justicia. Esta idea ha tenido mucha influencia en la formulación del Índice de Desarrollo Humano, del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo. Es un defensor de la libertad positiva, basándose en el concepto de “capacidad”, es decir, la posibilidad de la que dispondría cada persona para convertir sus derechos en libertades reales. Una cosa es, por ejemplo, tener el derecho al voto, y otra tener la “capacidad de votar” adecuadamente. Esto implica muchos factores: la educación, la información, la ausencia de miedo, los medios de transporte para tener acceso a las urnas, el tiempo libre para hacerlo, etc. Sen comenzó estudiando las hambrunas como fenómeno económico. En la hambruna de Bengala, los trabajadores rurales eran libres (libertad negativa) para comprar alimentos. Nadie se lo prohibía. Sin embargo, murieron de hambre porque no eran positivamente libres: no podían comprar alimentos y escapar de la muerte. La economía debe dar a los ciudadanos la opción de discutir, debatir y participar en la selección de los valores utilizados para elegir las prioridades. “Así se podría salvar la abstracta retórica de invocación de la libertad de algunos economistas y su interés por la concreta emancipación de los individuos indigentes”. Pero para que ese debate no sea sobre imposibles-de eso se encarga el debate político- debe fundarse en el conocimiento de los principios económicos por parte de los ciudadanos.

El asunto no es fácil y creo que los futuros economistas deben ser conscientes de esa dificultad. En estos Hologramas he hablado de la “ponderación” como método necesario cuando se enfrentan valores legítimos. En economía tiene también que aplicarse. Al final de su obra Liberalismo y laborismo, J.M. Keynes escribió: “el problema político de la humanidad consiste en combinar tres cosas: eficiencia económica, justicia social y libertad individual. La primera necesita sentido, prudencia y conocimiento técnico; la segunda, un espíritu desinteresado y entusiasta, que ame al hombre común; la tercera, tolerancia, amplitud de miras, apreciación de las excelencias de la variedad y de la independencia, que prefiere, ante todo, dar oportunidades libres a lo excepcional y a lo ambicioso”. Me parece un buen resumen. En este momento de incertidumbre económica, en que la economía china no solo va a influir en es aspecto estrictamente económico, sino defendiendo un modelo que puede resultar tentador para los movimientos democráticos no liberales, creo que conviene recordar que el proyecto económico de la Unión europea integra esas tres cosas, y por ello merece la pena que nos esforcemos en hacerlo realidad.


 

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Únete 7 Comments

  • antonio dice:

    Una cosa es la ideología económica y otra la fiscalidad, creo que dónde se ven las consecuencias de las ideologías económicas es en la fiscalidad.
    La fiscalidad, cuando se esta viendo el despilfarro, chanchullos, gastos nóminas de clase política etc., sirve para que el ciudadano bienintencionados, se refugien en los suburbios de la económica sumergida.
    Reza el refrán que ojos que no ven, corazón que no siente. Hoy la cuestión no es de ideología económica, el problema es otro, vivimos en un Estado en el que los que gobiernan, dictan leyes que luego procuran incumplir, y eso desmoraliza a la ciudadanía que, termina por buscar su propio interés a la hora de ejercer sus obligaciones para con el Estado.
    Sobre fiscalidad, y de cómo se puede destruir una sociedad.
    https://www.vozpopuli.com/opinion/reformas-fiscales-jesus-cacho_0_1359764552.html

    • jose antonio marina dice:

      La fiscalidad es una técnica económica, que se basa en modelos teóricos mas amplios. Por ejemplo, el concepto de propiedad, la función del estado, la importancia dada al déficit, la función redistributiva, etc. La economia es mucho mas que la fiscalidad.

      • antonio dice:

        Estoy de acuerdo en la descripción que hace sobre la fiscalidad. Visto el manoseo ideológico de los modelos económicos, al final me parece que lo más importante es cómo dicho modelo económico se articula en la realidad, y por eso considero que las fiscalidad es la prueba del algodón que necesita todo modelo económico, para saber si funciona, o no.
        Los marcos ideológicos, en cualquier campo del saber humano, sobre el papel, no dejan de ser un juego intelectual necesario, una especie de gimnasia mental necesaria, otra cosa bien distinta, es saber si el modelo funciona cuando se lleva a la realidad.
        Un saludo.

  • Isaac López Pita dice:

    Estimado Sr Marina,
    Agradezco enormemente su artículo. Por mi parte (hablo en nombre propio aunque creo que represento a muchos economistas), comparto sus mismas preocupaciones. Como Economista colegiado creo firmemente en la necesidad de acercar la economía a la sociedad y democratizar sus conocimientos. Con ese fin acabo de publicar mi último libro : «Decisiones Económicas y Gente Corriente», basado en las aportaciones de la Economía de la Conducta, un movimiento creciente que recoge gran parte de las observaciones que usted hace en su artículo. Si es de su interés indíqueme una dirección y yo mismo le haré llegar un ejemplar dedicado con muchísimo gusto.
    También, desde esa misma preocupación, el Colegio de Economistas de Madrid ha creado el Observatorio de Economía de la Conducta, cuya comisión de deontología dirijo, y desde la Fundación Behavihor&Law, y su división Behavioral Economics damos formación económica basada en la concepción del ser humano, precisamente como eso, como un ser humano.
    Atentamente
    Isaac López Pita

    • jose antonio marina dice:

      Gracias por su comentario, sobre todo por venir de un economista profesional. Con frecuencia tengo la impresión de meterme en camisas de once varas. Lo único que me justifica es la cantidad de años que llevo interesado por el tema. Va a hacer ya treinta que me dieron el Premio Giner de los Rios de Innovacion educativa por un curso de economia básica incluido en la asignatura de Filosofía de Bachillerato. He insistido hasta la pesadez para que se incluyera la Economia -en el sentido en que estamos hablando de ella- en la educacion básica. Ya lo estuvo hace muchos años, según me contó Juan Velarde, que había escrito un libro de texto para esa edad junto con Fuentes Quintana. Sería estupendo que desde el Colegio de Economistas apoyaran esa idea. De la Union europea están presionando para que se incluya Educacion Financiera, y a mi me parece una equivocacion.

  • jose antonio marina dice:

    Gracias por su comentario. Me parecen diez dilemas que todo economista debería saber contestar, justificando sus respuestas. Aunque no soy economista, alguna de ellas las he intentado responder por ejemplo en «La creacion economica», «La creatividad economica» o en «La lucha por la dignidad». Por ejemplo, la séptima. Una concepción de la libertad como «mera ausencia de injerencia» -la llamada libertad negativa- no describe la libertad porque solo se refiere a ella como ausencia de coacción, no como capacidad de tomar decisiones y de actuar. Una persona con miedo, fanática, ignorante o pobre tiene muy reducida su libertad, aunque nada exterior se la coaccione.

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