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José Antonio Marina: «La mayor prueba de inteligencia es saber elegir bien tus metas»

«El uso de las tecnologías de comunicación de mensajes muy cortos, nos lleva a la dificultad para comprender argumentos complejos», advierte el filósofo y pedagogo

Diario SUR | 07/02/2020

¿Qué convierte a una persona en inteligente? ¿Cómo se fomenta la toma de decisiones autónoma en los niños? ¿El futuro está marcado por máquinas capaces de desarrollar una voluntad libre? ¿Y dónde queda en todo esto el ser humano? Estas son algunas de las preguntas a las que ofrece respuestas José Antonio Marina (Toledo, 1939). Escritor, filósofo y pedagogo, lleva más de medio siglo estudiando y analizando el concepto de inteligencia en todas sus acepciones.

Sobre la aparición de la inteligencia artificial subraya que representa el salto tecnológico más memorable en la historia moderna. En el mundo de Charlie Chaplin, el hombre era un mero sirviente para las máquinas. Ahora se supone que debe ser al revés y la tecnología se nos presenta como el camino hacia el oasis de la libertad, y responde a nombres como Alexa o Siri. Marina advierte sobre los peligros de anteponer el desarrollo tecnológico a las personas. Este sábado estará en Málaga para participar en el Festival de Filosofía, que se celebra en La Malagueta, y ofrecerá su pensamiento de vocación universal y, profundamente, humanista.

–En los últimos 100 años, el cociente intelectual no ha hecho más que aumentar. ¿Estamos ante el futuro más brillante de la humanidad o ante un punto de inflexión?

–Estamos en un punto delicado por una posible evolución rotunda de la especie humana, debido a la convergencia de cuatro tecnologías: la ingeniería genética, la nanotecnología, la neurociencia cognitiva y los sistemas de inteligencia artificial. Los optimistas dicen que va a haber la aparición de una especie superinteligente, capaz de resolver todos los problemas y de alargar la superviviencia un montón de años. Ya se empieza a hablar del posthumanismo. A mí, lo que me interesa, antes de decir adiós a la humanidad, es ver si somos capaces de entender lo que somos. No sea que empecemos a desprendernos de cosas que pueden parecer una debilidad, pero que son las que más caracterizan a nuestra especie. Todo lo que tiene que ver con el mundo emocional, el mundo del comportamiento, los afectos o las normas. La tecnología es muy brillante, pero no tiene sistemas de frenada.

– Estamos en una sociedad de la sobreestimulación continua. ¿Nuestros nietos están condenados a la decadencia intelectual?

–Empezamos a ver algunos problemas. El uso de las tecnologías de la comunicación, basadas en mensajes muy cortos y muy rápidos, lleva a la dificultad para comprender argumentos complejos. En un mundo que se está haciendo cada vez más complejo, si prescindes de esta capacidad, vas a ser muy vulnerable a todo tipo de adoctrinamientos. Es el efecto Google. ¿Para qué lo vas a aprender si lo puedes encontrar?

– No parece lo mismo consultar en la Wikipedia cuántos judíos murieron durante el Holocausto que leer el ‘Diario de Ana Frank’.

–Exactamente. ¿Qué está haciendo internet con nuestra inteligencia? La superficialidad sería leer cuántos muertos ha provocado el Holocausto, pero no intentar comprender cuáles han sido las razones o cuál es la profundidad que puede tener el sufrimiento. Esta facilidad de acceder a la información sin comprenderla nos está volviendo superficiales. No leo nada que sea muy largo, pero al mismo tiempo sufro de hiperactividad cognitiva. Necesito estar recibiendo estímulos continuos y responder a ellos.

– Entonces, ¿cómo le pedimos a un joven que lea a Charles Dickens, si puede pasar que durante 400 páginas no haya ni una sola persecución o un tiroteo?

–Ese es el problema. Recientemente, una de las grandes personalidades de Sillicon Valley se preguntó si son realmente necesarias las humanidades en la educación. Él cree que no porque no le ve una especial utilidad.

– ¿Someter el conocimiento a una productividad directa es peligroso?

–A mí me parece un problema muy serio. El humanismo es la ciencia de la comprensión. Si lo que nos están diciendo es que tenemos que utilizar las tecnologías sin comprender nada, eso nos puede proporcionar una tosquedad en lo esencial y un empobrecimiento de valores en nuestra vida de todos los días.

– ¿Podemos concluir que internet nos está haciendo menos inteligentes?

–Claro. Pero lo que se está diseñando permite que el ser humano sea menos inteligente porque el sistema va a ser más inteligente. Significa que el sistema es tan sumamente poderoso que da igual como sean los individuos. Eso es un problema enorme. El gran peligro ante el avance tecnológico es que disminuyamos el protagonismo de los humanos.

– ¿Los test para determinar el cociente intelectual siguen teniendo algún sentido?

–Nos resultan muy necesarios para detectar problemas o deficiencias en el comportamiento de los niños. Pero el comportamiento tiene muchos factores y los test de inteligencia miden muy pocos. Hay uno muy efectivo, que lo puso en práctica el psicólogo Walter Mischel. Se llama el test de la golosina y mide la capacidad de autocontrol de niños entre cuatro y cinco años.

–Para formar parte de Mensa, la supuesta élite intelectual, se necesita un cociente intelectual de 130.

–Efectivamente. Es cierto que no puedes tener a ninguna persona que haya ganado un Premio Nobel con menos de 130.

– Karl Popper, sin embargo, dijo no gracias y declinó el ingreso en esta sociedad.

–Por eso a mí me gusta introducir el concepto de talento, que es una palabra que no tiene carga científica. El talento es el buen uso de la inteligencia. La inteligencia está al principio, pero el talento al final de la educación. Por eso somos cada vez más reacios a medir las capacidades del niño al principio, ya que determina nuestro comportamiento respecto a ese niño.

– ¿Usted se considera una persona inteligente?

–Pues sí. Igual suena a una presunción. Yo creo que he aprovechado bien lo que tenía y no he perdido nunca el disfrute de aprender cosas. Un gran motor de la inteligencia es tener interés por cualquier cosa.

– Pues ahora, en teoría, no existe el aburrimiento. Ahí está el móvil para nutrirnos de contenidos. ¿Malos tiempos para la curiosidad?

–Ahora tenemos tal cantidad de estímulos, que se convierte en un problema. Es una de las razones del déficit de atención que tenemos durante todo el periodo educativo. Como los niños están sobresaturados de estímulos, ya no manejan la atención voluntaria. Les cuesta concentrarse en algo que, a lo mejor, al principio, no es muy interesante. Yo reivindico el aburrimiento. El aburrimiento en los niños es muy sano porque acaban inventando juguetes.

–¿La inteligencia es un concepto relativo? ¿Es más inteligente un experto en cálculo para la NASA o Robinson Crusoe, que fue capaz de adquirir ciertas destrezas para sobrevivir en una isla desierta?

–Tenemos que cambiar la idea de inteligencia. Cuando yo empecé a estudiar, la inteligencia era una función cognitiva. La ciencia era la mayor muestra de inteligencia. Pero luego nos dimos cuenta que también tenía mucho que ver con cómo se gestiona el mundo emocional. Es ahí donde nos jugamos la felicidad o la desdicha. La función más completa de la inteligencia es dirigir bien el comportamiento y la mayor prueba de inteligencia es saber elegir bien tus metas.

– Y el principio causa y efecto. ¿Comprenderlo es la base de nuestro progreso? Sin ello, se hace difícil pensar en el éxito que tuvo la revolución industrial en el siglo XIX.

–La comprensión real de como funciona el principio de causa y efecto es esencial para la ciencia y, por lo tanto, para las aplicaciones técnicas. Pero hay que saber muy bien cual es el vínculo entre causa y efecto. Todo el pensamiento mágico también tiene un concepto de causa y efecto, aunque totalmente desajustado de la realidad. Pensar, por ejemplo, que haciendo la danza de la lluvia va a caer la lluvia. Luego ocurre otra cosa. Cuando llegas a fenómenos muy complejos, la noción causa y efecto se desdibuja mucho. En primer lugar, porque hay causas múltiples. En segundo, porque hay causas que retornan sobre sí mismas. Nuestros antepasados que inventaron el lenguaje eran mudos. Un cerebro mudo crea el lenguaje. Desde ese momento, ya no puede pensar sin el lenguaje. Y es ese bucle prodigioso, el que nos permite cambiar la causalidad de la acción. Eso es algo fantástico.

– ¿Cómo influye la estructura familiar? Tendemos a tener un solo hijo. En teoría, los padres tienen ahora un único foco sobre el que volcarse y estimular.

–Eso en sí no asegura nada. Ni tampoco que la educación del niño vaya a ser mejor. Una parte de la educación se da entre hermanos. Ahora los niños no son solitarios porque las familias no son numerosas, son solitarios porque vivimos en ciudades que fomentan la soledad de los niños. Los niños se unen en el colegio. Pero cuando vuelven a casa ya no tienen cerca a los amigos del colegio. De manera que vuelven a una situación de aislamiento que les lleva a jugar frente a una pantalla.

– ¿La lectura es la mejor herramienta para aumentar la inteligencia?

–Es una gran herramienta. Porque nuestra inteligencia es fundamentalmente lingüística. La lectura mejora nuestra capacidad lingüística. La comprensión lectora es la facultad más imprescindible para todo el desarrollo educativo. Juega a dos niveles de la memoria. Un nivel horizontal, según se va leyendo, y otro vertical, que pone las cosas en contexto. ¿Qué pasa con las palabras que ya has leído? Se conservan en la memoria, pero no de manera literal. La memoria hace su propio resumen. Eso es lo que nos va a permitir hilar en un futuro.

– Y ahora hemos dado el siguiente paso: inteligencia artificial y transformación digital. Euforia o cautela, ¿qué nos recomienda?

–Euforia cautelosa. Sócrates, por ejemplo, hacía una crítica muy similar a la que se le puede hacer ahora a la inteligencia artificial, cuando aparecieron los libros. Pensaba que el que tiene el conocimiento en un libro no va a querer aprender. Por eso nunca escribió un libro. Ahora sabemos que el libro no solo no nos ha impedido aprender, sino que ha sido una gran herramienta para ello. Espero que pase algo similar con la inteligencia artificial.

 Hemos pasado de hacer fuego en una cueva a tener a Alexa en nuestro salón de casa. ¿Progreso o una distopía hecha realidad?

–Su éxito y también su problema es que facilita demasiado la comodidad. Si necesitas a Alexa para que te encienda la luz, te estás convirtiendo en un vago de cuidado. Otra cosa es hablar de sistemas de inteligencia artificial que sí te permiten ir más allá de la simple comodidad.

– Hacia dónde va la evolución de la especie humana. ¿El transhumanismo es una futura realidad palpable o mera ciencia ficción?

– En algunas cosas es ciencia ficción. Por ejemplo, cuando se habla de la inmortalidad. En otros asuntos, no solamente es viable, sino que ya es palpable. Los sistemas de toma de decisiones informáticos están colonizando territorios que eran exclusivamente humanos. Muchos artículos en las revistas económicas están escritos por ordenador. El gran salto se da con el ‘deep learning’, es decir cuando las máquinas aprenden por sí mismas.

– ¿La evolución no es también una cuestión de ética? ¿Dónde habría que parar?

–Ese es otro asunto. Pero la ética está en una línea distinta que la línea científico técnica. La ética no entra dentro de sus competencias. Es como si se hablara otro lenguaje. Sin duda alguna, hay que parar cuando se pone en riesgo la dignidad del ser humano. La gran conquista de la inteligencia no ha sido la ciencia ni ha sido la tecnología. La gran conquista ha sido la ética porque intenta resolver los dos problemas más complicados, más urgentes y que más afectan al ser humano: el problema de la felicidad personal y el problema de la convivencia. Tenemos que advertir al posthumanismo tecnológico que si olvida esto, hemos destruido lo que ha sido la máxima creación de la inteligencia humana, que no es otra cosa que la capacidad de inventar modos de vida más justos y de compadecernos del más débil.

– ¿En qué tipo de persona confiaría entonces la marcha de la humanidad?

–No en una persona que fuera puramente un técnico. Confiaría en una persona que englobara las características cognitivas que son necesarias, dentro de proyectos éticos más importantes, y que le proporcionaran los necesarios mecanismos de frenado.

– La inteligencia artificial deja de ser un proceso determinista. ¿No estamos sembrando la semilla para una revolución y dictadura de las máquinas?

–Eso habría que ponerlo en duda. Una máquina calculadora actúa según leyes físicas, pero regidas por los principios e ideales de las matemáticas. ¿Es un sistema determinista? A medias. Cuando hablamos de comportamientos, hablamos de valores y normas que nosotros nos damos. Eso va a regir la utilización de las máquinas. Por eso tenemos que insistir en los criterios de evaluación, no en la capacidad operativa.

– ¿Las empresas que controlan las tecnologías tienen más poder que los gobiernos?

–Una de las excusas que tienen los gobiernos para no hacer las cosas es que no pueden competir con las multinacionales. Yo creo que es mentira, una profecía que se cumple por el hecho de decirlo. Ninguna empresa multinacional, que yo sepa, está en Zimbabue. Están en Estados Unidos, en Alemania, en China… es decir, en naciones con estructuras que protegen la legalidad. Todas las naciones tienen capacidad, a priori, para fijar el marco. La investigación básica de la que se han aprovechado las empresas tecnológicas se han financiado con fondos estatales.

– En este contexto, ¿cabría la posibilidad de celebrar una epidemia como el coronavirus, como recordatorio de la fragilidad del ser humano?

–No desearla, pero sí aprovecharla, ya que ha surgido. Sólo nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena. Además, una epidemia así debería servirnos como vacuna contra los nacionalismos. A la vista está que, de la misma manera que los virus no entienden de fronteras, tampoco entienden de fronteras muchas otras cosas.

 

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