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¿Son ciencias las ciencias ‘psi’?

Las profesiones psi -neuropsicología, psiquiatría, psicologías múltiples, psicoanálisis y setecientas psicoterapias- me interesan como fenómeno intelectual y social. Su influencia es creciente, como no hace mucho denunció Liliane Sichler en su libro El partido psi toma el poder (Grasset). Camino de París voy leyendo el último número de Archivos de Psiquiatría. Abre con un artículo de Enrique Baca sobre la crisis que sufre esta ciencia. Afirma, con toda razón, que la psiquiatría está anegada por miles de hechos e investigaciones fragmentarias, que no se integran en una teoría explicativa.

Parecía que la aparición del Manual Diagnóstico y Estadístico de los trastornos mentales (DSM), publicado por la Sociedad Americana de Psiquiatría, había introducido orden en el desconcierto de la patología mental, pero en la librería del aeropuerto de París encuentro el último libro de Elisabeth Roudinesco, una afamada historiadora de la psiquiatría y del psicoanálisis, en el que leo la siguiente perla: “Desde que la última versión del DSM se convirtió en su única referencia ‘científica’, la psiquiatría ha renunciado a toda forma de misión salvadora para ponerse al servicio de los laboratorios farmacéuticos” (p.103).

El libro se titula Le patient, le thérapeute et l»Etat (Fayard), y tercia en el actual debate francés para expulsar a los charlatanes de las profesiones psi. El Estado ha propuesto una rara solución en dos pasos. Primero: todo lo relacionado con la salud mental debe estar vigilado por los psiquiatras y, secundariamente, por los psicólogos clínicos. Segundo: ha separado el psicoanálisis del resto de las psicoterapias, y ha permitido que los psicoanalistas se regulen a sí mismos, mientras que los psicoterapeutas deben ser evaluados por el estamento médico.

La proliferación de psicoterapias sin ningún  fundamento científico exige separar a los desaprensivos de los profesionales decentes. Afortunadamente, se ha empezado a evaluar en serio la eficacia de estos métodos, como lo demuestra la rigurosa Guía de tratamientos psicológicos eficaces (Pirámide), coordinada por Marino Pérez Álvarez y otros profesores, que acaba de aparecer. En ella reconocen “el divorcio existente entre psicoterapia y el concepto de disciplina científica”

Así pues, ya tenemos en crisis a la psiquiatría y a las psicoterapias. Pero no para ahí la cosa. La psicología, que sin duda ha progresado mucho en los últimos decenios, también carece de una teoría unificada. En la Asociación Americana de Psicología hay más de cuarenta divisiones que no se entienden entre sí. Las distintas escuelas han fragmentado el ser humano y no sabemos recomponerlo. El conductismo estudió el aprendizaje, pero descuidó la emoción o el lenguaje. La psicología de la forma aclaró la percepción, pero no el aprendizaje. La psicología cognitiva estudia el conocimiento, pero no la acción. Los autores de una tendencia desdeñan a los demás. Acabo de leer dos tratados recientes sobre personalidad. En uno de ellos se defiende la llamada teoría de los Big Five, de los cinco rasgos básicos, y no se cita a Eysenck y sus trabajos. El otro se basa en Eysenck y no menciona a los Big Five. Los mismos psicólogos han denunciado la ideologización de la psicología. Bruner, por ejemplo, sospecha que los grandes psicólogos del desarrollo -Freud, Piaget y Vigotsky-  pueden estar construyendo la realidad psicológica, en vez de estudiarla. Albert Bandura dice lo mismo: “Lo que los teóricos creen que la gente es, determina los aspectos del funcionamiento humano que exploran más en profundidad y los que dejan sin examinar”. Unos psicólogos creen que somos sistemas absolutamente determinados, y alguno, pocos, creen que somos libres. Rom Harré piensa que para la psicología los seres humanos son simples autómatas, y Gergen ataca a la psicología cognitiva por ser atrozmente conservadora, ya que afirma que todos los trastornos humanos se originan en la mente y no en el entorno social.

Menos mal que nos queda la neuropsicología, que ahora se llama neurociencia. La calidad científica de sus trabajos es innegable. Basta, por ejemplo, ver hasta qué extremos se ha progresado en el estudio de los mecanismos neuronales. Lo malo es que cuando vamos ascendiendo en la complejidad de los fenómenos perdemos claridad. Y cuando aparece la consciencia, ya no sabemos cómo explicarla. Conocemos el sistema nerviosos como un maravilloso sistema sintáctico, pero no sabemos cómo se convierte en semántico. A lo más que llegamos es a correlacionar fenómenos neurológicos con fenómenos conscientes, sin saber cómo se pasa de unos a otros.  En esto no comparto el optimismo que mi amigo Francisco Mora demuestra en estas páginas.

No hay que asustarse ante tan problemática situación. En el primer tercio del siglo XX la física sufrió una crisis espectacular, de la que resurgió brillante y renovada. Espero que a las ciencias psi les pase lo mismo, por la cuenta que nos tiene, ya que sus teorías influyen profundamente en la percepción que tenemos de nosotros mismos.

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