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Réquiem por el fotón

Año 1927. En un Congreso de Física celebrado en Como, Niels Bohr habló por primera vez del «Principio de complementariedad», una idea que tuvo fortuna científica y fortuna literaria. Esta mezcla suele poner de los nervios a los científicos, que consideran escandaloso, y con razón, que se usen conceptos científicos fuera de su contexto. Todos hemos visto aplicar las ideas de relatividad, caos, fractales, indeterminación –que no tienen sentido fuera de su expresión matemática– para hablar de todo lo divino y lo humano.

Aquel Congreso forma parte de la mitología científica. Asistieron Born, Compton, Fermi, Heisenberg, Lorentz, Millikan, Pauli, Plank, Sommerferld, es decir, lo más granado de la física del siglo XX, menos Einstein. En su comunicación, Bohr dijo que quería resolver la diferencia insalvable que había entre la descripción clásica de los fenómenos físicos y la descripción cuántica. La diferencia fundamental –pido perdón a los físicos por la simplificación– era que la física clásica creía en la realidad de los fenómenos, mientras que la cuántica pensaba que el estado del sistema depende del observador.

Puso como ejemplo la naturaleza de la luz. ¿Es una onda o una partícula? Para explicar los fenómenos de interferencia hay que considerarla onda, pero para explicar la interacción entre radiación y materia, conviene considerarla corpúsculo. Bohr propuso su «Principio de com-plementariedad». El fenómeno depende del sistema de observación y, en último término, la realidad no sería más que el resultado de todos los sistemas posibles de observación. Muchos años después. Richard Feynman, con su contundencia habitual dijo: «La dualidad de la luz es el único misterio de la Física». Bueno, añadió otra cosa: «La teoría cuántica está simplemente más allá de cualquier explicación».

A partir del Congreso de Como, todos los físicos –menos Einstein– se hicieron kantianos. Recuerden que Kant había separado la «cosa en sí» de las cosas tal y como aparecen en nuestro conocimiento, es decir, de los fenómenos.  Nosotros sólo podemos conocer los fenómenos, nunca la cosas tal como son. Esto ha suscitado muchas disputas entre los físicos, que no saben si la realidad sometida al Principio de complementariedad es la última realidad, o hay otra más real por debajo. Es interesante seguir el proceso de invención de ese Principio, porque demuestra una vez más que un científico no llega a una teoría por un procedimiento racional, sino por una especie de salto metafórico que le sugiere una solución y que después tiene, naturalmente, que justificar. jerome Bruner, uno de los más avispados psicólogos del siglo pasado, contó una conversación que había mantenido con Bohr acerca de la complementariedad del pensamiento y la emoción. El físico le confesó que su Principio se le había ocurrido meditando sobre si debía castigar o no a un hijo suyo que se había comportado mal. «Me di cuenta de que no se puede juzgar al mismo tiempo a la luz del amor y a la luz de la justicia». En fin, había caído en el mismo problema en que se habían empantanado a los teólogos medievales al preguntarse si Dios podía ser a la vez justiciero y misericordioso.  Cuando Bohr fue nombrado miembro de la Ordén danesa del Elefante, escogió como lema:  Contraria sunt complementaria. El viejo Heráclito lo hubiera suscrito.

Les hablo de esto porque acabo de leer un artículo sobre Shahriar S. Afshar y sus tos en el Instante for Radiation Induced Studies (Bostón). Cree haber demostrado que Born estaba equivocado. Para decirlo de una manera un poco más técnica, se puede seguir el rastro de fotón sin alterar el patrón de interferencias.  Considera que la realidad tiene propiedades definidas y evaluables. Pero da un paso más que yo no me atrevo a seguir. Entre el fotón y la onda, escoge la onda. Más aún, piensa que si  el resultado de sus experimentos se repiten usando otras  partículas, es la mecánica  cuántica entera la que está en dificultades. Y ya en el disparadero, saca una consecuencia curiosa.  Si el fotón no existe, habría que retirarle a Einstein el premio Nobel que ganó en 1921.

Lo que me ha interesado más como curioso es el editorial que ha publicado «New Scientist”  Reconociendo que los experimentos de Afshar  tienen que ser corroborados, aplaude fervorosamente su intento. «La ortodoxia cuántica ha sido aceptada durante demasiado tiempo sin cuestionar su autoridad, a pesar de pretensiones de sus prebostes». Afshar continúa, sigue el mejor camino de la tradición científica: explorar los misterios, no oscurecerlos.  No salgo de mi asombro ante esta andanada.  Y me gustaría saber lo que los físicos tienen que decir. ¿Hemos de entonar el gori-gori por el fotón?   YO ya le había cogido cariño.

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