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Parapsicología y otros frutos

En la XXVII Bienal de la Sociedad Española de Física (1999), Manuel Toharia informó de una encuesta según la cual el 35% de los españoles no cree que la Tierra sea redonda. El mundo occidental sufre una epidemia de credulidad. Georges Minoios, autor de una Histoire de l’avenir (Fayard), dice que desde Nixon a Hassan II, de Vincent Auriol a Antoine Pinay, los políticos siguen consultando las cartas astrales. Nancy Reagan introdujo a los astrólogos en la Casa Blanca. Mitterrand consultó a Elizabeth Teissier sobre la guerra del Golfo y el referéndum de Maastricht. En Wall Street hace estragos la astrología financiera y algunas consultorías utilizan horóscopos para seleccionar personal. Hace unos años, la Inspección de Trabajo francesa dictaminó que no se podía excluir a una persona de un trabajo por ser Capricornio. Una plaga de timadores llena las pantallas de televisión. Nuestra educación no nos está librando ni de la ignorancia ni de la irracionalidad.

Meditaba en estos asuntos, cuando leo que en la London’s Royal Society of Arts se ha celebrado un debate entre un biólogo (Lewis Wolpert) y un bioquímico reconvertido a la parapsicopatología (Rupert Sheldrake). Este presentaba las evidencias a favor de los fenómenos psi, y aquél se negaba a concederlas ningún valor científico. ¿Qué ocurre con la parapsicología?¿Es ciencia o charlatanería?

Hay dos tipos de presuntos fenómenos psi: La percepción extrasensorial (la adquisición de información sin mediación de los canales sensoriales) y la psicoquinesis (acción mental sobre cosas materiales). La percepción extrasensorial suele dividirse en telepatía, clarividencia y precognición. En los años 80, el National Research Council , organismo dependiente de la National Academy of Sciences de EEUU, examinó la documentación parapsicológica, por encargo del ejército americano. Concluyó que no había ninguna justificación científica para admitir la existencia de los fenómenos psi. La Encyclopedia of Psychology, editada en el 2000 por Oxford University Press, dice lo mismo.

Hace años me interesé por estos asuntos después de leer un libro escrito por Hans Eysenck y Carl Sargent, titulado Explicando lo inexplicado. Eisenck era un psicólogo muy prestigioso, por ello me sorprendió que en ese libro, después de revisar la información disponible afirmara: «Consideramos que la parapsicología es una ciencia». Creía que tal ciencia iba a avanzar velozmente, cosa que no ha sucedido. El problema es que mucha gente dice experimentar fenómenos extraños, y ante eso, nada podernos objetar. Sí los sienten, los sienten. Pero hay que ser muy exigentes cuando una experiencia privada pretende alcanzar una validez universal. EI único camino es someterse a un riguroso sistema de pruebas. Las presuntas experiencias psi no pueden replicarse a voluntad, lo que es un gran obstáculo para su consideración científica. Además, cuando dicen que se han encontrado pruebas a favor de esas experiencias, solamente se trata de alguna variación estadística. Comprobar en laboratorio un fenómeno de visión a distancia (el método ganzfeld) no quiere decir que una persona haya visto con claridad las cartas que otra persona exhibe en una habitación diferente. Ocurre tan sólo que la frecuencia con que acierta es ligeramente superior a la que se consigue al azar. La ciencia debe estudiar todo tipo de fenómenos, pero en una época de credulidad conviene insistir en que una verdad sólo es científica, es decir, sólo es universalmente aceptable, cuando consigue la fundamentación rigurosa.

Esto no significa que todo lo que no es verdad científica sea falso. Si usted dice que el número de estrellas es par, y yo digo que es impar, no cabe duda de que uno de los dos hemos dicho la verdad, pero no sabernos quien. La verdad científica es tan sólo un estado de verificación.

He pronunciado una conferencia sobre `Ciencia y poder’ en la Universidad Politécnica de Valencia. La ciencia se ha hecho tan compleja que exige enormes inversiones financieras. ¿Quién decide lo que se va a investigar? Quien proporciona el dinero: los gobiernos o las empresas privadas. Esto significa que los temas que no interesan ni a los gobiernos ni al mercado, no se investigan. Un ejemplo: de los 1.223 medicamentos comercializados en todo el mundo entre 1975 y 1996, sólo 13 estaban dirigidos al tratamiento directo de las enfermedades tropicales, y sólo cuatro fueron el resultado de investigaciones efectuadas por la industria farmacéutica. La situación es muy similar en cuanto a la investigación sobre agricultura y energía. Creo que ahora que se habla mucho de Responsabilidad Social Corporativa deberíamos reclamarla también a la ciencia, es decir, a los que financian la ciencia. Me gustaría que los científicos nos dijeran qué asuntos sería importante estudiar, por su utilidad pública, para que los ciudadanos pudiéramos reclamar su investigación.

Después de escribir lo anterior, recibo el último número de ‘Newsweek’. Titula en portada: «Mala ciencia. Cómo las fobias políticas estan distorsionando la investigación y la tecnología». En todas partes cuecen habas.

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