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La Sociedad Enferma

Es difícil saber lo que está pasando en Londres y en otras ciudades inglesas. Las manifestaciones violentas suelen servir para exteriorizar malestares diversos. Además, como contó William Golding en El señor de las moscas, la violencia es atractiva, provoca una especie de ebriedad enloquecida.
Cuando un grupo adopta el estado de masa, se rompen los sistemas de control personal y social. Así pues, con los pocos datos que tenemos, resulta prematuro hacer un análisis sociológico. Pero quiero comentar la última intervención del primer ministro británico. Cameron ha dicho que los actos vandálicos demuestran que «una parte de la sociedad está enferma».
Ha precisado un poco más el diagnóstico: «Hay una falta de responsabilidad, una falta de educación familiar adecuada, una falta de formación, una falta de ética, una falta de moral». Cuando le han preguntado cuál era la cura, ha dicho que es necesario cambiar la educación en las familias, aumentar la disciplina en las escuelas y evitar que el sistema del bienestar premie a los vagos. Una respuesta simplista hasta la irritación.
Uno de los jóvenes implicados en las revueltas ha dicho: «Todos escuchamos que la policía acepta sobornos, que los parlamentarios defraudan miles de libras, que los gastos sociales van a reducirse para salvar bancos. Ése es el ejemplo que tenemos». Naturalmente que la educación es importante. Pero, como me gusta repetir: «Para educar a un niño, hace falta la tribu entera».
Todos educamos, bien o mal. En Las culturas fracasadas expliqué mi preocupación ante la posibilidad de que las sociedades se encanallen, de que acabemos habituándonos a todo. Nos hemos metido en una rueda de excusas en que la culpa la tiene siempre el otro. Cameron acusa a los padres y a los docentes, éstos pueden acusar a los políticos, al final todos a los mercados, o a la televisión, o al lucero del alba.
Hace unos años, William Damon, un gran educador estadounidense, escribió un libro titulado Greater expectations, en el que anunciaba gran parte de lo que está sucediendo. Es verdad: los adultos debemos proporcionar y exigir mejores expectativas a nuestros jóvenes. Voy a erigirme en defensor suyo y también de padres y docentes. No vivimos aislados. La educación formal -la que se ejerce institucionalmente por la escuela y la familia- es un barco flotando en el océano de la educación informal que la propia sociedad genera sin propósito. Procuramos organizar la vida lo mejor posible en una nave que no pilotamos. Hay que hacer consciente a la sociedad de que por múltiples caminos está produciendo una situación desmoralizadora. Hay que explicar que hemos aceptado un paradigma de civilización que es, sin duda, lo más granado que ha producido la inteligencia humana: tecnología, mercado libre y democracia. No tenemos otro modelo mejor, pero conviene recordar que ninguna de esas creaciones tiene sistema de frenado.
Son instituciones suicidas si no se someten a normas éticas. Y en este terreno, todo el mundo debe cumplir sus responsabilidades educativas. Si quieren, empezamos a pasar lista.

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