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Materiales de construcción de José Antonio Marina

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Jesús de Nazaret

Hay personajes que han ejercido una colosal influencia en la historia, porque están en el origen de unas caudalosas “corrientes de experiencia”, que avanzan con períodos de crecida y de estiaje por el cauce histórico, engrosando su caudal con los pequeños o gigantescos afluentes de las experiencias personales. Sin quererlo, crearon civilizaciones que aún determinan la geografía actual: Confucio, Buda, Mahoma, Jesús. ¿Qué energía especial poseían estos hombres?¿Cuál es el secreto de su éxito?

De Jesús se ha dicho casi todo, incluso que era un hongo alucinógeno, pero en este momento ningún investigador serio niega su existencia histórica. Los datos de que disponemos nos hacen pensar que fue un artesano galileo pobre, hijo de José y María, con cuatro hermanos –llamados Santiago, José. Simón y Judas- y al menos dos hermanas, probablemente discípulo de Juan el Bautista, que se convirtió en predicador y sanador itinerante, y anunció con insistencia la inminente llegada del reino de Dios. Hablaba del lejanísimo e imponente Yahvé con una familiaridad que pareció blasfema a los fariseos, que urdieron su muerte. Acabó siendo juzgado por un tribunal romano en Jerusalén, y crucificado. Sus pocos discípulos creyeron que todo había terminado, y huyeron. Pero, unos días después volvieron a reunirse y hablaron de una experiencia que habían tenido, y que  explicaron diciendo que Jesús había resucitado. ¿En qué consistió esa experiencia? No lo sé. San Pablo, uno de sus seguidores, lo resume en una frase misteriosa: “No soy yo, es Cristo quien vive en mi”.

Lo que ocurrió en esos años me parece el fenómeno más intrigante de la historia de la humanidad. ¿Qué llevó a unas gentes humildes a dedicar su vida e incluso a morir por predicar la buena nueva de que habíamos sido salvados por un  ajusticiado? El mensaje que transmitían era  muy sencillo. Juan, el discípulos más cercano a Jesús, lo resumió cuando era ya muy viejo: “Todo lo que oí del Maestro es que tenéis que amaros profundamente”. Es cierto que ese mensaje tenía un significado especial en boca de Jesús, porque en una de sus parábolas afirmó que la bondad, es decir, la manifestación creadora del amor, era una participación de la misma divinidad. Lo explicó con una metáfora campesina: de la misma manera que si injertamos una rama de ciruelo en un membrillo, da ciruelas, pero con la energía del membrillo que la alimenta, así el hombre que realiza una buena acción está vivificado por la energía divina. Es Dios. ¡Un pobre artesano poco ilustrado de Nazaret tuvo esa conmovedora y megalómana idea! ¿De dónde la sacó? Sin duda, de alguna experiencia personal, que no me atrevo a imaginar, pero que resultó tan poderosa, tan convincente, que cambió el modo de pensar y de sentir de una parte importante de la Humanidad.

Una cosa más, antes de despedirme. El mensaje de Jesús termina diciendo que al final la bondad triunfará. Tal vez sea esta esperanza contra toda esperanza la que ha hecho que su figura permanezca vigente, al menos para mí.

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