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La inteligencia emergente

Después de estudiar durante muchos años la inteligencia individual, cada día me interesa más la inteligencia compartida, la que emerge de la sabia interacción de las inteligencias individuales. Me influyeron mucho Hayek, con su idea de «evolución espontánea», y las teorías biológicas de la autoorganización. También Atan Türing, uno de cuyos últimos trabajos trataba de la morfogénesis, la capacidad de todas las formas de vida de desarrollar sistemas cada vez más complejos a partir de orígenes increíblemente simples. Un ejemplo cotidiano de inteligencia emergente es la buena conversación. Cada uno de los interlocutores colabora a la brillantez del diálogo a través de lo que dice, y también mediante el clima que genera y las ocurrencias que suscita en el otro. La ciencia y la tecnología son creaciones de la inteligencia emergente, y también deberían serlo la política y las relaciones personales.

Hay sociedades innovadoras y sociedades rutinarias. Necesitamos vivir en ambientes que favorezcan la creación. Se habla mucho de «redes de investigación científica o tecnológica» y de «gestores de la innovación». La economía necesita inventar continua y velozmente, y esto no se puede conseguir sin una previa creación científica. Por eso, me parece un objetivo prioritario ayudar a construir una sociedad inteligente, que fomente la creatividad y la innovación. En España, fundaciones como COTEC intentan despertar el talento innovador.

La iniciativa debe venir de los gobiernos. El Estado no debe ser sólo benefactor, sino promotor, fuente de incitaciones y estímulos. Su tarea es financiar la investigación básica, que no resulta rentable a las empresas privadas, y proporcionar infraestructuras atractivas. Singapur está construyendo una «Ciudad de la investigación» donde podrán trabajar 4.000 científicos, sobre todo en biotecnologías y ciencias de la salud. Beijing acoge un laboratorio de Microsoft, que quiere aprovechar los talentos informáticos que residen en esa ciudad. Y muchas grandes compañías están trasladando sus departamentos de contabilidad a la India. Creo que en el nuevo diseño industrial, las ciudades van a tener un gran protagonismo. Desde hace tiempo trabajo en la elaboración de un Test de inteligencia para ciudades, que nos permitirían evaluarlas.

Está surgiendo una nueva manera de investigar. Se ha terminado el tiempo del científico solitario. Ni siquiera los matemáticos pueden mantenerse aislados. Wiles, que demostró el último teorema de Fermat, después de varios años de trabajo en soledad tuvo que buscar la ayuda de especialistas en ramas de la geometría que no dominaba. Una actividad compartida, interrelacionada, atraviesa el planeta. Hay una actividad perpetua. Mientras duermen unos laboratorios, otros trabajan en las antípodas. Internet colabora en esta inteligencia emergente. Se ha constituido una Global Innovation Network. Si usted mira las tripas de cualquier aparato de tecnología moderna encontrará rastro de una especie de ONU tecnocientífica. El procesador central puede proceder de Texas Instruments o de Intel, los sistemas operativos de BlackBerry o Microsoft, los circuitos pueden estar diseñados por ingenieros chinos, los chips más especializados para gráficos tal vez hayan sido inventados en Taiwán o India, los procesadores de color pueden ser coreanos. Las cosas van tan rápidas que IDEO, en San Francisco, se dedica a recoger datos de las novedades en más de cien países, tarea agotadora porque todas quedan anticuadas en menos de cuatro semanas.

Con motivo de sus 75 cumpleaños, la revista ‘Bussiness Week’ ha dedicado un número extraordinario a la economía de la innovación. En 1929 no había antibióticos, ni reactores, ni televisión, ni móviles, ni ordenadores. La evolución verde ha permitido alimentar a una población que se ha triplicado desde entonces. ¿Podrán inventarse tantas cosas nuevas en los próximos 75 años? Los redactores son optimistas. «La ciencia está avanzando rápidamente, y cada vez más países están dispuestos a invertir recursos en investigación, desarrollo y educación».

Sorprendentemente, donde se ha avanzado menos es en el campo energético. Seguimos empantanados en la rutina de los combustibles fósiles. Energy Economics ha publicado el estudio más extenso hecho sobre el poder energético del viento, dirigido por Wirn Turkenburg, de la Universidad de Utrech. Un viento con velocidad de cuatro metros por segundo es económicamente interesante, lo que supone una energía potencial capaz de suplir a los combustibles actuales. John Twidell, editor de Wind Engineering, afirma: «Los límites no son tecnológicos«. Muchos pensamos que la investigación de fuentes nuevas de energía está siendo bloqueada por intereses económicos y políticos.

Científicos españoles han pedido al gobierno más dinero para la investigación. Nuestro futuro económico depende de nuestra inversión en I+D, en Investigación más desarrollo. Pero nuestro futuro social depende de otra fórmula: I+D+E. Investigación más desarrollo más educación. Muchos países la aceptan, pero suelen referirse sólo a la educación superior. Esto no es suficiente. La prosperidad de las naciones se asienta sobre un eficiente sistema educativo que, desde los primeros años, prepare el acceso a la enseñanza superior en buenas condiciones. Partiendo de bachilleres ignorantes es muy difícil conseguir universitarios de calidad. El mundo está interesante y agitado.

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