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El Bucle Prodigioso

La inteligencia humana tiene un sorprendente modo de trabajar. Inventa cosas que revierten sobre ella y la cambian para obrar con más eficacia. Hemos ido elevándonos sobre el nivel de nuestros primos animales creando grúas con las cuales nos aupamos a nosotros mismos. El más poderoso de estos bucles ascendentes fue el lenguaje, un prodigio que cada día me admira más y me resulta más incomprensible. Nuestros mudos antepasados inventaron las palabras y ahora no podemos pensar, proyectar o comprendernos sin ellas. Otros inventos también ampliaron nuestras posibilidades mentales, como la escritura, el álgebra o la notación musical. Sin esta, Beethoven no hubiera podido imaginar sus sinfonías. Las nuevas tecnologías de la información constituyen otro de esos bucles prodigiosos. Han surgido de nuestro cerebro, pero están cambiando la manera de gestionar nuestro propio cerebro. La inteligencia crea la cultura y la cultura, a su vez, recrea la inteligencia.

Hay una creación cultural que tuvo especial importancia en esa tarea de elevación de nuestra naturaleza por encima de sí misma: la religión. No me estoy refiriendo hoy a la verdad de sus contenidos, ni a la existencia de un Dios, de muchos dioses, del Absoluto o del Tao, sino a la función humanizadora que ejerció a lo largo de la historia. Varias coincidencias me animan a hablar de esto. Investigo el comienzo de la cultura humana y acabo de recibir dos libros de reputados especialistas en prehistoria. El amanecer espiritual de la humanidad, de Marcel Otte y Religion in the emergence civilization, de Ian Horderer. El primero sostiene que la espiritualidad ha sido el motor de la evolución humana; el segundo estudia el papel de la espiritualidad y de los rituales religiosos en la emergencia de las sociedades complejas.

Todas las religiones se fundan en la idea de una realidad más poderosa, más verdadera, más santa, que permite reconocer nuestra finitud e intentar superarla. Para los 5 libros sagrados hindúes, la realidad material es un engaño que oculta el Absoluto. En el mito hebreo del pecado original. Adán y Eva quieren ser tan sabias como Dios. Jesús de Nazaret resume su moral en una frase gigantesca: «Ser perfectos como vuestro Padre es perfecto».

Estas afirmaciones impiden que el ser humano repose en su pequeñez, porque piensa en otra realidad. Las religiones tienen el mismo dinamismo que las utopías. El contenido tal vez no sea verdadero, pero la energía y el impulso que proporcionan es real.

Les pondré un último ejemplo de estos bucles prodigiosos que vuelven sobre nosotros y nos elevan. La idea de que somos «seres dotados de dignidad», con independencia de lo que hagamos. Esta afirmación choca con la inevitable evidencia de la indignidad de mucha gente. Entonces, ¿por qué seguimos manteniéndola? Porque deseamos aprovechar su impulso ascendente, utópico, transfigurador.

No somos seres dignos, pero resultaría maravilloso que lo fuéramos y que pudiésemos comportarnos como tales. Es una ficción salvadora, es la gran grúa, inventada por la inteligencia humana, que tal vez consiga por fin sacarnos de la selva. Nos seducimos desde lejos con proyectos. Nos dejamos impulsar por bucles prodigiosos. En esto consiste nuestra grandeza.

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